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Sobre este blog

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

¿Qué hace una geóloga confinada en un buque oceanográfico en la Antártida?

Muestreo de agua de la Antártida

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Desde hace aproximadamente dos años, la humanidad se está enfrentando a un reto colectivo tras ser azotada por esta nueva pandemia, el COVID-19. Una pandemia a escala mundial que afecta a casi a cada rincón del globo terráqueo, pues hoy día el ser humano es mas nómada que nunca, viajando incluso a los confines del mundo y transportando con el un completo ecosistema de bacterias y virus. Yo que soy geóloga, no puedo evitar comparar esta situación con un gran evento geológico catastrófico que deja secuelas en el planeta Tierra, como si de la caída de un meteorito se tratase y generase una nube gigantesca que hiciese cambiar el clima a escala mundial, obligando así a la especie humana a modificar sus hábitos de vida y adaptarse a las nuevas circunstancias para sobrevivir. Si lo pienso bien, justo ahora, esto es una fantasía, una exageración… ¡Lo sé! Pero hoy sabemos que esto ocurrió en el pasado. Hace unos 66 millones de años un meteorito acabó con los dinosaurios y los nuevos cambios ambientales dieron paso a nuevas especies, las cuales tuvieron que adaptarse al nuevo medioambiente en el que vivían.

El ser humano no es mas que una especie que también se adapta a diferentes medios ambientes, ya sea para sobrevivir o para abordar un bien común y colectivo; incluso es capaz de aislarse y confinarse para conseguir su objetivo.

Como geóloga marina, he tenido la suerte de participar en expediciones a bordo de buques oceanográficos con diferentes objetivos científicos. Aunque cada expedición abordaba problemas científicos diferentes, todas ellas tenían un denominador común: el trabajo en equipo en condiciones de aislamiento para conseguir el avance del conocimiento científico en un área determinada.

En un barco oceanográfico se aúnan fuerzas entre decenas personas (investigadores de diferentes nacionalidades, técnicos y tripulación) todos perfectamente coordinados al son de la misma música, en coreografía perfecta para intentar cubrir los objetivos científicos y vivir en armonía. Cooperación, eso es lo bonito de trabajar en un barco; hacerlo en condiciones de aislamiento, eso es lo difícil, pero a la vez un reto que ayuda a crecer en lo personal y profesional.

Trabajar en un barco no es como un crucero turístico por las islas griegas, ¡quién lo disfrutase! En realidad, es como un paseo a lo desconocido, un viaje extenuante y emocionante en el se juntan aprendizaje de técnicas científicas con cambios de planes constantes por condiciones meteorológicas hostiles, convivencia entre diferentes personalidades y autogestión del aislamiento.

En enero 2020, estuve embarcada en la campaña Powell 2020 a bordo del buque Oceanográfico BIO-Hespérides en la Antártida. El Hespérides saldría desde Ushuaia con un total de 88 personas (56 de tripulación, 10 técnicos de la UTM -CSIC- y 22 científicos españoles e internacionales) para emprender su viaje. Atravesaríamos el paso del Drake, uno de los pasos marinos con mayor oleaje del planeta, para llegar a la Cuenca Powell, en algún lugar del mar de Weddell. El primer reto a superar es no marearse; ¡difícil hasta para el marinero mas experimentado!

Entre otros objetivos apasionantes, el proyecto Powell pretendía abordar cuestiones tales como cuándo y cómo se separó la Antártida de Sudamérica y Australia, cuándo se formo y cómo varía en el tiempo la corriente circumpolar Antártica. La corriente circumpolar Antártica conecta los océanos australes, rodeando la Antártida y ejerciendo un papel primordial en el clima global terrestre, ya que influye en gran medida en la distribución de calor, nutrientes, carbono y sal entre masas de agua, así como el intercambio de gases entre atmosfera y océano. Otro objetivo sería entender la relación entre la evolución de los mantos de hielo y el clima global.

Para abordar todas estas cuestiones científicas, el buque BIO-Hespérides cuenta con laboratorios y maquinaria especializada, para uso de sus científicos y técnicos.

Mi laboratorio era el de aguas, formando parte del que llamábamos “Water Team”. En cada turno se obtenían muestras de agua a unos 5 m de profundidad para medir diferentes parámetros tales como la salinidad, PH, oxígeno…, para conocer las propiedades físico-químicas del agua marina. También obtendríamos muestras de aguas profundas a través de un sofisticado sistema conocido como “CTD” (Conductividad, Temperatura, Profundidad). Las muestras se filtraban para poder estudiar, por ejemplo, los microorganismos con esqueletos silíceos o calcáreos que habitaban en las aguas, y comprender su distribución en las diferentes masas de aguas polares. Estos microrganismos se convierten en biomarcadores para entender la dinámica de las corrientes oceánicas a escala global, y en especial, la corriente circumpolar Antártica. Los esqueletos de estos microorganismos también los encontramos en muestras sedimentos del fondo marino subyacente. Si somos capaces de entender lo que ocurre en las masas de agua actuales, podremos intentar descifrar lo que ocurrió hace miles de años cuando se depositaron los sedimentos que hoy contienen microfósiles.

Otros laboratorios incluirían sísmica, para obtener una radiografía del subsuelo oceánico, por medio de ondas acústicas que rebotarían en las diferentes capas de sedimentos y batimetría, para obtener una imagen del fondo marino, su topografía, como si de una foto de “satélite marino” se tratase.

Los turnos de trabajo para los científicos cada día eran de 8 horas, día y noche incluidos sábados y domingos. ¡Pero no seguidas! También había turnos de comida adaptados a cada grupo de trabajo, incluso para el gimnasio. Mejor si no te tocaba el turno nocturno, pues la adaptación al ritmo de trabajo sería mas fácil. 

En definitiva, cada científico, técnico o miembro de la tripulación cooperábamos como si de la maquinaria de un reloj se tratase, encajando cada muesca en el momento que le corresponde. No había tregua, tan solo para salir a cubierta un rato y admirar la belleza del mar en los confines del mundo, aves, pingüinos o icebergs.

De esta manera, cada uno cumplía su pequeño objetivo, en su pequeño espacio confinado, en un contexto de aislamiento inigualable, el mar Antártico, pero para cumplir un objetivo más grande y común. Confinamiento para un objetivo único: adaptación y cooperación, esa es la clave.

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