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Mathias Goeritz. Poéticas del espacio

Mathias Goeritz fue una fuerza vital que sacudió el arte de México en el siglo XX. Su pensamiento e interrogantes estéticos rompieron paradigmas respecto a la forma de concebir la producción artística y las relaciones del artista para con la sociedad y su tiempo.

Nacido el 4 de abril de 1915, el Museo de Arte Moderno conmemora esta fecha con esta breve exposición la cual revisa uno de los mayores aportes de Goeritz: sus ideas y propuestas sobre el espacio.

Ya fuera desde el plano de la pintura, la escultura, la arquitectura o la poesía concreta, el problema de la espacialidad se encuentra presente; una espacialidad que no se resume a una cuestión de escala o distribución, sino a la forma en como configura una experiencia estética, social y humana.

Mathias Goeritz. El cuadro de los cuadros, 1952-1954. Óleo sobre tela. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura

Antes de su llegada a México, en 1949, Mathias Goeritz tuvo la oportunidad de visitar las cuevas de Altamira, en España. Las pinturas rupestres tuvieron un impacto profundo en él. Por una parte, afianzó su convicción de que el arte debía ser un campo de libertad y de humanidad; por la otra, la ejecución formal de las figuras, la insinuación abstracta y simbólica de los elementos representados y, sobre todo, la ausencia de los límites impuestos por el marco o lienzo, cuestionaron los supuestos aprendidos por Goeritz hasta el momento. Su obra, El cuadro de los cuadros una de sus últimas pinturas, sintetiza dichas concepciones en su apuesta por la abstracción y a la monumentalidad de sus dimensiones, mayores a dos metros.

A partir de que Goeritz se concentra en su trabajo escultórico y en su papel docente  —primero en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara y luego, en la Ciudad de México—, las reflexiones sobre el espacio cobran una nueva dimensión: ¿cuál es el sentido de lo arquitectónico? El momento culminante de esta indagatoria lo representa la construcción de el museo experimental "El Eco", un espacio construido sin seguir planos, en donde no hay una línea igual a otra o un ángulo recto y que no alberga colección alguna.

El Eco es el testimonio de la "arquitectura emocional" de Goeritz: una concepción en la que el espacio no se concibe en torno a su funcionalidad, sino por su posibilidad de generar otro tipo de relaciones basadas en la emoción y la sensibilidad humana.

Mathias Goeritz. La serpiente de El Eco, 1953. Hierro. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.

Uno de los aspectos fundamentales de El Eco era el que pudiera dar cabida a escultura de gran formato. Goeritz concibe entonces La serpiente. Esta obra se incorpora al espacio como un elemento natural, capaz de transformarse en sí mismo según las formas en que aquel es vivido y experimentado, en vez de un mero ejercicio de integración plástica acrítico.

Lo anterior implicó un replanteamiento del ejercicio escultórico, el cual será, para Goeritz, una vía para modificar el espacio, entendido como un campo dinámico de relaciones. En ese sentido, la escultura recupera, para este último, una dimensión estética, emocional, filosófica, social y metafísica.

Mathias Goeritz. Torres de Satélite, 1972. Serigrafía. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura

En 1957, Goeritz recibe la invitación de Luis Barragán para trabajar en una obra que marcara la entrada de un nuevo desarrollo urbano en la capital, Ciudad Satélite. Este proyecto le permitió explorar a Mathias tanto las premisas de la arquitectura emocional como su perspectiva respecto al arte público.

Mathias Goeritz (por invitación de Luis Barragán). Torres de satélite, 57-58. Fotografía: ProtoplasmaKid / Wikimedia Commons / CC-BY-SA 4.0

El conjunto escultórico está conformado por cinco torres. Se privilegiaron dos aspectos: el emplazamiento — un eje vial— y la verticalidad

El primero consideraba a los potenciales habitantes de Ciudad Satélite: el automovilista. El viajero en tránsito constante debía tener la oportunidad de ser transformado y trastocado por el arte. El segundo, por su parte, se orientaba a exaltar la emoción. Para Goeritz, las torres constituían un "rezo plástico": un espacio emocional, sin objetivo funcional; una experiencia estética en medio de la urbe, capaz de transformarla a ella y a quienes la viven cotidianamente.

Goeritz continuará explorando sus preguntas e ideas sobre el arte público en La ruta de la amistad. Este fue un proyecto concebido por el artista como parte del programa cultural de los Juegos Olímpicos de 1968, realizados en México. Su idea era trazar dos rutas escultóricas que atravesarán el país. Posteriormente, este plan se modificó a un solo circuito de esculturas en la Ciudad de México.

Para la conceptualización manejó cuatro principios: 1) incluir escultores de los cinco continentes, de todas las religiones y comunidades culturales; 2) las esculturas deberían ser monumentales, 3) estas tendrían que tomar en cuenta el entorno urbano y 4) deberían ser de concreto. Así, La ruta de la amistad más que un conjunto de grandes esculturas fue una apuesta por una transformación del paisaje y el entorno urbano, a partir del objeto artístico y de las relaciones estéticas y sociales derivadas de su configuración, realización y presencia.

De manera paralela a su indagación del espacio a través de la escultura y la arquitectura, Goeritz profundizó en el carácter plástico de la palabra, el sonido y la escritura. Sus primeros "poemas plásticos" son ejercicios sobre el carácter formal del signo gráfico. Sus observaciones sobre las relaciones entre este y el soporte material de su realización, lo llevaron a explorar la poesía concreta hasta el grado de plantearla como un ejercicio tridimensional. Una de sus obras más importantes, bajo esta línea, fue Pocos Cocodrilos locos (1967), un poema mural emplazado en la calle de Niza (actualmente, inexistente).