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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.19 no.78 Toluca oct./dic. 2013

 

Circuitos migrantes. Itinerarios y formación de redes migratorias entre Perú, Bolivia, Chile y Argentina en el norte grande chileno*

 

Migrant circuits. Routes and migratory networks between Peru, Bolivia, Chile and Argentina in Chilean Northern lands

 

Menara Lube-Guizardi y Alejandro Garcés

 

Instituto Universitario de Pesquisas do Rio de Janeiro Brasil/Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo de la Universidad Católica del Norte.

 

Artículo recibido el 15 de febrero de 2013.
Aprobado el 20 de agosto de 2013.

 

Resumen

En el documento se analizan los resultados de la encuesta realizada con 200 migrantes peruanos y bolivianos en cuatro ciudades del Norte Grande chileno: Arica, Iquique, Antofagasta y Calama. Tras una breve introducción sobre la constitución histórica de las fronteras y la movilidad en estos territorios, se debaten las categorías clave de la investigación y se caracteriza la metodología del estudio (así como el perfil general de las personas encuestadas). Se explicita cómo los encuestados construyen sus redes migrantes y el papel de éstas como conformadoras de un capital social. Se aborda además la temporalidad de los desplazamientos y las expectativas de permanencia y movilidad geográfica de los sujetos. La discusión plantea entonces cómo la intensificación de la migración hacia el norte chileno se enmarca en circuitos migratorios referentes a la interconexión entre Perú, Chile, Bolivia y Argentina. Finalmente se explicitan algunas ideas claves que articulan las informaciones recopiladas en el estudio.

Palabras clave: Norte Grande chileno, circuitos migrantes, Perú, Bolivia, redes sociales.

 

Abstract

The paper analyses the results of a survey carried on with 200 Peruvian and Bolivian migrants in four cities of Northern Chile: Arica, Iquique, Antofagasta and Calama. After a brief introduction on the historical construction of the borders and social mobility in these territories, the research central categories and the methodology applied (as well as the general profile of respondents) are characterized. The way the respondents build their migrants nets is explained, also defining the function of these nets to the development of a social capital. The temporality of the displacements and the subjects' expectations of geographical permanence and mobility are debated. The discussion highlights how the intensification of the migration to Northern Chile is a result of the migrant circuits which interconnects Peru, Chile, Bolivia and Argentina. Finally some key concepts that articulate the theoretical and empirical information debated are detailed.

Key words: Northern Chile, migrant circuits, Peru, Bolivia, social networks.

 

Introducción

El presente artículo analiza resultados preliminares de la encuesta llevada a cabo en 2012 junto a migrantes peruanos y bolivianos en tres regiones chilenas —Arica-Parinacota (capital Arica), Tarapacá (capital Iquique) y Antofagasta (capital en la ciudad de Antofagasta)— ubicadas en el Desierto de Atacama, en el territorio denominado "Norte Grande" chileno. Se trata de una zona especialmente compleja, que abriga dos triples fronteras internacionales: la andina (Chile-Bolivia-Perú) y la circumpuneña (Argentina-Chile-Bolivia) (González, 2009a). Debido a las dificultades de establecer asentamientos urbanos en el interior del desierto, las tres capitales regionales se sitúan en la costa pacífica y se constituyen históricamente como ciudades portuarias.

También debido a las particularidades climáticas-ambientales, el pasado ancestral del Norte Grande denota la existencia de flujos de grupos y mercancías entre las distintas plataformas ecológicas del Atacama. El trabajo de historiadores y arqueólogos ha sedimentado un sentido común acerca de la existencia de circuitos de movilidad humana que atraviesan las actuales fronteras nacionales y que tienen un carácter no sólo prehispánico, sino que retroceden a ocupaciones humanas muy tempranas (Núñez y Nielsen, 2011; Berenguer, 1994; Briones et al., 2005; Pimentel et al., 2011). Flujo y movilidad han marcado la pauta de estos territorios en los últimos 10 mil años y el posterior establecimiento de las fronteras —antes coloniales, luego nacionales— introdujo unos principios modernos de territorialidad que tenían poco que ver con las poblaciones históricamente asentadas en la zona. Así, la migración en las actuales regiones del norte chileno constituye un fenómeno histórico de larga duración (Tapia y Gavilán, 2006) muy anterior a los conflictos que designaron la incorporación del territorio a la geografía nacional chilena y la designación de las fronteras nacionales (entre los siglos XIX y XX).

En los conflictos armados con los vecinos Perú y Bolivia en fines del siglo XIX, la Guerra del Pacífico (1879-1883) ocupó un papel central tanto para la configuración territorial de las tres naciones como para la constitución del principio de nación por parte del Estado chileno. El conflicto cumplió el papel de generar la alteridad a partir de la cual Chile enunciaría su sentido moderno de frontera, en tanto línea o límite geográfico en el territorio y en cuanto escena de una disputa. La ocupación militar de estas zonas incubó un patriotismo que confirmó y conformó lo nacional chileno, excluyendo a las poblaciones locales del Norte Grande de su construcción. Esta militarización del espacio se observa hasta la actualidad, materializada en la fuerte presencia del aparato militar en la zona (Holadan, 2005).

La fijación de la frontera norte desde la Guerra del Pacífico contribuye decisivamente a la instauración de dos paradigmas complementarios en el proyecto nacional chileno: la relación entre los "unos" (chilenos) y sus "otros" (bolivianos y peruanos) y la supuesta noción de una homogeneidad constitutiva de lo chileno, social, cultural, étnica e incluso racialmente, narrada a partir de los ideales de auto-representación de la élite santiaguina.1 Esta mitología de la unidad nacional en los imaginarios chilenos opera a partir de tres elementos fundamentales que construyen la diferencia entre "los chilenos" y "los otros peruanos y bolivianos": i) la idea de que los segundos son indígenas a diferencia del chileno, supuestamente blanco o euro-descendiente (Staab y Maber, 2006); ii) la noción de que esta supuesta diferencia de etnicidad corresponde a una diferencia de civilidad (los chilenos como civilizados, sus otros como bárbaros) (McEvoy, 2011); iii) la justificación de las violencia hacia esos otros amparada en una supuesta superioridad moral-racial de lo chileno frente a sus "enemigos".2 Se instaura en este sentido un "otro interno" que no alcanza o no satisface la mitología de la unidad racial santiaguina. Esto porque los habitantes del Norte Grande constituyen una contradicción interna al proyecto nacional-chileno: son objeto sine qua non de la apropiación bélica que crea el territorio nacional, pero personifican aquello que el discurso nacional enuncia, etiqueta y discrimina como un "otro".

La respuesta política a esta no-adecuación del "otro" nortino se elaboró inicialmente a partir de una política de Estado conocida como "chilenización", la cual recurrió al uso de violencias simbólicas y sociales de escalas variadas (Díaz, 2006) orientadas a destruir o invisibilizar aquello que no fuera coherente al proyecto identitario nacional.3 Consecuentemente, las fronteras nacionales instituidas en el Norte Grande adquieren una dimensión bastante problemática, actuando como dispositivo que organiza la comunicación entre distintos espacios nacionales y que distribuye identidades. Interactúan así tres dimensiones del fenómeno: las fronteras, entendidas como demarcaciones político-territoriales, las identidades cruzadas por las variables de etnia, clase y nacionalidad y los regímenes, como organismos y entidades oficiales y no oficiales encargadas de trazar y hacer respetar estos límites (Kearney, 1999: 601). Desde arriba actúan los distintos Estados-nación instaurando legitimidades y formas de adscripción para los individuos. Mientras tanto, "por abajo" —y en conflictiva relación— se encuentran desplazamientos y flujos de los sujetos que con su tránsito resignifican y negocian las clasificaciones en juego. El enfoque analítico para trabajar estas regiones debe, más allá de verificar las categorías estáticas o 'estatizantes' acerca de las pertenencias nacionales o étnicas, observar su reconstrucción o rearticulación a partir del movimiento y porosidad que caracterizan a estas fronteras.

Los itinerarios migratorios y la construcción de un circuito migrante entre Chile, Perú, Bolivia y Argentina, así como la relación entre estos desplazamientos y la porosidad de las fronteras del Norte Grande chileno son el tema del presente artículo. En el segundo apartado, se sintetizan perspectivas teóricas que orientan la investigación, principalmente las nociones de transnacionalismo, frontera, capital social y circuito migrante. El tercer apartado caracteriza la metodología de la investigación y el perfil de los encuestados y el cuarto se enfoca en la construcción de las redes migrantes y en su papel cómo capital social. La quinta sección analiza la temporalidad de los desplazamientos y de las expectativas de permanencia y movilidad geográfica de los migrantes, dilucidando cómo se construyen sus proyectos migratorios. En el sexto apartado, se explica cómo esta reciente migración hacia espacios urbanos del norte chileno se enmarca en circuitos migratorios iniciados años o décadas antes, referentes a la interconexión entre Perú, Chile, Bolivia y Argentina. Finalmente, en las consideraciones finales, se explicitan algunas ideas claves que articulan las informaciones recopiladas en el estudio.

 

El debate teórico: migraciones transnacionales, fronteras, capital social y circuitos migrantes

Antes de detallar la metodología aplicada y profundizar en los hallazgos de la investigación, se delinearán las categorías analíticas a partir de las cuales el presente estudio comprende la frontera y las migraciones transfronterizas. Esto se justifica dada la relevancia que la condición fronteriza en el Norte Grande chileno tiene en lo que se refiere a las migraciones transnacionales en este territorio. Tomando como base los debates de la Antropología Social (campo al que se adscribe la presente investigación) se explicitará la conexión entre el concepto de frontera manejado en el estudio, las migraciones transnacionales, el capital social y los circuitos migrantes.

Siguiendo a Dussel (1994) se puede comprender la modernidad en cuanto un proceso social que demarca la invención de un principio de centro -Europa- que es proyectado y enunciado debido a la invención de su par antagónico, la periferia —el sur colonizado, inicialmente representado por América Latina (Dussel, 1994: 11-12)—. Esta noción, que recupera una concepción euclidiana del espacio y de sus límites (Appadurai, 2005:46) más allá de constituir, sedimentar y justificar relaciones de explotación económica, se construye a modo de una cosmovisión, engendrando no solamente un principio geográfico de comprensión del mundo, sino un principio de clasificación de las sociedades y grupos humanos a partir de esta geopolítica. Centro y periferia serían las dimensiones geográficas de la dicotomía entre "unos" (que provienen del centro) y "otros" (que provienen de los márgenes) (Dussel, 1994: 8) de manera que la modernidad encierra en la metáfora geográfica (Brenna, 2011: 9) un proyecto de diferencia, demarcando la explotación de los periféricos por los centrales, confirmando en ella la ideología de la superioridad de los "unos" y vaticinando un cierto principio de homogeneidad interna a los elementos constitutivos de esta alteridad bipolar. Así, la frontera en la modernidad ha sido uno de los principales íconos de la obsesión civilizatoria, "un referente en el que se enfrentan las identidades, los nombres, los símbolos, los imaginarios diferenciados: es la línea de mayor enfrentamiento entre dos alteridades" (Brenna, 2011: 9).

De esta manera, es posible comprender el proceso de invención de los Estados-nacionales como un refinamiento de la Geografía moderna que se inicia a partir del descubrimiento del "Nuevo Mundo". Esta Geografía moderna de lo nacional está sentada en la ideología de una homogeneidad —cultural, idiomática, simbólica, religiosa, política, social y racial— que se define como el contenido de la nación (Hobsbawm, 1998). La frontera se constituye en el marco de esta ideología a modo de una la línea cuasi natural de protección que resguarda el supuesto contenido homogéneo de la nación de aquello que le es exterior (las otras naciones) (Diesbach de Rochefor, 2002: 17) asegurando algún nivel de intercambio y permeabilidad (sin nunca poner en jaque la estabilidad de la demarcación) "al igual que la epidermis de un ser vivo, provee protección, así como la posibilidad de intercambio con el mundo exterior" (Ratzel, 1897: 538, en Garduño, 2003). Consecuentemente, la frontera que la modernidad dibuja es una utopía que proyecta la necesidad de resguardar la (también utópica) homogeneidad de los "unos" (los nacionales) de la diferencia de los "otros" (no nacionales) (Kearney, 2003: 48).

Desde fines de los años 1980, sin embargo, los procesos sociales de transformación del modo capitalista de producción a escala global (Bauman, 2000; Harvey, 1989) —la aceleración del flujo internacional de mercancías, el desarrollo de tecnologías de la comunicación y transporte, la posibilidad de interconexión simultánea entre regiones espacialmente muy distantes— provocaron que la modernidad pasara por un periodo de transición (Brenna, 2011:12) y han potenciado la ruptura del principio de simetría tiempo-espacio4 que la Geografía moderna hizo plasmar sobre el concepto de frontera. La generalización de los procesos de globalización ha dejado patente que la noción monolítica de una línea divisoria que instaura una clara separación entre personas, procesos y cosas ya no sirve como enunciado, pues es ineficaz e imprecisa para describir las prácticas de movilidad actualmente identificadas entre Estados-nacionales. Así, las regiones fronterizas han pasado a despertar una creciente atención de investigadores de diversos campos de las ciencias sociales interesados por las complejas experiencias sociales del espacio observadas en estas zonas. Ellas emergieron como espacios sui generis en las ciencias sociales: como locus que desafían la fijación de las bipolaridades modernas (Kearney, 2003) y los principios definitorios de "lo nacional": la separación (étnica, fenotípica, cultural) entre los "unos" y los "otros" y la limitación espacialmente demarcada de aquello que pertenece a la nación.

En Antropología Social, la crítica en contra de las categorías dicotómicas con que la disciplina históricamente definió el espacio, la etnicidad y las prácticas culturales —olvidando muy a menudo el papel de las naciones en la invención del mismo principio de etnicidad, cultura y asignación cultural-étnica de los pueblos— se enuncia especialmente a partir de los estudios sobre la migración internacional. En ellos, las regiones fronterizas han cumplido un importante papel en la relativización de la estaticidad con que la Antropología se planteó el isomorfismo espacio-cultura (Appadurai, 2005; Clifford, 1992, 1997a, 1997b; Gupta y Ferguson, 1992, 1997). La indagación teórico-empírica sobre la necesidad de relativizar las fronteras, la desestructuración —re-estructuración y porosidad (Garduño, 2003)— de las conformaciones del territorio nacional y los flujos humanos migratorios, ha aglutinado en las ciencias sociales a una matriz teórica conocida como los estudios transnacionales; donde el transnacionalismo aparece como categoría estrella (Baeza, 2012) apuntando a una serie de procesos a través de los cuales

los inmigrantes construyen campos sociales que articulan a su país de origen con el país de destino. Los inmigrantes que construyen tales campos sociales son denominados 'transmigrantes'. Los transmigrantes desarrollan y mantienen múltiples relaciones —familiares, económicas, sociales, organizacionales, religiosas y políticas que atraviesan las fronteras—. Los transmigrantes toman medidas, toman decisiones, tienen intereses y desarrollan identidades dentro de las redes sociales que los conectan con dos o más sociedades simultáneamente (Glick-Schiller et al, 2005:68).

No obstante, la definición del término y de las metodologías para trabajarlo no constituyen un consenso entre los investigadores de las migraciones (Besserer, 2004: 6) puesto que el transnacionalismo "recoge y cuestiona varios enfoques teóricos, contando con propuestas en direcciones diversas y a veces encontradas" (Moctezuma, 2008: 30). A diferencia de Glick-Schiller et al, Levitt no lo consideró como un campo social, sino como la "conexión cultural, económica y política entre personas e instituciones que quita el énfasis de la Geografía en lo que se refiere a la formación de la identidad y colectividad y crea nuevas posibilidades de membresía más allá de las fronteras" (Levitt, 2001: 202, en: Coe, 2011: 149). Portes et al. (2002: 279) a su vez, se centran en la dimensión económica del fenómeno, dirigiendo su interés a los emprendimientos transnacionales y a la activación de una "economía étnica" (Portes, 2000b: 115). Besserer (2004) enfocándose hacia la construcción social de las relaciones en el espacio, hablando de "topografías transnacionales" y, con ellas, dando centralidad al imperativo de representar la espacialidad de las comunidades y sujetos transnacionales, basándose "no en la distancia que las separa, sino en la densidad y frecuencia de las prácticas comunitarias que les acerca" (Besserer, 2004: 8).5 Se considera, no obstante, que las migraciones transnacionales operan usualmente a partir de la movilización de cadenas o redes sociales (Arango, 2003) a partir de la articulación de grupos, familias o comunidades y de la transmisión de los conocimientos acerca de la experiencia migrante entre los miembros de estos colectivos (Alicea, 1997; Glick-Schiller et al, 1995; Kearney, 1995; Malgesini, 1998; Martínez Veiga, 1999; Massey et al., 1993; Massey et al, 1994; Solé y Parella, 2005). Cada inmigrante está conectado con personas "no migrantes" en su comunidad de origen a partir de una variedad compleja de vinculaciones sociales que involucran la obligación recíproca de "prestar asistencia" (Massey et al., 1994: 1499):

Cada acto de migración crea un grupo de personas [en el país de origen] que pasan a tener vínculos sociales con el país de recepción. Los 'no migrantes' se basan en estos vínculos para conseguir acceso a trabajo y asistencia afuera de su país, lo que reduce sustancialmente los costos y riesgos del desplazamiento en comparación con los primeros migrantes. Cada nuevo migrante reduce, por lo tanto, los costos y riesgos, e incrementa la atracción y factibilidad de la migración para un grupo de amigos o parientes. (...) Una vez que el número de conexiones en red alcanza un umbral crítico, la migración se convierte en un fenómeno que se perpetúa por sí mismo, porque cada acto de migración genera la estructura necesaria para mantenerse (Massey et al., 1994: 1499-1500. Traducción propia)

El conocimiento acerca de procedimientos, estrategias, posibilidades y dificultades de la experiencia migratoria en una determinada localidad es transmitido de manera colectiva, constituyéndose a modo de capital social en los términos de Bourdieu: como un "agregado de recursos reales o potenciales que están vinculados a la posesión de una red duradera de relaciones, más o menos institucionalizadas, de conocimiento mutuo y reconocimiento" (Bourdieu en Portes, 2000a: 45. Traducción propia). Pero estas redes sociales no son un algo naturalmente dado, se construyen a partir de estrategias orientadas a la institucionalización de las relaciones de grupo (Portes, 2000a). Aquí, se hace central la crítica a la lectura funcionalista sobre las redes migrantes (Rouse, 1989) en especial a la insistencia de estos argumentos en comprenderlas como un "contenido naturalmente dado" de las relaciones parentales/comunitarias. Las redes sociales "en realidad se establecen, se negocian, se acaban y se reformulan de manera tal que 'la comunidad' en vez de ser la 'reificación' de un concepto analítico, se convierte en una unidad en proceso" (Besserer, 1999: 220). La institucionalización de esta "unidad en proceso" resulta en el capital social de los migrantes —tal como se intuye en la encuesta y se observa en las fases cualitativas del estudio— pudiendo ser entendido como i) las relaciones sociales de estos migrantes en sí mismas, puesto que ellas permiten que los individuos clamen por el acceso al conocimiento y a los recursos de que disponen sus "asociados" en la red y ii) la cantidad y calidad de estos recursos y conocimientos (Portes, 2000a: 45).

Simultáneamente, estas redes migrantes constituyen expresiones espaciales sui generis (Besserer, 1989) dejándose marcar no solamente en los contextos de recepción de los migrantes, sino también a través de itinerarios y rutas que son la forma y el contenido del capital social migrante. Una de las categorías clave para el análisis de estos desplazamientos y de sus dinámicas, es el concepto de circuitos migrantes transnacionales. Según Besserer, quien recupera la definición de Rouse (1989):

Con la intensificación en la circulación de gente, dinero, bienes e información entre el lugar de origen y los nuevos asentamientos de los transmigrantes se constituyen 'circuitos migratorios transnacionales' (transnational migrant circuits) que lejos de desvanecerse, con el tiempo se fortalecen y consolidan constituyendo una sola comunidad dispersa en una variedad de localidades (Besserer, 1999: 219).

Se entiende así que los circuitos migrantes articulan un conocimiento duradero sobre posibilidades de arraigo y movilidad espacial, lo que se hace no siempre de manera sistemática y/o intencional, sino a partir de la construcción de "diferentes trayectos, intersecciones y quiebres temporales y espaciales" (Rivera-Sánchez, 2008: 89) proporcionados por la recolección en tiempos asimétricos de la experiencia de distintos migrantes y grupos que han pasado por sobre los territorios, surcando los caminos. Esta definición es especialmente coherente para los movimientos e impacto de la migración peruana y boliviana hacia Argentina a través de territorio chileno, explicando cómo determinadas localidades chilenas ubicadas en este trayecto terrestre se van convirtiendo de localidad de paso, a posible localidad de destino. La categoría circuitos migrantes es un punto clave para comprenderse la forma como el presente estudio analiza los procesos de desplazamiento de los migrantes encuestados en y a través del Norte Grande.

 

Metodología de la investigación y perfil de los migrantes encuestados

Se seleccionó como recorte espacial a las cuatro ciudades más pobladas del Norte Grande: Arica, Iquique, Antofagasta y Calama. Esta última se ubica en la región de Antofagasta y es conocida como polo de la inversión minera en Chile. Es la única de las cuatro que está ubicada en el interior (a 2500 metros sobre el nivel del mar).

Dos razones centrales motivaron la elección de estas ciudades. La primera hace referencia a la dimensión histórico-espacial de la construcción de la frontera nacional en el norte, a los procesos de construcción del Estado-nación, de su militarización y de la operación de ideologías de la identidad nacional chilena (Díaz, 2006; González Miranda, 1994; McEvoy, 2011). Se puede considerar que en estas ciudades el proceso de nacionalización (o de "chilenización") aún no se da por terminado, lo que hace muy compleja la interacción entre las tres nacionalidades que han desarrollado el conflicto por este espacio en el siglo XIX. La relación entre chilenos, peruanos y bolivianos es especialmente ambigua y la migración andina en la zona, pese a conectarse al pasado ancestral de las poblaciones indígenas locales, se construye como un fenómeno especialmente conflictivo.

La segunda se vincula a la especificidad del tipo de migraciones identificadas en estas localidades sobre todo a partir de los años 1990, constituyéndose como un fenómeno relevante a niveles demográficos y sui generis en su composición transnacional. Se observa en la zona una nueva migración motivada por la expansión de la industria minera y que atrae poblaciones a un mercado laboral centralmente urbano. Este fenómeno, intensificado desde 1990, difiere de la migración boliviana y peruana que entre 1960 y 1990 se empleaba predominantemente en los sectores rurales del Norte Grande, con un perfil masculino. El estudio se enfoca predominantemente en esta nueva migración que se viene asentando en las cuatro ciudades estudiadas y que tiene la particularidad de contar con un número cada vez mayor de mujeres.

Tres tipos de estrategias metodológicas fueron desarrolladas con la finalidad de construir un primer acercamiento al fenómeno migratorio transfronterizo en estas ciudades. La primera, corresponde a la observación participante en espacios-clave para la experiencia migratoria en estas localidades: las terminales internacionales de autobuses y espacios donde se ofrecen servicios de viaje entre Chile, Perú y Bolivia; los centros de acogida, apoyo e información a los migrantes (de las iglesias católica y metodista); las oficinas de extranjería; los mercados o ferias donde se anuncian oportunidades de trabajo o donde efectivamente se insertan laboralmente los migrantes; las actividades deportivas organizadas por las asociaciones de migrantes y los centro de llamados y hospederías.

La segunda estrategia se refiere a la realización de entrevistas en profundidad con migrantes de origen boliviano y peruano, alcanzando un total de 25 registros de historia de vida. Se trabajó con la narración de las historias personales de los migrantes buscando entender cómo estos relatos permiten articular los procesos sociales observados sincrónicamente en los espacios de estudio, con los procesos históricos que también impactan esta experiencia migrante de "lo local".

La tercera estrategia corresponde a la realización de una encuesta llevada a cabo con 200 inmigrantes (50 en cada una de las ciudades).6 El diseño temático de la encuesta se construyó como un guión interpretativo que permitía reconstruir los itinerarios migratorios de los sujetos desde sus localidades de origen hasta el presente, recopilando además los datos sobre las vinculaciones transnacionales que mantienen entre Chile y otros países.

El presente texto analiza centralmente los datos arrojados por esta última estrategia de carácter cuantitativo. La encuesta desarrollada se divide en seis bloques temáticos, contando con un total de 65 preguntas. El primer bloque recababa informaciones sobre el perfil sociodemográfico de los migrantes: estado civil, lugar de origen (campo/ciudad), situación familiar actual, escolaridad, renta y ocupación, vinculación a pueblos indígenas u originarios, entre otras. El segundo bloque se interesaba por la vida en Chile, por las actividades (culturales, económicas, políticas) desarrolladas en el país, por las razones de la migración y por la construcción de una supuesta identidad migratoria a partir de actividades culturales. El cuarto bloque se centraba en los itinerarios migrantes de los sujetos, indagando sobre las migraciones en el país de origen, hacia otros países, y finalmente hacia y en Chile. El quinto bloque indagaba sobre la historia laboral de los entrevistados y de su familia tanto en origen como en destino y el sexto bloque se preocupaba de las relaciones sociales en que los migrantes estarían involucrados y de las conexiones con diferentes espacios entre los países de la triple frontera andina.

La complejidad de este cuestionario se refiere al objetivo de construir un instrumento cuantitativo que pudiera lanzar luces hacia datos cualitativos. La estrategia cualitativa empleada hasta ahora también cumplía propósitos parecidos, constituyéndose como primer acercamiento al fenómeno y permitiendo probar los métodos y técnicas de entrevista para ser usados con más profundidad en la segunda etapa del proyecto.7

La selección de encuestados fue aleatoria y se obtuvo un número superior de cuestionarios con mujeres para todas las localidades: la muestra se compone por 41 por ciento de hombres (82 encuestas) y 59 por ciento de mujeres (118 encuestas). El número superior de mujeres responde a un trasfondo empírico: las migraciones peruanas y bolivianas se encuentran feminizadas en las tres regiones donde se realizó la investigación.8 En relación al estado civil, 37 por ciento de los encuestados se declaraban solteros, mientras 26.5 por ciento decían estar casados 25 por ciento constituían una Unión Libre, ocho por ciento separados, uno por ciento divorciados, 1.5 por ciento viudos y uno por ciento no accedió a contestar esta pregunta. Como demuestra el Cuadro 1, una gran mayoría declaró tener estudios secundarios completos o haber llegado a la educación técnica postsecundaria:

 

Se optó por encuestar a la población migrante en edad económicamente activa, representada por el rango etario que va de los 18 a los 65 años. Esta franja de edad es la que marca, de acuerdo con los registros censales chilenos de 2002 y de 1992 (INE, 2012) la mayor cantidad de población peruana y boliviana en el Norte Grande. Esto, a su vez, también se vincula a la perspectiva de investigación en su apuesta por comprender los nuevos flujos de actual inmigración andina en Chile, que son predominantemente laborales. La Gráfica 1 representa el número total de encuestados y sus edades (en intervalos de cinco años) en el momento de realización de la encuesta:

 

En relación a la nacionalidad, se cuenta con 50 por ciento de peruanos y 50 por ciento de bolivianos (100 encuestados de cada nacionalidad). Los datos reflejan, sin embargo, que hay una gran variedad de localidades de origen de estos migrantes en sus países: 87 diferentes referencias aparecen en las respuestas. En el caso de Perú, se destacan como lugares de origen Tacna con 32 casos, Lima con 22 casos, Puno con 11 casos y Trujillo con diez casos entre los entrevistados. Si bien los estudios de caso acerca de las migraciones peruanas en Santiago tienden a presentar a la costa norte peruana como el principal "contexto expulsor" de migración hacia Chile, específicamente de espacios como Trujillo, Chimbote y Chiclayo (Godoy, 2007; Mujica, 2004; Poblete, 2006; Santander, 2006) se observa que esto es cierto para la migración que se dirige a la Región Metropolitana, no pudiendo extenderse para explicar lo que ocurre en el resto del país o en el norte de Chile específicamente. Pese a que Trujillo figura entre las cuatro principales ciudades de origen de los peruanos encuestados, las localidades de origen más frecuentes se encuentran en territorios del centro y sur peruano.

En cuanto a las localidades de origen de los bolivianos, las cuatro primeras son La Paz con 42 casos, Santa Cruz con 17 casos, Oruro con 11 casos, Potosí con ocho y Cochabamba con seis personas. Aquí parece especialmente notable la incidencia de migrantes del departamento de Santa Cruz de la Sierra, por las distancias que esta migración implica y por la inauguración de un nuevo patrón migratorio que escapa a los desplazamientos provenientes de las zonas limítrofes de Oruro y Potosí —que históricamente constituyeron los principales espacios emisores de migración boliviana hacia el norte chileno (González Pizarro, 2008)—. Se consolida así una migración boliviana desde departamentos que no necesariamente conectan ecológica, cultural, social y económicamente con los territorios del Norte Grande. Los Mapas 1 y 2 resumen, respectivamente, las localidades de origen de hombres y mujeres bolivianos encuestados, en relación con las ciudades donde estos migrantes fueron entrevistados en Chile. Los Mapas 3 y 4 aportan la misma información para peruanos y peruanas.

 

 

 

 

El desplazamiento como capital social migrante

Para comprender los procesos de construcción del capital social como efecto de las redes migrantes en el Norte Grande, se elaboró una serie de preguntas referentes a la manera como los migrantes habían constituido su desplazamiento en su entorno social. Se indagó sobre las principales razones para emigrar, sobre por qué habían elegido a Chile y no otro país y sobre las personas con las que habían contado a la hora de tomar esas decisiones. Se pidió que evaluaran si su decisión de migrar había sido personal, familiar o colectiva y si alguien de su entorno había presentado resistencias frente a esta decisión. Se preguntó también si habían viajado solos o acompañados de familiares, pareja, hijos y/o amigos y cómo habían financiado su desplazamiento.

Lo primero que se identificó es que la toma de decisión en relación al proyecto migratorio se realiza "domésticamente" (Gráfica 2): con las parejas (26 por ciento de los casos) hijos (13.5 por ciento) padres y madres (26.5 por ciento) u otros familiares (ocho por ciento) lo que puede indicar que estas redes sociales están inicialmente basadas en afinidades y reciprocidades constituidas a partir de relaciones parentales, pensadas como una actividad que impacta la vida "en familia" o "en pareja" —lo que no obstante no determina que este carácter familiar siga inalterado con el paso de los años—. Esto permite explicar el desplazamiento como fenómeno que se da en el marco de una estrategia colectiva y no exclusivamente en términos de decisiones maximizadoras radicadas en la esfera individual del migrante (Kearney, 1986; Arango, 2003).

 

Pero lo realmente notable acerca de la percepción de los encuestados está en que, pese a que afirmen haber discutido la decisión entre miembros de su familia, 58 por ciento considera que su decisión fue en realidad personal y/o individual (Cuadro 2) contra 38.5 por ciento que considera la opción una elección familiar (13 por ciento de éstos la considera "de pareja" y 25.5 por ciento "familiar"). Se diseña así una interesante relación entre lo que concierne y lo que no concierne al núcleo familiar: se dialoga en conjunto con familiares, pero la decisión finalmente se toma como parte de una elección del sujeto migrante, más allá de lo que se haya consensuado colectivamente. Sin discutir necesariamente el carácter colectivo del proyecto migratorio, se hacen patentes dos posibilidades de interpretar lo que allí ocurre: i) que esta dimensión social del fenómeno no sea elaborada o sentida como coercitiva por los sujetos; ii) que la construcción colectiva del acto migrante esté limitada y conviva con la asunción de un cierto nivel de libertad de elección de los individuos que llevan a cabo el desplazamiento.

 

Esta información se hace acompañar de otros dos datos importantes en relación a la construcción del proceso migratorio. En primer lugar, puede observarse que una mayoría de migrantes (57 por ciento) inicia su proyecto en soledad, contra 43 por ciento que migra acompañado. Dentro de los que lo hicieron acompañados, las opciones se reparten de manera bastante equitativa entre desplazamientos hechos con familiares no hijos y con conocidos (en torno a 25 por ciento en cada caso) seguido por la compañía de las parejas (10.5 por ciento) y de los hijos (cinco por ciento). Los hijos quedan muy a menudo en la localidad de origen, constituyendo por esto un vínculo social de los migrantes con sus países y en muchos casos con la familia que queda a cargo del cuidado de los mismos. El viaje de los hijos al país se proyecta en algunos casos para el futuro, dependiendo de la mejora de las condiciones del migrante en destino. En segundo lugar, la comprensión de la decisión de migrar como una responsabilidad individual también se refleja en cómo los encuestados costearon su viaje. Éstos declaran con mucha diferencia (77.5 por ciento) que son los ahorros personales el medio principal (primera fuente) del cual se han valido. En segundo lugar, pero aquí en solamente 9.5 por ciento de los casos, los migrantes declaran recurrir a la ayuda familiar para solventar esos costes.

En cuanto a las razones que justifican la migración, la motivación económica es la que más destaca alcanzando casi 60 por ciento como la "primera razón" para emigrar (Cuadro 3). Pero esta motivación económica va más allá de la mera pretensión de acumulación monetaria: se relaciona en muchos casos con la expectativa de construir proyectos de futuro que son casi siempre colectivos, es decir, que están vinculados a la expectativa de transformar las condiciones de vida no solamente del individuo que emigra, sino de su entorno cercano (familiar o de amistades). Esta existencia de un trasfondo colectivo en la manera como se piensan los objetivos y las razones del proyecto migrante no se puede intuir solamente a partir de la respuesta acerca de "lo económico" como primer motivo de la migración. En realidad esta dimensión social-colectiva emerge en las respuestas en la medida en que los encuestados van listando las segundas y terceras razones por las que emigraron.

 

Si en un primer plano se emigra por dinero y mejores condiciones económicas, en un segundo plano los encuestados empiezan a dejar entrever los usos sociales y económicos de este dinero: invertir en origen (comprar casas, montar un negocio) y mejorar las condiciones de vida de los hijos. De hecho, este objetivo de promover un cambio inter-generacional —la preocupación y el deseo de permitir un futuro mejor para los hijos— es citado también como principal motivador del desplazamiento hacia Chile por 8.5 por ciento de los encuestados.9 Si a la motivación económica se agregara aquella que plantea la necesidad de proveer de un mejor futuro a los hijos y familia, se observaría que estos dos motivos juntos alcanzan 71.5 por ciento de los casos como primera razón de la emigración.

Sin embargo y profundizando las observaciones sobre el carácter colectivo del plan migratorio, es también relevante el 12 por ciento que alcanza como primera razón de emigrar la existencia de familiares o amigos en el país de destino. Esta migración es, por tanto, un proyecto que involucra la construcción de vínculos de colaboración con amigos y familiares, donde la articulación de las redes sociales juega un papel fundamental a la hora de explicar la dirección y el carácter de los desplazamientos ya sean estos individuales o grupales. Estas motivaciones —tanto la que relaciona un interés de mejora económica con el futuro de los hijos, como la que se articula a partir de la presencia de redes familiares y sociales en la región hacia donde se emigra— lanza luces sobre la construcción de esta experiencia migrante en cuanto capital social, como se definió anteriormente.

Ante la pregunta referente a las razones que les llevaron a ir a Chile y no a otro país, se refuerza lo que se plantea respecto a la pregunta anterior, aquella de las razones que justifican la emigración. En este caso, la existencia de familiares y amigos en el país termina por sobrepasar a la opción que explica el desplazamiento exclusivamente en términos de motivación económica. La existencia de familiares y amigos alcanza 36.5 por ciento de los casos, frente a las oportunidades económicas con 28 por ciento (Cuadro 4). Sin embargo, un significativo nueve por ciento de los entrevistados manifestó la cercanía en relación al país de origen como primera razón que explicaría la migración a Chile y 2.5 por ciento de ellos afirmó que la primera razón era la cercanía asociada a otro factor (calidad de vida, posibilidad de trabajo, más alto ingreso, por los comentarios de los amigos sobre Chile). Emerge una vez más la dimensión fronteriza del flujo como elemento que permite explicar su intensidad y a partir de allí imaginar una serie de vinculaciones transnacionales entre los espacios que conecta la migración, ilustrándonos una vez más que el fenómeno migrante en el norte chileno construye una relación social en el espacio que es específica y diferente de lo que se observa en Santiago.

 

Las temporalidades y expectativas de los desplazamientos migratorios en y desde Chile

La segunda de las preocupaciones de la encuesta era comprender las lógicas temporales de desplazamiento, permitiendo identificar sus ritmos y asociarlos a los itinerarios que los migrantes habían protagonizado.10 Se establecieron con esta finalidad dos ejes de preguntas: el primero de ellos indagando acerca de los tiempos de llegada a Chile y a la actual ciudad de residencia y el segundo averiguando acerca de las expectativas temporales de permanencia y de retorno al país de origen. También se preguntó acerca de sus expectativas y las de sus familiares en relación a sus desplazamientos migratorios i) entre sus países de origen y Chile; ii) en territorio chileno; iii) y en sus países de origen. La atención dada a la percepción/expectativa de los sujetos se refiere a la premisa de que las distancias y tiempos son en gran medida relativos, puesto que su experiencia depende fundamentalmente de cómo los comprenden los sujetos y su entorno social, siendo por lo tanto variables de acuerdo con las expectativas o presiones familiares, por ejemplo. Distancia y cercanía son categorías espaciales-temporales construidas y flexibles en toda y cualquier experiencia migrante, por lo que se apuesta por recuperar los puntos que permitirían dilucidar el proceso de construcción de la relación lejanía-proximidad en la historia migrante de los encuestados.11 El presente apartado analiza estas informaciones.

Cuando se indagó a los encuestados respecto del año en que se produjo su llegada a Chile, se notó claramente una concentración de las respuestas para el periodo que va de 2001 hasta 2012 (Cuadro 5). El hecho de que 90 por ciento de los entrevistados declarase haber llegado a Chile en los últimos 11 años coincide con la intensificación del flujo migrante hacia las localidades de Arica, Iquique, Antofagasta y Calama en la última década. En la muestra, esta intensificación se hace especialmente relevante a partir del año 2007, pero la tendencia al alza se hace aún más llamativa en el año de 2012, con 53 individuos que declaran iniciar su experiencia migrante en el país en ese año —convirtiéndose este último en el que concentra el mayor número de llegadas del muestreo—.

 

Este incremento del número de inmigrantes tiene un interesante paralelo con el aumento de la inversión de las industrias mineras en contratación de personal. Según datos del Ministerio de Minería, el sector fue el que más aportó al aumento de empleos (directos e indirectos) en el país en este mismo periodo, generando más de 95 mil plazas laborales entre 1996 y 2009 (Carrasco y Vega, 2011: 22) la mayor parte de ellas localizadas en las tres regiones en las que se ubican las ciudades de la muestra. El aumento de plazas laborales provocado por la inversión masiva en la minería en el Norte Grande tiene matices sobre los que merece la pena detenerse un momento.

Por un lado porque en este mismo periodo —del 1996 a 2009— las grandes empresas de la minería en Chile aumentaron su tendencia a la subcontratación para todos los servicios asociados a la faena e indispensables para la manutención de la actividad —optando por lo tanto por externalizar la demanda de mano de obra a partir de los contratos con empresas prestadoras de servicios medianas y pequeñas. Según Carrasco y Vega (2011: 23), "en 1996 alrededor de 40 por ciento de la mano de obra ocupada por la Gran Minería pertenecía a empresas externas (contratistas y subcontratistas). La cifra aumentó a 65 por ciento en 2008".12 Esta tendencia es fundamental en el sentido de aumentar la capacidad de empleo de la población migrante por parte del sector minero.13 Esto ocurre porque el Código del Trabajo de Chile (Dirección del Trabajo, 2011)14 prohibe a las empresas con más de 25 empleados completar más de 15 por ciento de su cuadro de trabajadores con mano de obra extranjera.15 En este sentido, el hecho de que las empresas mineras adopten crecientemente una estrategia de subcontratación permite que una cantidad mayor de extranjeros pueda ser empleada en el cuadro total (ya que cada una de estas medianas empresas podrá tener un aporte de 15 por ciento de inmigrantes que no serán computados en el 15 por ciento máximo permitido a la gran empresa contratante). Se puede afirmar que el aumento identificado en el número de inmigrantes que declaran haber llegado a las localidades de Arica, Iquique, Antofagasta y Calama es simultáneo a dos cambios en la industria minera en el norte de Chile que favorecen la apertura de mercados laborales a los trabajadores extranjeros en estos espacios: i) el aumento de la inversión en la minería; ii) la consolidación de la tendencia a la subcontratación en las empresas del sector.

Para comprender mejor las temporalidades de las llegadas de los inmigrantes a las localidades de Arica, Iquique, Antofagasta y Calama, se preguntó a los entrevistados en qué año habían llegado a vivir en estas ciudades (Cuadro 6).

 

Como el Cuadro 6 demuestra, puede observarse una tardía llegada de los migrantes a las localidades que operan como contextos de recepción. Casi 70 por ciento de los encuestados se encuentran residiendo en sus localidades desde el año 2007 hacia adelante. Lo interesante es que si se comparan con los datos del Cuadro 5, relativo a los años de llegada a Chile, los valores y porcentajes no presentan cambios muy importantes, señalándose dos posibilidades: i) que puede no haber existido una gran movilidad interna de los migrantes por distintas localidades una vez que llegaron a Chile y ii) que aquellos que migraron a otras ciudades chilenas antes de establecerse en la ciudad en que actualmente viven, lo hicieron a lo largo del primer año tras la llegada al país.

KS, responsable por el Centro de Atención al Migrante de la Iglesia Metodista de Arica —regentado desde 1994 con financiamiento del United Methodist Commitee On Relief (UMCOR)— explica que una gran parte de los inmigrantes que llegaban a pedir ayuda buscaban en realidad informaciones sobre cómo llegar al centro del país. Según KS, estos migrantes peruanos y bolivianos se establecían en Arica con la intención de trasladarse a Santiago, imaginando que al ser la capital una gran ciudad —urbanizada, y supuestamente "más desarrollada"— conseguirían mejores condiciones de trabajo y de vida. Cuenta además que esta expectativa de irse a Santiago poco a poco se les iba presentando como improbable, dadas no solamente las distancias, sino también la precariedad laboral de los primeros años de la experiencia migratoria, lo que dificulta la expectativa de ahorrar dinero para trasladarse a la capital.

Esta hipótesis es corroborada por la respuesta de los inmigrantes a otra de las preguntas realizadas, ahora referente no a los tiempos de llegada y partida, sino a las expectativas personales que tenían en relación a estos tiempos. Cuando se les preguntó qué pensaban en el momento en que partieron de sus localidades de origen, la gran mayoría —85.5 por ciento— afirmó que no tenía en mente la intención de quedarse definitivamente en las localidades chilenas hacia las cuales migraron. 12.5 por ciento de los encuestados afirmó que pensaba quedarse definitivamente y dos por ciento de ellos no contestó a la pregunta.

Otro dato que avala este "no-deseo" inicial de permanencia definitiva en las ciudades a las que llegaron en primera instancia, es la declaración de los encuestados en relación a las expectativas de sus familiares respecto a la permanencia en la sociedad de recepción. 87 por ciento de los migrantes declaró que su familia esperaba que regresase a sus localidades de origen. Solamente nueve por ciento afirmó que sus familias entendían su migración hacia la localidad chilena como definitiva y 3.5 por ciento de los encuestados declaró no saber qué pensaban sus familiares al respecto en el momento en que ellos decidieron dejar su país de origen.16

Si al inicio de la experiencia migratoria 85.5 por ciento tenía intención de devolverse o de seguir hacia otro destino, ahora, tras algún tiempo de experiencia migrante, solamente 49 por ciento declaró mantener la intención de devolverse o de migrar nuevamente. El deseo de quedarse aumentó 12 por ciento en los primeros momentos de la migración a 37.5 por ciento en el momento actual, con la salvedad de que cambiaron de cuatro por ciento a 13.5 por ciento aquellos que no contestaron la pregunta, lo que ilustra el crecimiento de la indecisión sobre la permanencia. La Gráfica 3 ilustra cómo hay efectivamente un cambio de expectativas por parte de los inmigrantes en relación a la permanencia y al desplazamiento comparándose sus intenciones al inicio de su experiencia migrante en Chile y en el momento actual, reforzando la observación cualitativa de que gran parte de los migrantes en el Norte Grande llegan con intenciones de desplazamiento que serían o bien más ambiciosas (proyectando el centro del país) o pensadas a partir de la movilidad permanente entre origen y destino.

 

Este cambio de intenciones provocado por las particularidades del contexto de recepción y las complejidades que éste pueda plantear no son la única razón porque la movilidad interna en Chile se presenta reducida entre las personas encuestadas. Habría que considerar muy especialmente la especificidad fronteriza que esta región presenta. En este sentido, muchos de los inmigrantes toman la decisión de no seguir migrando hacia la capital del país pensando que la cercanía a las fronteras de Perú y Bolivia es beneficiosa, permitiendo recursos y estrategias de sobrevivencia de los que los migrantes peruanos y bolivianos en el centro del país no pueden hacer uso.

Tomemos como ejemplo el caso de las mujeres peruanas en las tres regiones chilenas objeto del estudio, a las que observamos con mayor detalle en la región de Arica y Parinacota, donde su presencia es especialmente numerosa. La observación participante en Arica, Iquique, Antofagasta y Calama permite afirmar que las mujeres peruanas desplazadas hacia estas localidades chilenas provienen de territorios del sur peruano y que su elección de migrar hacia estas comunas se debe en gran medida a la posibilidad de volver más a menudo a sus localidades de origen en Perú. Esto determina que sus estrategias de desplazamiento sean diferentes de las que realizan las peruanas que viven en la región metropolitana y que además estén marcadas por circuitos de movilidad más intensos, con más viajes entre los dos países —lo que en última instancia determina condiciones sui generis para el transnacionalismo vivido y activado por estas migrantes.17— Muchas de las peruanas que trabajan en Arica —a tan solamente 58 kilómetros de Tacna, ciudad peruana más próxima— viven en Chile solamente entre semana, y vuelven a sus casas en Perú los fines de semana. Otras peruanas optan por ir a diario a Chile, lo que construye una interesante relación con el eje transfronterizo acotando los espacios de trabajo al territorio chileno, a la vez que se acota la vivienda al Perú. Esto determina otro patrón de transferencia del capital recibido por el trabajo, en la medida en que gran parte de este capital se gasta en origen, movilizando de manera más intensa las economías locales en las ciudades peruanas de donde provienen estas migrantes. Pero no se pueden comprender las estrategias de las migrantes peruanas en el norte sin considerar que este tipo de flujo Perú-Chile-Perú es parte de los paisajes locales, es parte de lo que define la estructura económica, social y política de ciudades como Arica (en el lado chileno) y Tacna (en Perú) entre las cuales se registra un flujo humano anual de un millón de personas (Podestá, 2011: 128).

Considerando estas especificidades de la realidad fronteriza de los territorios del estudio, el dato acerca de la baja movilidad en territorio chileno de los inmigrantes encuestados cobra otro sentido. Apunta a que el desplazamiento en la vida de estos migrantes se construye más probablemente entre las fronteras nacionales, es decir, su vida involucra un contacto continuo a través de viajes de ida y vuelta a sus localidades de origen (o incluso a otras localidades en sus países). De esta manera, su poca movilidad entre ciudades en Chile no implica de ninguna manera una relación estática con el territorio: implica más bien que su movilidad se concentra en otro tipo de itinerario, al que dedican mucho más energías y recursos.

Podría plantearse que el paso del tiempo en destino y la esperable o hipotética inserción social y laboral de los migrantes, configura un escenario que tienda reducir las expectativas de retorno de las personas a su lugar de origen, configurando o adecuando a estos sujetos a la categoría de inmigrantes y no de migrantes, entendiendo la primera como aquellos cuyo desplazamiento tiene un destino ya fijo o consolidado (Kearney, 2008). Sin embargo, para el presente caso, este asentamiento en destino que comienza a tener visos de permanente, va a su vez acompañado de una alta expectativa de sostenimiento de una dinámica de viajes entre origen y destino. Esta expectativa, más allá de cuajar en la hegemónica noción de transnacionalismo desarrollada por Portes et al. (1999) —aquella que coloca la durabilidad y estabilidad del vínculo como condición del establecimiento de una dinámica transnacional— comienza a prefigurar la formación de un campo que desestabiliza la separación tajante entre lugares de origen y destino, además de la centralidad que en ella tiene la frontera nacional. Sea por la factibilidad que para ello otorga la situación fronteriza del flujo, sea por el desarrollo de los transportes y las comunicaciones en estos espacios, o sea por la especificidad de la actividad económica que se pretenda desarrollar, tanto en las expectativas del migrante como de su entorno familiar, esta idea o proyecto se presenta en más de 50 por ciento de los casos (Cuadro 7). Se puede así caracterizar la migración identificada en las cuatro ciudades estudiadas como marcada por una intensa movilidad que es transfronteriza, transnacional y translocal. Los datos apuntan a que la transformación de expectativas de los migrantes sobre su tiempo de permanencia provoca un cambio simultáneo y análogo en su entorno familiar en origen, lo que permite entender también en qué medida las experiencias vividas en Chile impactan los imaginarios, concepciones y proyectos de futuro de aquellos que se quedan en origen, incidiendo en la manera como las redes migratorias entre un lado y otro de la frontera diseñan sus articulaciones. Sea como fuere, queda patente la intención de mantener las dinámicas de desplazamiento activas "entre aquí y allá", lo que da cuenta del mismo perfil de movilidad incesante y transnacional que caracteriza 58 por ciento de las expectativas de los sujetos encuestados.

 

Repárese que 27 por ciento no supo o no contestó sobre sus expectativas de traslado, lo que puede remitir al hecho de que parte de los sujetos no elaboran discursivamente este desplazamiento, es decir, o bien lo viven sin encontrar en él algo sobre lo que deberían reflexionar, "naturalizando"18 el desplazamiento.

 

En circuito: contornos y especificidades de las experiencias migrantes entre Perú, Bolivia, Chile y Argentina

Una de las preocupaciones de la investigación en relación a la migración andina en el Norte Grande era establecer itinerarios recurrentes, indagando sobre los caminos comunes y flujos migrantes que llevan la población desde Perú y Bolivia hacia las ciudades en Chile. Para dar cuenta de ello, se exploró si los encuestados habían migrado a otros países antes de llegar a Chile. Se pidió, además, que informaran cuáles habían sido estos países y acerca de la temporalidad de estas experiencias previas. Al indagar sobre el año en que por primera vez salieron a vivir fuera de su país, nuevamente se observa una mayor frecuencia de partida o salida migratoria que se presenta concentrada desde el año 2007 en adelante y que se relaciona también con que la mayor parte de los encuestados declararon el destino chileno como su primera experiencia migratoria (Cuadro 8).

17 por ciento de los entrevistados declaró contar con otra migración internacional previa, contra 83 por ciento para quienes Chile es el primer país al que emigran desde sus localidades de origen.

Las anteriores experiencias de migración internacional con que eventualmente cuentan los sujetos migrantes, se encontrarían a la base de la construcción de un capital social migratorio que es usado en orden para solventar u organizar las posteriores experiencias de desplazamiento migrante.19 Si bien una amplia mayoría declara no tener una experiencia anterior en este sentido, no deja de ser estimable el que 17 por ciento sí las haya tenido, dado que como se señaló, éstas suelen convertirse en un acervo de recursos de diversa índole (de acumulación económica, de formación de redes, etc.) del que los migrantes suelen echar mano. Se indagó entonces en este 17 por ciento que afirmó tener experiencias previas de migración internacional, hacia dónde habían emigrado. Su respuesta está ilustrada en el Cuadro 9.

Argentina apareció como el país preferente, congregando 32 por ciento de las experiencias previas mencionadas. El dato, no obstante, no llega a ser del todo novedoso ya que dicho país ha sido durante buena parte de los años 80 y 90, uno de los destinos preferentes de los migrantes peruanos y bolivianos. En gran medida, el hecho de que Argentina haya perdido parte de su importancia como destino intra-regional de estos dos colectivos nacionales se relaciona con las crisis económicas vividas ahí, especialmente en el periodo que va de 1998 a 2004 (Solimano y Andrés, 2008). Esta reducción de la migración hacia Argentina debido a sus oscilaciones económicas, sin embargo, no quita la relevancia de los colectivos peruanos y bolivianos y no disminuye la importancia de las redes transnacionales que se articulan entre este país y los espacios de origen, ya sea en Perú o en Bolivia.

En relación a la migración peruana hacia Argentina, comenta Paerregard que:

En 1994, el número de inmigrantes peruanos en Argentina creció súbitamente y en los siguientes seis años este país se convirtió en uno de los destinos más buscados por quienes decidían salir de Perú. Este desborde fue desatado por la creciente demanda de mano de obra barata extranjera que se experimentó en Argentina a fines de los años ochenta y principio de los noventa, así como por la crisis económica y política que se abatió sobre los peruanos luego de la introducción del neoliberalismo desenfrenado del gobierno Fujimori. (...) Dado que muchos de ellos [de los migrantes peruanos] provenían de zonas marginales de Lima u otras ciudades, no contaban con los medios para emigrar a destinos lejanos como Norteamérica, Europa y Japón; empezaron a buscar alternativas y horizontes de más fácil acceso. Consecuentemente, entre 1994 y 2000, Argentina recibió más de cien mil peruanos y, a pesar de que esta migración casi cesó en el año 2001, cuando el país receptor sufrió una severa crisis económica, la comunidad peruana en Buenos Aires sigue siendo una de las más grandes concentraciones fuera de Perú (Paerregard, 2005: 231).20

Hablando en números, esta reciente migración peruana hacia Argentina —muy intensificada desde 1990 hasta incluso mediados de la primera década del siglo XX— habría involucrado un total de 272 mil personas, según el conteo del gobierno peruano, constituyéndose como predominantemente femenina (con 55.3 por ciento de mujeres) (Cozzani e Insa, 2011).21 Argentina habría sido, hasta 2007, el segundo destino migratorio preferido de los peruanos a escalas globales.22 Lo importante para la argumentación acerca de la relevancia de la migración hacia Argentina —en el sentido de dibujar dinámicas de desplazamiento y formación de redes transnacionales entre Perú, Chile, Bolivia y Argentina— se refiere al hecho de que buena parte de los migrantes peruanos que alcanzaron territorios argentinos ubicados fuera de la provincia de Buenos Aires, en las pasadas décadas, lo hicieron a partir de desplazamientos por tierra que involucran el cruce o bien de territorio chileno, o bien de territorio boliviano:

El trayecto principal es vía terrestre. Comenzando en Lima, ciudad cabecera de la red de comunicaciones con el interior, la duración del viaje se extiende por más de dos días en ómnibus de empresas locales. Destacan en el recorrido el paso de 'Santa Rosa', que une las ciudades de Tacna y Arica en la frontera Peruano-Chilena y el paso más activo del oeste argentino 'Cristo Redentor' que une las urbes de Santiago de Chile con Mendoza. (...) Otro recorrido, menos frecuente, incluye el viaje por Bolivia para ingresar a la Argentina. Dejan Perú por el control de Desaguadero, en el departamento de Puno, atraviesan las ciudades de La Paz y Potosí e ingresan a la Argentina por La Quiaca, para dirigirse a Mendoza (Cozzani e Insa, 2011).

De esta manera, se podría hablar de una dinámica de circuito migrante que se refiere a prácticas de traslado internacional terrestre preferente entre Perú, Chile y Bolivia con destino a Argentina (Gerbaudo Suárez et al., 2010: 44) y que establece no solamente unas rutas para los migrantes que son comunicadas a las redes sociales de éstos —constituyéndose por ende un capital social que incide en origen— sino que también establece un conocimiento previo sobre localidades chilenas y bolivianas que hacen parte de este recorrido hacia Argentina, atravesando el norte chileno.

Ahora bien, este gran aumento de la migración peruana hacia Argentina, como comenta Paerregard (2005) viene reduciéndose desde 2001(García, 2009: 22; Lipszyc, 2004: 11; Solimano y Allendes, 2008: 39-40).23 De esta manera, se puede suponer que el capital migratorio acerca de las rutas y localidades del norte de Chile, incentivado por este camino inicial hacia Argentina, se activa como conocimiento de posibles alternativas para emigrar. En el momento en que la crisis se hace notar de manera más violenta con la destrucción de empleos, los migrantes peruanos pudieron echar mano de este conocimiento de las rutas terrestres para emigrar al vecino Chile y para no tener que devolverse al país de origen. El camino de ida se convierte así en camino de vuelta, pero una vuelta que no les lleva hasta el país de origen: los deja en Chile, cumpliendo un ciclo que termina por consolidar el circuito migratorio que se conceptualizó anteriormente.24 Esta decisión de quedarse en Chile —o de irse a ese país provisionalmente hasta que las cosas mejoraran en Argentina o en origen— se reforzaría además por el hecho de que Chile presenta un crecimiento económico constante desde los años 2000, alcanzando índices de desempleo muy inferiores a la media regional y constituyéndose como una buena alternativa para la migración laboral. Los datos acerca de la intención inicial de los inmigrantes que encuestados, señalan que en su mayoría ellos no pretendían quedarse a vivir en Chile.

Si se observa a este fenómeno teniendo en consideración al colectivo boliviano, se llega a conclusiones parecidas que solidifican la hipótesis acerca de que el norte de Chile haya entrado a componer parte de un circuito migratorio Perú-Bolivia-Chile-Argentina, activado especialmente a partir de los años 1990.25 Argentina es el primer país de destino para los bolivianos (seguido de Estados Unidos, Brasil, Chile y España): "el último censo general de población en la Argentina (2001) hace referencia a 233 464 bolivianos y la cancillería de Bolivia estimaba hacia el año 2003 que había 947 503 nativos en la Argentina" (Sassone, 2009: 392-393).

Pese a la importancia del país como destino de la migración boliviana, se pudo observar cómo (a partir de 1998) un movimiento de rechazo a la presencia boliviana culminó en la generalización de un hostigamiento público a la presencia de estos migrantes, lo que repercutió en la criminalización mediática y policial de los bolivianos.26 Esta persecución social y mediática sumada a la crisis económica eclosionada en 2001, provocó una oleada de regreso a Bolivia (García, 2009: 23). Como menciona el Colectivo Jiwasa, buena parte de la migración boliviana hacia Buenos Aires no era proveniente de territorios colindantes con Argentina. Este es el caso, por ejemplo, de la masiva migración de bolivianos de la pequeña ciudad de Palca, que se dirigen desde los años 80 a San Luis, periferia de Buenos Aires (Colectivo Jiwasa, 2009: 85). Palca, situada al sur de la ciudad de La Paz, es uno de los muchos ejemplos de ciudad boliviana con importantes semejanzas con el contexto social-económico del Norte Grande chileno. Su economía está basada en la minería y en la agricultura, con un importante porcentaje de la población con orígenes o vinculación con pueblos indígenas. Además, la ciudad está a tan solamente 492 km de Arica, por ejemplo, siendo por lo tanto mucho más accesible (temporal y económicamente) viajar desde allí a las ciudades de Arica, Iquique, Antofagasta y Calama, que a Buenos Aires. En este sentido, es dable suponer que con la reducción de las posibilidades de trabajo en Argentina, parte de los bolivianos que antes cruzaban su país en dirección a Buenos Aires, hayan replanteado sus estrategias migrantes, pensando en el creciente mercado laboral ofrecido por las ciudades del más cercano norte chileno. Esto fue relatado por uno de los bolivianos entrevistados en Calama:

Yo creo que hay muchos bolivianos acá de diferentes sectores (...). A todo esto cuando yo llegué [a Calama en 1992] era el único paceño, yo y mi familia, o sea éramos muy pocos los de La Paz acá, ahora somos muchos, la migración del oriente boliviano se ha incrementado mucho. (.). Santa Cruz, Beni, Pando, este era un reducto netamente de potosinos y cochabambinos, había mucho acá y sigue habiendo por la cercanía, principalmente de Potosí, entonces paceños (MA. Boliviano, 55 años, entrevistado en Calama, febrero de 2012).

Como el relato explica, la migración boliviana hacia ciudades del norte de Chile, como es el caso de Calama, procedía predominantemente de las regiones adyacentes a la frontera de Bolivia y Chile, en especial de Oruro y Potosí. Sin embargo, se hace notar una presencia importante de personas provenientes del oriente boliviano, de ciudades o pueblos cercanos a La Paz o incluso más al norte de esta ciudad: localidades que históricamente han cedido migrantes a ciudades argentinas. El dato corrobora la hipótesis de que la crisis económica en Argentina, sumada al simultáneo boom minero en el norte de Chile está activando un circuito de tránsito migrante que re-direcciona migraciones bolivianas hacia Chile. Considerando todos estos datos, se puede afirmar que la experiencia previa en Argentina de 32 por ciento de los encuestados con alguna otra migración internacional anterior a la que ahora viven en Chile, remite a situaciones macro-sociales que apuntan un rediseño fronterizo de los desplazamientos entre Chile, Perú, Bolivia y Argentina.

 

consideraciones finales

Se pueden postular tres ideas-clave que articulan el análisis de los resultados de la encuesta aplicada a migrantes peruanos y bolivianos el Norte Grande, tal como se desarrolló a lo largo del presente artículo. Aunque de forma preliminar, estas ideas constituyen los puntos centrales a partir de los cuales se pueden delinear unos rasgos generales del proceso de movilidad humana transfronteriza entre el norte chileno, Perú, Bolivia y Argentina.

En primer lugar, la investigación observa que los circuitos de movilidad en el Norte Grande tienen una profundidad histórica que antecede —a la vez que desestabiliza— la fijación moderna del principio de fronteras nacionales en este espacio. Pero también se verifica que los actuales procesos de desplazamiento humano, aunque deudores de lógicas históricas precedentes, constituyen una actualización particular de este fenómeno, condicionada contemporáneamente por factores que actúan en dimensiones micro y macro-sociales. Así, la movilidad transfronteriza en estos espacios fue translocal en el periodo anterior a la delimitación de las fronteras peruanas, bolivianas, chilenas y argentinas (ocurrida tras conflictos bélicos en fines del siglo XIX). No obstante, la existencia de flujos y caminos que surcan estos territorios hoy nacionalmente divididos no configura una reproducción ipso facto de los procesos de movilidad migratoria que han existido históricamente. Constituyen más bien procesos históricos en los que el trasfondo social, económico y cultural es continuamente negociado. Esta negociación y re-actualización ocurre tanto de la mano de las transformaciones macro-estructurales —como el actual boom minero en el norte chileno o los ciclos de crisis de la economía Argentina— como por factores de orden micro-estructural. En este sentido, el segundo punto sobre el que el estudio lanza luces se refiere a que la activación de redes migrantes —constituidas a modo de capital social y activando modos específicos de cruzar estos espacios— opera, desde las relaciones sociales de base, una reconstrucción de las formas de movilidad sobre el territorio. Así, la activación de un nuevo perfil y de nuevas formas de interconexión entre las localidades peruanas y bolivianas de origen y las ciudades estudiadas en el norte chileno y otros espacios argentinos, alteran las relaciones sociales, económicas e incluso políticas entre estos espacios locales, articulados ahora por la movilidad de las personas. Aquí, el estudio coincide con las apreciaciones de Portes (2004) quién reconoce que las migraciones transnacionales y transfronterizas son un fenómeno social de base y que no obstante, puede tener impactos sociales de larga escala o duración.

Finalmente, un tercer punto se refiere a que esta experiencia de transnacionalismo "desde abajo" conecta formas de acción social que son simultánea y dialécticamente comunitarias e individuales. Las decisiones de los migrantes, la utilización de los recursos derivados de la experiencia migratoria y las estrategias de desplazamiento constituyen formas de acción que no pueden ser entendidas dicotómica ni rígidamente enmarcadas en patrones (étnicos, nacionales, culturales) ni como resultado del cálculo racional de los individuos. Esto plantea la necesidad de comprender la acción individual en su trasfondo colectivo y entender la constitución de la comunidad y de los capitales sociales migrantes no como formas reificadas de experiencia de "lo colectivo". En esta línea, se relevan también unos patrones de movilidad que ponen en jaque la noción misma de inmigración, si es que ésta se plantea como un movimiento que desplaza sujetos o grupos para, acto seguido, fijarlos en otra parte. Aquí, la migración emerge como una estrategia de movilidad que resignifica espacios, conecta localidades, pero que se emancipa de una relación estanca entre tiempo y espacio.

 

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Nota

* Los autores agradecen a la Comisión de Ciencia y Tecnología de Chile (FONDECYT) que financia este estudio a través de los proyectos: FONDECYT 11110246 Etnicidad y procesos translocales en espacios de frontera: migraciones internacionales en el norte de Chile, dirigido por Alejandro Garcés y FONDECYT 11121177 Conflictos de género, inserción laboral e itinerarios migratorios de las mujeres peruanas en Chile: un análisis comparado entre las regiones de Arica-Parinacota, Tarapacáy Valparaíso, dirigido por Menara Lube Guizardi.

1 Para un análisis histórico del centralismo cómo ideología de las élites santiaguinas, como elemento estructurante del silenciamiento (económico y político) de las demás regiones nacionales y como principal motivación del control dictatorial/militar en la conformación del Estado chileno entre el siglo XIX y XX, véase Salazar (2005).

2 Véase McEvoy (2011: 15).

3 Los recursos más habituales de este proyecto político y étnico-identitario fueron: la construcción del relato historiográfico sobre la Guerra de acuerdo con las lecturas militares chilenas (Morong y Sánchez, 2007); la política de nacionalización de las escuelas estatales (operadoras de una importante violencia cultural en la región) (Cavieres, 2006; González, 2002); la expulsión sistemática de los ciudadanos peruanos; la acción de las Ligas Patrióticas Chilenas (aparato paramilitar que perseguía a peruanos y bolivianos) (González, 2004) e incluso a partir de los clubes de rodeo, de baile y las bandas militares (González, 1994) que imponían en el norte los patrones culturales del centro-sur chileno.

4 Con Bauman, se puede pensar que la globalización, más que generar una "compresión de la relación tiempo-espacio", como definió Harvey (1989) genera una diferenciación y pulverización de los usos del tiempo y espacio. Estos usos pasan a ser no solamente diferenciados, sino también diferenciadores de las personas, procesos y mercancías (Bauman, 2006: 8).

5 Kearney (1995:548) subraya el contenido político del término, alegando que el transnacionalismo llama la atención del investigador a los proyectos políticos culturales de los Estados-nación, ya en que estos Estados buscan hegemonizar procesos con otros Estados-nacionales, con sus propios ciudadanos y con sus "aliens". Levitt y Glick-Schiller (2004:62) coincidirán con parte de esta perspectiva política de Kearney, alegando que los estudios sobre el transnacionalismo contribuyen a la formación de un nuevo paradigma, "el cual rechaza la idea de que la sociedad y el Estado-nación son una misma cosa".

6 La aplicación de los cuestionarios y su tabulación estuvo a cargo de Alejandro Muñoz, Leyla Méndez, Francisca Kohler y Romina Adaos.

7 De las informaciones arrojadas tras la aplicación de estas metodologías, la que constituyó el punto de partida del proceso de investigación se vincula al cuarto bloque de la encuesta: referente a los itinerarios migrantes y a las lógicas de desplazamiento espacial de la migración peruana y boliviana en el norte de Chile. Los datos recopilados permitieron observar la construcción de unos circuitos migratorios que involucran no solamente a Chile, Perú y Bolivia, estando también interconectados con localidades argentinas. Las circulación de gentes y de mercancía en estos territorios se vincula a procesos que tienen a los cuatro países como protagonistas de manera que no se puede explicar la actual migración peruana y boliviana al norte de Chile sin contextualizar las dinámicas sociales, económicas y culturales que involucran a estos cuatros estados.

8 Según datos de los censos chilenos de 1992 y 2002 (INE-Chile, 2012) se observa que el porcentaje de mujeres sobre el total de migrantes peruanos en la Región de Tarapacá pasó de 40 por ciento (en 1992) a 58.7 por ciento (en 2002). Para el mismo periodo, la migración femenina peruana en Arica y Parinacota aumentó de 49.9 por ciento a 56.9 por ciento y en Antofagasta de 51.5 por ciento a 56.3 por ciento.

9 Muchos migrantes mantienen sus hijos en el país de origen, con lo que el ahorro y la mejora en las condiciones de vida de los hijos se materializa a partir del envío de remesas que van a incidir directamente en las localidades de origen —ya sea aumentando la capacidad de consumo local, ya sea a partir de inversiones en mejoría de las viviendas, por ejemplo—. En el caso de los migrantes que afirman tener la intención de comprar una casa propia en origen o montar un negocio, también se nota muy claramente la vinculación permanente con las localidades de origen, proyectadas estas últimas como el destino del esfuerzo migrante y/o como objetivo final del desplazamiento migratorio. Esto ayuda a constituir una cierta mitología del retorno, que impregna la experiencia migratoria de una temporalidad imaginada cíclica: se migra a Chile con el propósito de devolverse a la localidad desde donde se partió, cerrando así un ciclo que estaría abierto mientras esté el migrante en el país de acogida. Esta expectativa temporal cíclica constituye, en muchos casos, lo que se ha denominado "el mito del retorno" entre los migrantes (Garcés, 2005).

10 Esto se apoya en los argumento de Burawoy (2000: 3) para quien el estudio de fenómenos globales (como la migración internacional) enfrenta obligadamente -e incluso centralmente, diríamos- la cuestión de la recomposición de la relación tiempo-espacio a partir de los procesos de desplazamiento, compresión, distanciamiento y disolución que se han generalizado globalmente desde los años ochenta del siglo XX (Harvey, 1989; Bauman, 2006). Así, se comprende que "al entrar en las vidas de aquellos a quienes estudian, los etnógrafos se adaptan a los horizontes y ritmos de la existencia de los sujetos. El etnógrafo tiene, por consiguiente, una visión privilegiada de la globalización como experiencia vivida. Sobre esta base, si la Etnografía logra establecer una 'tierra firme' y desplegar nuevos mapas cognitivos, ella puede lanzar luces sobre estos novedosos procesos de nuestra era" (Burawoy, 2000: 4. Traducción propia. Énfasis añadido).

11 Se reincide en el debate de Santos, para quien: "Tiempo es espacio y espacio es tiempo. Para trabajarlos conjuntamente y de forma concreta, tienen que empirizarse y esta empirización es imposible sin la periodización. Es a través del significado particular, específico de cada segmento de tiempo, cuando aprendemos el valor de cada cosa en un momento concreto.. .una misma cosa deja de ser lo que era antes, en el transcurso de la historia, a medida que cambia su contenido histórico" (Santos 1996: 80, en Sassone, 2009: 393).

12 El número de empresas contratistas en la minería pasó de 1296 en el año 2000, a 2896 en el año 2009. Para este mismo intervalo, las empresas mandantes (que contratan los servicios de las contratistas) pasaron de 314 a 597 (Carrasco y Vega, 2011: 25).

13 La tendencia a la subcontratación, a la flexibilización de los contratos de duración indefinida y aumento de aquellos definidos como "temporales" se ha generalizado también en otros sectores de la economía chilena. Para más detalles, véase el informe de la última Encuesta Nacional de Condiciones Laborales, ENCLA (Dirección del Trabajo, 2009).

14 Esta prohibición se debe a la ideología que durante mucho tiempo impregnó la legislación chilena acerca de los extranjeros en el país. Pues, "con la dictadura de Augusto Pinochet, se realizaron algunas modificaciones a aquella ley de migraciones [la primera existente en Chile, promulgada en 1850], estableciéndose en 1975 el decreto de ley núm. 1094, conocido como La Ley de Extranjería, que se caracterizó principalmente por su orientación policial y de control, cuyo objetivo era evitar la entrada de 'elementos peligrosos o terroristas' que amenazaran la 'estabilidad nacional'(...)". (Jensen, 2009: 106).

15 Son los artículos 19 y 20 del Código del Trabajo de Chile los que designan las reglas sobre la nacionalidad de los trabajadores en las empresas chilenas. Estos artículos disponen que "85 por ciento, a lo menos, de los trabajadores que sirvan a un mismo empleador será de nacionalidad chilena. Se exceptúa de esta disposición el empleador que no ocupa más de 25 trabajadores" (Dirección del Trabajo, 2011: 24).

16 Esta percepción familiar tiende a cambiar con el tiempo o por lo menos esto han manifestado los encuestados. Cuando se les pregunto sobre qué expectativa tendrían sus familiares actualmente acerca de su permanencia en Chile, 21.5 por ciento contestó que la familia espera que ellos se queden definitivamente, lo que significa un incremento de 13.5 por ciento en relación a la expectativa familiar inicial. 66 por ciento dijo que los familiares esperan su regreso o nueva migración (21 por ciento menos de los que lo esperaban en el inicio del proyecto migratorio). 12.5 por ciento no contestó o declaró no saber cuál es la expectativa de la familia.

17 Si en Santiago las migrantes hacen uso de empresas internacionales de envío de dinero para hacer llegar las remesas a sus familias en Perú (Stefoni, 2005) en el norte (al menos en ciudades fronterizas como Arica) la circulación del dinero está a cargo de las mismas mujeres que lo llevan personalmente a sus familias. Esto implica una relación diferente de estas migrantes con su nueva figura de mantenedoras económicas: una relación más directa, más presencial de lo que ocurre con las peruanas en Santiago.

18 La naturalización sería el efecto de inscripción duradera de las realidades sociales en el mundo natural (Bourdieu, 1999: 120) a partir del cual procesos sociales son tomados como formas reguladas por lógicas que serían ajenas a la voluntad y decisiones humanas. Por arte de este efecto, las formas y procesos sociales sufren una especie de enajenación, siendo entendidos como separados de las personas o grupos que provocan su existencia y manutención.

19 Como se explicó anteriormente, este capital se manifiesta normalmente en la articulación de las redes sociales migratorias que operan independizando al flujo migratorio de las causas que originalmente lo provocaron, dotando al desplazamiento de un carácter independiente o autosostenido (Arango 2003, Malgesini, 1998; Massey et al., 1993). Por otro lado, siguiendo a la Escuela de Manchester se pueden entender dichas redes y los capitales que movilizan como sistemas de flujos de información y comunicación acerca de las condiciones y oportunidades en los distintos espacios que la migración comunica (Martínez Veiga, 1997; Mitchell, 1999).

20 Gerbaudo Suárez et al. (2010) concuerdan con Paerregard en la asunción de que la demanda por servicios de baja remuneración genera un mercado laboral no-calificado que atrae a la migración peruana hacia Argentina, lo que sería determinante también para explicar la feminización de esta migración peruana: "Así, las mujeres peruanas que llegan a la Argentina quedan relegadas a desempeñar trabajos no formales, como el servicio doméstico, el comercio ambulante y otros servicios de limpieza extra domésticos, no cubiertos por la población nativa debido a las bajas remuneraciones y malas condiciones de empleo. La inserción de las migrantes en el mercado devino en la precarización del empleo, acentuada por la condición migratoria, la inequidad de género y el estatus ilegal que las clasifica según se hallen en condición irregular" (Gerbaudo Suárez et al., 2010: 43).

21 El dato de 55.3 por ciento de mujeres peruanas hacia Argentina proviene de los informes de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM, INEI, DIGEMIN, 2008). Según este informe la migración peruana en Argentina sería más feminizada que la migración de esta nacionalidad hacia Estados Unidos y España, por ejemplo, donde las mujeres peruanas sumaban para la fecha 51 por ciento del total de inmigrantes entre sus connacionales. El dato es muy relevante en el sentido de incidir sobre una mayor feminización de las migraciones peruanas en el contexto sudamericano, lanzando luces sobre la posibilidad de que un perfil de mujeres con más baja renta acceda a los viajes hacia los países de la región. Los datos del censo argentino sobre el nivel de feminización de las migraciones peruanas son aún más elevados: "los censos argentinos registran 8 561 en 1980, 15 939 para 1991 y 88 260 en 2001, 40 por ciento de los cuales ingresó después de 1995. Las mujeres representaban el 33.6 por ciento de esta corriente en 1980 y 59.4 por ciento en 2001. Según afirmaciones de autoridades del Consulado General del Perú en Buenos Aires, sus connacionales en el país alcanzaban los 125.880 en 2003 y superaban los 140 mil en 2004" (Cozzini e Insa, 2011).

22 Según Abusado y Pastor (2011: 7): "con respecto al destino de los emigrantes peruanos, en términos acumulados entre 1990 y 2007, 67 por ciento de los emigrantes peruanos eligió como continente de destino América (1 299 385 peruanos), 28.4 por ciento Europa (551 189 peruanos), cuatro por ciento Asia (76 700 peruanos) y 0.7 por ciento África y Oceanía (13 543 peruanos). Asimismo, en relación a los principales países de destino de los emigrantes peruanos entre 1990 y 2007, estos fueron: Estados Unidos (30.6 por ciento), Argentina (14 por ciento), España (13 por ciento), Chile (9.3 por ciento), Japón (3.7 por ciento) y Venezuela (3.1 por ciento)".

23 Solimano y Allendes comentan que la severa crisis Argentina de entre 1990 e inicios de los años 2000 provocó una "ola emigratoria" desde este país (2008: 39), lo que se agravó especialmente entre 1998 y 2002, dada la contracción acumulativa del pib argentino (2008: 40).

24 Como bien comentan Gerbaudo Suárez et al. (2010), es recurrente entre las mujeres peruanas que trabajan ilegalmente en Argentina hacer el cruce de vuelta a Perú a través de carreteras chilenas, para luego volver a entrar en Argentina en la condición de turistas, de manera que este circuito terrestre ha sido, en las últimas décadas, un recurso constante para driblar las dificultades documentales que estas migrantes normalmente encuentran en Argentina. En este sentido, se constata una institucionalización ya bastante duradera del circuito.

25 En realidad la migración boliviana hacia Argentina tiene un profundidad temporal muy anterior a la década de 1980 (Pizarro, 2009), remitiendo al siglo XlX incluso, impulsada en aquel entonces por la necesidad de mano de obra masculina para las cosechas en el norte argentino. Lo que se centraliza aquí como objeto de la mirada es justamente la migración que se procesa a partir de fines del siglo XX, por las características transnacionales que ésta presenta y por la intensificación de los traslados entre los dos países, así como del comercio, envío de remesas y vinculaciones transnacionales de otro orden, como bien lo definió Sassone (2009).

26 García (2009: 21) explica este proceso argumentando que "a fines de los años noventa, sería el inicio de la decadencia menemista que dejaría en evidencia las consecuencias de un modelo económico excluyente y empiezan a montarse discursos para la identificación de las causas del malestar social. Así se recurre al siempre práctico recurso de criminalización de los inmigrantes. Ello fue, además, acompañado de medidas concretas: el impulso de dos proyectos de leyes racistas (uno en 1997, otro en 1998), la cacería de inmigrantes ilegales y su detención en las comisarías, sobre todo porteñas, cuando no podían acreditar la legalidad de su estancia: esto permitiría construir el discurso de los inmigrantes delincuentes que llenaban las comisarías del país. La comunidad boliviana fue objeto privilegiado de estas medidas por diversos motivos: su sentido de la colectividad los hacía fácilmente ubicables, con lo cual una razzia policial podía "rastrillar y levantar" muchos ilegales en un solo operativo con gran efecto mediático. En 1998, además, y fundamentalmente como consecuencia del hostigamiento por parte de las fuerzas policiales, se logró el primer convenio migratorio entre Argentina y Bolivia. Se trataría del primer convenio migratorio de la Argentina con sus limítrofes y cercanos".

 

Información sobre los autores

Menara Lube Guizardi. Cientista Social por la Universidade Federal do Espírito Santo (Brasil). Tiene maestría en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Autónoma de Madrid y es doctora en Antropología Social por esta misma universidad. Es investigadora del Instituto Universitário de Pesquisas do Rio de Janeiro (IUPERJ, Brasil) del Departamento de Antropología de la Universidad de Tarapacá (UTA, Chile). Publicaciones recientes: Guizardi, M. L., 2013, "Estereotipos, identidades y nichos económicos de las migrantes brasileñas en Madrid", en Revista de Estudos Femininistas UFSC. (En prensa, 1° trimestre 2013); Guizardi, M. L. y H. A. Garcés, 2013, "Mujeres peruanas en las regiones del Norte de Chile: apuntes preliminares para la investigación", en Revista de Estudios Atacameños, núm. 43, en prensa, Chile; Guizardi, M. L. y B. Guerrero, 2012, "El desborde de las alteridades: las migraciones internacionales en el panorama del capitalismo actual", en Revista de Ciencias Sociales UNAP, 28: 7-18 y Guizardi, M. L., 2012, "Conflicto, equilibrio y cambio social en la obra de Max Gluckman", en Revista Papeles CEIC, 88. Dirección electrónica: menaraguizardi@yahoo.com.br.

Alejandro Garcés H.. Antropólogo por la Universidad de Chile y doctor en Antropología Social por la Universidad Autónoma de Madrid. Investigador del Instituto de Investigaciones Investigaciones Arqueológicas y Museo (IIAM) de la Universidad Católica del Norte. Publicaciones recientes: Garcés H., 2012, Localizaciones para una espacialidad. Territorios de la migración peruana en Santiago de Chile, en Revista Chungará, 44(1); M. L. Guizardi, y A. H. Garcés, 2012, "Mujeres peruanas en las regiones chilenas de Arica-Parinacota, Tarapacá y Antofagasta. Cruces y superposiciones de fronteras de género, etnia, y clase", en V Congreso de la Asociación Latinoamericana de Población. Montevideo; Garcés H., A., 2011, De enclave a centralidad. Espacio urbano, comercio y migración peruana en Santiago de Chile, en Gazeta de Antropología, 27(2) y Garcés H., A., 2011, "Comercio inmigrante y economías étnicas: síntesis y críticas de los debates vigentes", en Polis, 29. Dirección electrónica: ajgarces@gmail.com, agarces@ucn.cl.

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