Imágenes: Archivo Histórico Ferroviario del Museo del Ferrocarril de Madrid

Santa Fe de Mondújar (Almería) / 1946

La comarca del bajo Andarax, donde en el pasado se mezclaron culturas y ahora proliferan huertos de cítricos, enlaza la ciudad de Almería con el resto de comarcas de la provincia. Allí, en 1911, un pueblo de apenas 400 habitantes, Santa Fe de Mondújar, pasó a la historia de la locomoción. Y lo hizo junto a otra pequeña localidad, Gérgal, ya en la Sierra de los Filabres. El tramo ferroviario entre ambas (al que pertenece el viaducto metálico sobre el río Andarax de la imagen) se convirtió en la primera línea electrificada del país. Sí, las primeras locomotoras eléctricas de España comenzaron a funcionar aquí, en la línea de Linares a Almería. Y es que, en la segunda mitad del siglo XIX, el cultivo de la uva en la Alpujarra almeriense y las minas de la Sierra Gádor trajeron la prosperidad a esta región, y había que sortear las dificultades orográficas del territorio para que las mercancías pudieran llegar hasta el puerto de Almería.

@ Archivo Histórico Ferroviario del Museo del Ferrocarril de Madrid
 

ESTACIÓN DE CARTAGENA / 1906

En 1903 comenzaron los primeros trabajos de cimentación de la estación de Cartagena. Sí, ya habían pasado cuatro décadas desde que el 1 de febrero de 1863 se pudiera abrir el tramo ferroviario que unía Cartagena y Madrid, y que se completó, por cierto, en la llamada “década ferrocarrilera española”, época en la que se construyeron los grandes ejes ferroviarios españoles. Y es que, estratégicamente, Cartagena contaba con una situación de privilegio, tanto por su puerto como por las explotaciones mineras de su sierra cercana. De ahí que la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA) considerara prioritario conectar esta ciudad con la capital española. Durante cinco años se prolongaron las obras (en la imagen) de la construcción modernista que albergó una estación considerada de “primer orden”, distinción reservada a las ciudades consideradas más importantes, y que, gracias a ello, lograban que sus edificios mostraran, también arquitectónicamente, la relevancia que la empresa les concedía.

© Juan Salgado Lancha / Archivo Histórico Ferroviario del Museo del Ferrocarril de Madrid.
 

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DÉCADA DE 1920



En las inmediaciones de la calle Xátiva, ubicación de la plaza de toros de València, se alza la Estació del Nord (Estación del Norte), con su característica fachada. La foto, tomada en la década de 1920, reúne múltiples signos de su tiempo, como los coches de caballos que pueden verse circulando o la publicidad del anís Maura, bebida creada en el antiguo municipio valenciano de Real de Montroi por seguidores del expresidente del Gobierno Antonio Maura, que volvería, en esos años, a ocupar un cargo como ministro bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera. La Estació del Nord había sido reinaugurada en 1917 tras unas largas obras de ampliación, que hicieron que creciera de sus anteriores 5.000 metros cuadrados hasta los 15.000. Después de la reapertura, se convirtió en una de las más importantes estaciones de la red nacional. Actualmente, cuenta con las declaraciones de Monumento Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural.



Apenas 11 kilómetros –en línea recta– separan las localidades de Busdongo (León) y Puente de los Fierros (Asturias); aunque entre ambas hay 729 metros de desnivel. Y para que el ferrocarril pudiera sortear este escarpado terreno de la cordillera cantábrica, se trazó un recorrido de 44 kilómetros con 61 túneles y 156 pontones y puentes, obras que duraron diez años. Es la conocida como rampa (o bajada) de Pajares. Un trayecto de la línea Gijón-León, concebido para transportar la producción minera, que se inauguró el 15 de agosto de 1884. Fue entonces cuando terminó una de las mayores obras de ingeniería de la España del siglo XIX, una vía que, en no pocas ocasiones, ha visto limitada su función por las condiciones climatológicas, como muestra esta imagen, en la que incluso aparece el rastro de la máquina quitanieves. 

DÉCADA DE 1940

Ocho años tardaron en llegar los trenes a la Estación de San Cristóbal una vez concluida, en 1935, su construcción, en el barrio coruñés de Os Mallos. Y es que, debido tanto a la Guerra Civil como a la enorme dificultad del trazado, las vías no estuvieron completamente operativas hasta el 14 de abril de 1943, cuando tuvo lugar, por fin, su inauguración, apenas meses antes de la fecha en la que se capturó esta imagen. Un singular de edificio de granito, acero y vidrio, y de estilo neorrománico, proyectado por el ingeniero Antonio Gascué Echeverría –y cuya silueta recuerda a la estación central de Helsinki, realizada en 1911 por Eliel Saarinen–, que permitió finalmente abrir el tramo entre Santiago de Compostela y A Coruña. Aunque hubo que esperar hasta 1957 para poder conectar Zamora y A Coruña. Gracias a ello, San Cristóbal, ganando la partida a la antigua estación de la ciudad que en 1964 fue destruida a consecuencia de un incendio, logró conectar la capital gallega con el centro de la península.

© Enrique Castillo / Archivo Histórico Ferroviario del Museo del Ferrocarril de Madrid.



En la ventanillas de despacho de billetes para las líneas de Norte de la Estación de Príncipe Pío, un pasajero realiza su consulta, mientras los demás esperan. El último de la fila nos devuelve la mirada. El puente que va de sus ojos a los nuestros tiene 80 años. Los países que conecta también son distintos. Con la II Guerra Mundial en curso y el régimen recién establecido en España alineado con las potencias del eje, el Madrid de entonces era el de las cartillas de racionamiento y los personajes de misterioso acento y licencia para espiar. Es la capital que el escritor Camilo José Cela, a la postre Premio Nobel de Literatura, inmortalizó en la novela ‘La colmena’, crónica de las secuelas de la posguerra en la vida cotidiana, que describía el día a día de las gentes sencillas como “una mañana eternamente repetida”.

Escribía el francés Patrick Modiano que “vivir cerca de una estación te cambia completamente la vida”, ya que “tienes la impresión de estar de paso”. Aunque en algunas de ellas, la vida allí no transita, sino que permanece. Lo sabían bien aquellos ferroviarios que trabajaban y vivían con sus familias en algunos de los edificios que fueron construidos en apeaderos. Edificios de piedra como el que aparece en la imagen, que corresponde a la estación que se encontraba entre los concellos gallegos de Ordes y A Pontraga. Una obra de Ramón Cortázar de Urruzola que se levantó en 1943, siguiendo el mismo trazado que el propio arquitecto concibió para otra estación lejos de allí: en Azpeita. La comarca de Ordes logró crecer gracias a la actividad que proporcionaba el llamado “Directo de Galicia”, que cubría el tramo entre Santiago de Compostela y A Coruña correspondiente a la línea ferroviaria que unía Zamora y A Coruña. Un servicio clausurado en 2008, aunque aquí comenzó una segunda vida como escuela taller y área recreativa de un sendero natural que une Santiago de Compostela y Cerceda. 

Era el adalid de la anhelada modernidad. El prototipo del Talgo I suponía la entrada de España en el futuro. En 1944 se presentó el primer modelo que cambiaría la forma de viajar de todos. Sus primeras pruebas en Madrid pusieron al convoy a 120 km/h, que llegó a superar en un viaje desde la estación de La Cañada hasta Ávila, con 135 km/h. La apuesta por la velocidad era concluyente, ya no había vuelta atrás. Su imagen sonriente, casi animada, acompañaba a muchos de los innovadores conceptos que aportada este tipo de tren: dinamismo, comodidad y cercanía. Los Talgo dejaban atrás los coches de 26 metros de longitud por una armadura articulada de vagones más bajos, de aluminio y más bajos. Fueron diseñados por la empresa española Patentes Talgo, cuyas siglas eran Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol, por el diseñador Alejandro Goicoechea. A los pocos años llegó el Talgo II, en 1950, cuando ya arrancaron los primeros viajes comerciales. Entonces, ya se podía decir que había llegado el ansiado progreso. 

 

En 1948 se conmemoraba el centenario de la inauguración del ferrocarril en España, cuyo primer recorrido fue de Barcelona a Mataró. Por esta razón, en ese año, en la Ciudad Condal se organizó una exposición con imágenes y documentos históricos, cuya labor de archivística derivaría, más tarde, en la creación del Museo del Ferrocarril de Madrid. La plaza de Sants, animada y solemne, entonces llevaba el nombre del empresario y político carlista Salvador Anglada. Y en sus alrededores, el recorrido se acompañaba con carteles anunciando las fiestas de La Mercé. También ese año el Barça había ganado la Liga y se encaminaba a hacerlo por segundo año consecutivo. En paralelo a la rivalidad futbolística, el compositor Manuel Moreno escribía la canción ‘Qué bonita es Barcelona’, mientras en la capital se originaba el chotis más famoso de la historia, ‘Madrid’.  

Arrancaba enero de 1949 con dos hechos históricos: Harry S. Truman juraba su segundo mandado como presidente de los EE UU y las tropas comunistas ocupaban la ciudad de Pekín. El mundo comenzaba a cambiar, aún estaba muy presente el fin de la II Guerra Mundial, y España ansiaba con tomar algo de impulso tras años de necesidad y poco futuro. El tren era casi la única esperanza hacia el cambio, entre una ciudad y otra, entre lo rural y la incipiente vida urbana. La línea de ferrocarril de Villalba a Medina del Campo, con paso por Segovia, atravesaba la sierra de Guadarrama, conectando la meseta norte con la meseta sur. Parte de este tramo fue electrificado en 1944, lo que permitió reducir los tiempos y mejorar la comunicación. Conectaba localidades como Fuente-Olmedo, Ausin, Hontanares de Eresma, Navas de Riofrío, Cercedilla, San Rafael, El Espinar, Alpedrete... En 1993, la aparición del Cercanías y la poca afluencia de público obligó a su cierre. Hoy una vía verde recuerda su espíritu de cambio, de lucha por una mejor vida.

 

DÉCADA DE 1950


Fabricados en EE UU por la compañía American Car and Foundry, los Talgo II nacieron a raíz de dos prototipos del ingeniero militar Alejandro Goicoechea, cuyo apellido, junto al del empresario José Luis de Oriol y Urigüen, estaba integrado en el acrónimo Talgo: Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol. Fueron la primera versión que operó servicios regulares hasta 1972, año de su retirada. Con una velocidad de 120 km/h, su decoración se inspiraba en los vagones de los expresos estadounidenses de los años 30 y 50. Las locomotoras de la Serie 350 de Renfe que remolcaban a los Talgo II fueron, como era costumbre, bautizadas con nombres de vírgenes: Pilar, Aránzazu y Begoña. Pero viajar en estos trenes era, además, un símbolo de estatus, sobre todo si lo hacías en los coches cola, los más lujosos. Allí, alrededor de una mesa circular, se podían mantener reuniones familiares o de negocios en unos cómodos asientos de piel y con la intimidad que proporcionaban unas cortinas. Entonces, como ahora, viajar en tren también podía ser un acto social donde contemplar el paisaje.

 



Sevilla ha sido siempre uno de los grandes nudos ferroviarios de España. Ya durante el reinado de Isabel II, los ferrocarriles de Córdoba a Sevilla y de Sevilla a Cádiz se habían convertido en pieza esencial de la economía del sur de la península. Gestionados desde finales del siglo XIX hasta la Guerra Civil por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, en 1941 Renfe asumió el control de la red nacional ferroviaria y, con ella, sus instalaciones. En la década de los años 50, de la que data la foto, las estaciones de referencia en Sevilla eran la de San Bernardo y la de San Jerónimo, que contaban con un depósito de locomotoras, talleres y naves-cocheras, además de una playa de vías para maniobras. A partir de las obras de la Expo ‘92, los servicios ferroviarios fueron concentrados en la nueva estación de Santa Justa, actualmente en funcionamiento.



A finales del siglo XIX, la compañía ferroviaria The Great Southern of Spain Railway Company Limited (GSSR) se responsabilizó de la construcción de un trazado de 133 kilómetros de longitud que conectaba los municipios de Lorca (Murcia) y Baza (Granada), aunque contaba con un ramal hasta la localidad costera murciana de Águilas. Allí, junto a su estación, esta empresa hispano-británica decidió levantar unos amplios talleres (que aparecen en esta imagen tomada en 1950) que se encargaban de la fabricación y el mantenimiento de los trenes. Llegaron a ocupar una superficie de 35.000 m2 y en él pudieron coincidir hasta 250 trabajadores. Estos legendarios talleres han sido testigos, por tanto, de la historia del ferrocarril... y de su evolución, ya que aquí se han ocupado desde el mantenimiento de las primeras locomotoras de vapor o la fabricación de vagones hasta la llegada de la tecnología punta al sector. Además, son (y siguen siendo) una buena referencia para entender la relevancia de Águilas como punto de conexión entre el este y el centro de la península. 



En medio del inusualmente cálido mayo de 1950, cuyos récords de temperatura para ese mes no se habían logrado batir hasta mayo de 2022, un ferrocarril avanza con Barcelona en el horizonte. El funicular de Montjuic, que conectaba el castillo con la estación de Miramar (hoy cerrada y desmantelada) y el Paral·lel, fue inaugurado en 1929, con motivo de la Exposición Internacional. En 1981, el primer tramo fue cerrado para sustituirse por un teleférico. En ese mismo mes de mayo de 1950 es cuando se funda en España la empresa de coches Seat. Además, tiene lugar el primer mundial de fútbol celebrado desde antes de la Segunda Guerra Mundial en Brasil y la primera temporada de la historia de la Fórmula 1. Barcelona, al año siguiente, se convertirá en epicentro de una gran huelga contra el incremento de los precios del tranvía.


En el cuadro ‘Viernes santo en Castilla’ (1904), el pintor Darío de Regoyos contraponía el avance de la modernidad, representado por un tren, a la resistencia de la tradición, que encarnaba un grupo de feligreses vestidos de Semana Santa. En la imagen que acompaña estas líneas no hay feligreses, pero sí parroquianos: los fieles al bar de la estación de la ciudad gaditana de El Puerto de Santa María, que pasan un rato distendido en su terraza mientras, al fondo, permanece estacionado un automotor térmico de la serie 595 de Renfe. Tomada en algún momento de la década de 1950, la fotografía captura en funcionamiento una antigua línea conocida como Tren de la playa, que enlazaba El Puerto de Santa María con Sanlúcar de Barrameda y que se clausuró en 1985. Actualmente, parte del trazado se ha rehabilitado e integrado en el camino natural de la Vía Verde de Entre Ríos. 

El año 1951 comenzaba con una buena noticia. El 1 de enero se creaba el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR; también el 23 de abril, se fundaba la Asociación de Academias de la Lengua España en México; y Libia se independizaba de Italia. Hitos históricos en el mundo que sobrepasaban, sin apenas rozar, la realidad que muchos vivían en España, donde la mayor noticia, probablemente, venía con el silbato del tren. Esto pasaba a los vecinos de la localidad de Valencia de Alcántara, en Cáceres, que desde los años 40 ya era una parada habitual en los trenes que arribaban en Portugal. Su estación era el lugar donde bajaban y subían viajeros de toda España camino al país vecino: jóvenes empresarios en busca de un futuro, trabajadoras que servían en Madrid, enamorados a los que la frontera separaba, burgueses que ya habían descubierto las delicias de Cascais o Lisboa… Un polvorín de idas y venidas, de personajes que animaban la tranquila vida de una estación que era refugio de la modernidad que el tren aportaba a los pueblos extremeños.



Una de las paradas de la línea ferroviaria entre Madrid e Irún era la de la estación Valladolid-Campo Grande, inaugurada en 1864 y aún operativa. Esta imagen tomada en 1953, donde se ve a un operador y, al fondo, un vagón con garita, comparte año con el lanzamiento de la primera bomba nuclear por parte de Estados Unidos, la muerte de Iósif Stalin o el estreno en Francia de la emblemática obra de Samuel Beckett ‘Esperando a Godot’. Para España, aquel año fue, sobre todo, el de la integración en el eje occidental, a través de los pactos con EE UU (que implantaría cuatro bases militares a cambio de ofrecer ayuda económica) y el concordato con la Iglesia católica, que pusieron fin al aislamiento internacional del régimen de Franco. En el plano cultural, a la Seminci de Valladolid aún le faltarían tres años para dar inicio, pero en septiembre haría de avanzadilla el Festival de San Sebastián. 

La vida iba demasiado deprisa en la factoría de la Sociedad Española de Construcción Naval de Sestao, en Vizcaya, en 1953. Allí, decenas de operarios eran parte, aún sin saberlo, de la evolución del transporte en España. Cada giro de tuerca, suponía un paso más hacia la modernidad. En esa fábrica de la margen izquierda de la Ría de Bilbao se realizaba el montaje de carros giratorios o ‘bogies’ que después recorrerían toda España. Era un símbolo más del progreso, el que también se vivía a unos metros de este lugar, pues ese mismo año, el campo de fútbol de San Mamés se ampliaba, haciendo crecer el mito de la catedral del balompié. También era el año en el que los adolescentes podían ya elegir entre Letras o Ciencias en Bachillerato, el que nacía la Filmoteca Nacional o la fecha en la que Santander por fin inauguraba su aeropuerto. Tiempos de crecimiento como país y también en lo cultural, aunque 1953 quedará marcado por un error de cálculo artístico, pues una obra de Goya, ‘Dama con abanico’, fue vendida ese año por apenas 1.400 libras esterlinas, 1.600 euros de hoy. Aún faltaba conciencia de patrimonio...


Mientras en las radios suena la voz de Bobby Deglané con su ‘Cabalgata fin de semana’, los españoles dejan sus pueblos para abrirse paso en la capital, soñando con una vida mejor, como la que muestran películas estadounidenses como ‘Vacaciones en Roma’ (1953). Los niños de entonces se divierten jugando a las canicas y leyendo los nuevos tebeos del piloto espacial ‘Diego Valor’. También viviendo aventuras extraordinarias a sus ojos y relacionadas con el tren. Experiencias dignas de conservarse en instantáneas como la que el fotógrafo Carlos Diego Marquand Wyrsch-Güyer toma en la estación de Madrid-Atocha. Un crío de ojos sorprendidos posa con dos ferroviarios orgullosos de su oficio y del automotor diésel TAF de la serie 595, una de las más modernas locomotoras de la época. Al fondo, para que nadie se retrase, el emblemático reloj de la estación. Suena el silbato. ¡Viajeros, al tren! 

 

Acaba de estrenarse en España la película 'Los caballeros las prefieren rubias', con Marylin Monroe invocando una nueva femineidasd que calaba entre las jovencitas que aspiraban a una vida de lentejuelas y glamour. Pero 1954 fue también el año en el que entró en vigor la Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer de las Naciones Unidas, el primer instrumento de derecho internacional que reconocía sus derechos. A nuestro país aún le quedaba bastante para esa igualdad y esa protección de la vida social, legislativa y profesional de la mujer.

Aún así, pequeños gestos de independencia empezaban a vislumbrarse, algunos tan simples como el de coger un tren de Cercanías con un grupo de amigas, quizás rumbo a otra ciudad, o camino a un futuro laboral más prometedor en la capital.

 

El año 1954 fue el de la actriz española Marisa de Leza, que ganaba el premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de San Sebastián. También el año en el que fallecía la pintora Frida Kahlo y en el que Hemingway recibía el premio Nobel de Literatura. En Madrid, por entonces, la ciudad se acercaba a una vida más urbana y europea, más rápida también. Un cosmopolitismo en ciernes que hacía que los ciudadanos fueran a la estación de Príncipe Pío, no solo a coger un tren, también a tomar un café o un chato de vino. En su vestíbulo ya era famoso su bar, donde poder esperar antes de subir al convoy o aguardar la llegada de un familiar de otra parte de España. Con esta barra, la capital parecía estar más cerca de Nueva York. No era el Oyster Bar de Grand Central, pero también se conversaba junto a un mostrador entre pitidos de tren. 

MADRID / 1954

No son pocos los capítulos de la historia que se han contemplado desde un tren. Un relato que arranca en el momento en el que se adquiere el billete que permite acceder a alguno de los vagones. El paso del tiempo muestra diferentes títulos de transporte que acompañan de forma paralela a la evolución de nuestro país: de los céntimos, a la pesetas y a los euros... “del cartón al microchip”... Precisamente hace ocho años, la Real Casa de la Moneda titulaba así una muestra que analizaba ‘150 años de historia de los billetes de transporte’. Ubicada en la Avenida de Ciudad de Barcelona, la fábrica de billetes de RENFE –que aparece en esta fotografía de 1954– ha sido testigo de excepción de todos esos cambios. En esos años 50, aquellos tiques eran de cartón preimpresos y precortados, el llamado formato Edmondson que se compulsaba en una troqueladora (compostor) con la fecha del viaje. Luego vendrían el Hugin, el Setright, etc. Pequeños cartones que algunos quizás conserven como recuerdo de un trayecto pasado, de alguna experiencia vivida a bordo del tren, o quizás como símbolo de resistencia nostálgica frente a las últimas tarjetas inteligentes que la transición digital impone.


Situada a tan solo ocho kilómetros de Ciudad Real, Poblete apenas alcanzó los 500 habitantes en el siglo XIX. Aunque su estación ––que aparece en la imagen durante la realización de unas obras– era la primera parada de la línea 520 que, a través de 337,3 kilómetros, inauguró en 1866 la conexión ferroviaria desde el centro de la Península hacia Extremadura, y de ahí, poco más tarde, a Portugal. Fue la Compañía de los Caminos de Hierro de Ciudad Real a Badajoz (CRB) la encargada de construirla. Una empresa que, curiosamente, contaba con capital extranjero, ya que los franceses fueron los primeros interesados en una conexión con las ricas cuencas carboníferas de Córdoba. Solo faltaba llevar la línea a Madrid, claro. En 1879, la CRB empezó las obras, aunque, debido a los costes, entró en suspensión de pagos, y fue absorbida por la Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA), que ya en 1941 se integró en RENFE. 

 

La playa de vías de la estación de Ourense-Empalme se despliega en todo su esplendor en esta imagen tomada en mayo de 1955, donde apreciamos un gran número de raíles, con sus desvíos, además de múltiples convoyes de trenes de mercancías, entre ellos varios vagones-cisterna. Conocida como Ourense-Empalme por confluir en ella las líneas de Monforte-Redondela y Zamora-A Coruña, la estación abrió sus puertas en 1881, con una línea que enlazaba la Capital Termal de Galicia con la ciudad de Vigo. Dada su situación estratégica, en la actualidad dispone de un amplio tráfico de Larga Distancia. Y pese a tratarse de una de las estaciones decanas del territorio estatal, hoy es también estandarte de modernidad: el año pasado, coincidiendo con la celebración de su 140º aniversario, acogió la llegada de la línea de Alta Velocidad que conecta Galicia con el resto de la España peninsular.

 

Coches y carros de caballos aguardan a los recién llegados a la estación de San Bernardo, en Sevilla, en esta imagen tomada en noviembre de 1955. Un año muy cinematográfico para la capital hispalense, que acogió la producción de ‘Congreso en Sevilla’ y ‘Good Bye, Sevilla’, protagonizadas por dos de las mayores personalidades del momento, Carmen Sevilla y Marujita Díaz. Al otro lado del charco, Elvis Presley iniciaba su primera gira por Estados Unidos, mientras la carrera de otra joven estrella, el actor James Dean, llegaba a su abrupto fin con un accidente de tráfico. Solo un mes después, el aislamiento internacional de España terminaría con su ingreso en la ONU. El franquismo, sin embargo, no había alcanzado su ecuador y la sombra del autoritarismo se cernía ahora sobre Argentina tras un golpe de Estado que derivó también en dictadura militar. Mucho dio de sí aquel año.

 

Hace justo ahora diez años, quedó suspendida la actividad de este apeadero ferroviario, situado en este municipio extremeño de apenas mil habitantes. Pero la memoria de su trascendencia aún permanece. Aquí se encontraba una de las paradas de la línea que conectaba Zafra con Huelva. Un trayecto que –tras sortear la compleja Sierra Morena, gracias a la construcción de túneles y puentes de hierro– entró en servicio en 1889 para enlazar Extremadura con el mar y transportar los minerales de las excavaciones onubenses. El cierre de esas minas y la proliferación de automóviles provocó pocos años después de esta imagen de la estación, que la actividad de la línea empezara lentamente a languidecer.

 

Un grupo de viajeros camina por el andén de la estación, mientras el tren se pierde en el horizonte y, a la izquierda, se alza la playa de Sant Pol de Mar, con varias barcas apostadas en su orilla. Ubicada en un entorno de lo más agradable de contemplar en la llegada a destino, la estación era una de las paradas de la línea de Barcelona a Empalme (actual Massanet-Massanas), y continúa en funcionamiento. Sin pasos subterráneos, en línea de playa, las vías que atraviesan esta comarca del Maresme contribuyeron a una explosión demográfica en la humilde localidad pesquera, que se convertiría en lugar de veraneo y residencia para muchos catalanes. Frente a las apenas 1.700 personas que habitaban Sant Pol de Mar en el momento de la foto, ahora viven allí más de 5.000.  



Se prometía un buen año y así lo fue. España, en 1957, empezaba a perfilar una modesta modernidad que tenía en el tren uno de sus mejores aliados. El tren automotor diésel TAF de la serie 595 de Renfe (serie 9500 en numeración antigua) cubría la línea Madrid-Barcelona, con la estación de Francia como una de las cabeceras del trayecto. También en ese año se ponía a la venta el primer Seat 600 y en lo cultural un ilustre Camilo José Cela ingresaba como nuevo académica de la Lengua. El dramaturgo Buero Vallejo estrenaba en el teatro Reina Victoria de Madrid 'Las cartas boca abajo' y el dictador Francisco Franco inauguraba el Valle de los Caídos. Fuera de esta España, en Liverpool (Reino Unido) se conocían Paul McCartney y John Lennon, para dar vida a The Beatles. 


Los años cincuenta no fueron fáciles en España. Muchos ciudadanos se vieron obligados a abandonar sus casas para buscar un futuro mejor en Europa. En 1957 partió de la Estación del Norte de Madrid el primer contingente de trabajadores hacia Bélgica, fruto del acuerdo de emigración hispano-belga. Allí, junto al andén, se despedían de sus familiares entre la esperanza de encontrar una nueva vida y la tristeza por dejar sus raíces. Muchos de ellos trabajarían en las minas del carbón, en la industria pesada, la construcción o como servicio doméstico. Más de 100.000 españoles acogió este país durante esos años. Unos echaron raíces o transladaron a sus familias en los meses siguientes, otros regresaron en los fructíferos años sesenta. En todos, el recuerdo de aquel adiós. 

 

“A las 5,25 de la tarde del día 14 de abril de 1943”. Hace 80 años, y tan solo dos años después de la creación de la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles, RENFE, se inauguró este edificio –neobarroco, asimétrico e inspirado en un pazo– que acoge, desde entonces, la estación con mayor tráfico de viajeros de Galicia. Un estreno que sirvió, además, para abrir –con un convoy compuesto por seis unidades– la línea férrea A Coruña-Santiago de Compostela que, al poco tiempo, pasaría a ampliarse para llegar hasta Zamora. Una monumental escalera de piedra que partía desde la rúa do Hórreo era el mejor de los prólogos para recibir a los viajeros que, tras atravesar un pórtico con cinco arcos flanqueado por dos torreones, llegaban a un pabellón central de dos pisos. Viajeros que, por entonces, debían desplazarse hasta el extrarradio para viajar en un tren que podía tardar hasta dos horas y 15 minutos en recorrer 74 km. Hoy, ese mismo entorno se ha convertido en el núcleo sobre el que se ha desarrollado la ciudad. 

España cogía carrerilla a finales de los años cincuenta. Las estaciones de tren se llenaban de viajeros que sentían que vivir en Madrid era un lujo que debían contar en sus localidades de origen. En 1959, se aprobaba el Plan Nacional de Estabilización Económica que llevaría a nuestro país a un escenario distinto, al menos en lo comercial. La autarquía se dejaba a un lado y comenzaba la inversión exterior en España y el turismo. Ay, ese ansiado turismo. A partir de ese año ya no solo esperaríamos en las taquillas de la Estación de Atocha (numeradas y localizadas por destinos) para ir a ver a la familia, también el sol y la playa iban a ser nuestra otra residencia. Entonces no sabíamos que ese mes de septiembre sería, problemente, el último en el que llegaríamos a la urbe después de un verano en el pueblo. No sabíamos que habían otros lares fuera de nuestras fronteras. Hoy, hemos vuelto, sin quererlo, a esa década. 

DÉCADA DE 1960



El 30 de julio de 1965 no fue un día como los demás en la Estación de Delicias de Madrid. Los trajines acelerados en las vías del tren se llenaron con cientos de figurantes para dar vida a una de las escenas míticas de la película 'Doctor Zhivago', del director David Lean, protagonizada por Omar Sharif. La capital, por unos días, se convirtió en Moscú, y las vías de esta estación no llevaban a Zaragoza, si no a San Petersburgo. La productora Metro-Goldwyn-Mayer invadió la ciudad de camarógrafos y estrellas de Hollywood. Todos aquellos que esas jornadas quisieron soñar a ser actores o actrices pero se quedaron en extras, aseguran que cobraron 75 pesetas al día. Hoy, esta estación ya no presta servicio ferroviario y sus antiguas instalaciones albergan el Museo del Ferrocarril.

DÉCADA DE 1970


Mientras que el boxeador estadounidense Mohammed Alí anunciaba su retirada o Paul McCartney se separaba de The Beatles, ese 1970, en España se vivía una incipiente apertura social, política y cultural que ayudaba a crear nuestros propios mitos. Julio Iglesias quedaba en cuarta posición en el festival de Eurovisión, se estrenaba la película de Mario Camus 'Fortunata y Jacinta', y el Ejército se modernizaba con una compra de aviones supersónicos, los Mirage III. Pero también era el año de los grandes viajes en tren, de las vacaciones a la costa, de la consolidación de Madrid como gran capital y epicentro del tráfico ferroviario. Ahora, que se cumplen 80 del nacimiento de Renfe, imágenes como esta hablan del protagonismo que tuvo la compañía en el desarrollo de un país cuyas maletas simbolizaban cambio y progreso.

La razón de que exista un Museo del Ferrocarril de Cataluña radica en la celebración, en 1972, del XIX Congreso Morop (Modelistas Europeos del Ferrocarril). Aunque el museo como tal no abrió sus puertas hasta agosto de 1990, la histórica edificación del antiguo depósito de locomotoras de Vilanova i la Geltrú ya acogió, hace ahora 51 años, una gran exposición con motivo del señalado evento. En la imagen, puede verse una de las composiciones especiales presentadas, formada por la locomotora eléctrica 276-069-2 y, como remolque, siete coches de pasajeros en la vía 1 de la estación, en cuyo andén se divisan varios viajeros. Este edificio había dejado de funcionar en 1967, pero los elementos que integraba lo hacían idóneo para acoger la selección de locomotoras de vapor, eléctricas y diésel que los más de 300 congresistas de 16 países diferentes tuvieron ocasión de ver. Al término del congreso, los vehículos se apartaron y el depósito de locomotoras cerró, hasta que los organismos públicos comenzaron a trabajar en la idea de que representase la semilla de un museo con fines divulgativos.



Los andenes y el edificio de la Estación de Campo Grande de Valladolid se nos presentan en la normalidad de un miércoles de hace 50 años, concretamente del 13 de septiembre de 1972. En la imagen puede observarse una locomotora de vapor, los pasos inferiores, un reloj y varios pasajeros sobre cuyos temas de conversación solo podemos especular. Quizás de los recientes Juegos Olímpicos de Múnich, concluidos dos días antes, y del no muy honroso papel de la delegación española, que volvió a casa con únicamente un bronce en el medallero: el del boxeador Enrique Rodríguez Cal. O puede que hablaran de si habían visto el ‘Un, dos, tres... responda otra vez’ del lunes, dedicado al teatro. Es Campo Grande una estación con peso histórico, conocida como del Norte y con más de 125 años a sus espaldas. Popular y triunfante desde 1891, no hay vallisoletano que no la sienta como propia.


El barrio de Poblenou, en Barcelona, siempre se manifestó orgulloso de mirar al mar cada día. Lo que durante siglos fue una zona de marismas y lagunas, a lo largo del siglo XX se consolidó como un barrio obrero e industrial donde residían miles de familias que iban a trabajar a otras zonas de la ciudad o a localidades cercanas. En los años sesenta vivió una desindustrialización que cambió el paisaje y lo aisló de los fastos arquitectónicos que la Ciudad Condal ya empezaba a vislumbrar. Pero el tren siempre estuvo allí, como testigo de sus cambios y también de su evolución como barrio que ha hecho de su idiosincrasia trabajadora su punta de lanza. En los años setenta, muchos eran los vecinos que iban hasta su estación para ver cómo cambiaba el ancho de las vías para el nuevo modelo de tren que les llevaría a Sant Adrià del Besòs. El Talgo III RD era un convoy más largo, entre 12 y 20 coches, con dos generadores a ambos extremos. La modernidad paraba temporalmente en Poblenou en esta década. La estación de tren cerró en 1989, no llegó a ver el cambio que viviría el barrio con los Juegos Olímpicos de 1992, pero el espíritu de sus vecinos permanece fiel a sus orígenes marineros.

 


Un tren de pasajeros formado por coches Talgo aguarda, junto a otra locomotora, en las vías de la estación de Málaga. Es julio de 1974, temporada alta para el disfrute de las playas de la Costa del Sol. Ese mes tiene lugar el enfrentamiento entre la Alemania de Beckenbauer y la Holanda de Cruyff, con victoria de los primeros, en la final del Mundial de Fútbol celebrado en el país teutón. Las horas que el dictador Francisco Franco pasa viendo los partidos le provocan una tromboflebitis y el entonces príncipe Juan Carlos es jefe de Estado durante 15 días. La estación de Málaga sería derribada y reconstruida en 2003, por el nuevo trazado de Alta Velocidad Córdoba-Málaga y el enlace Madrid-Sevilla. Reabrirá con el nombre de la filósofa malagueña María Zambrano.


Distintos viajeros suben y bajan de dos unidades de trenes FTS en la estación de Plentzia, en la provincia de Bizkaia, en junio de 1974. Con el nombre castellanizado a Plencia, como puede verse en la imagen, dada la difícil vida pública del euskera bajo la dictadura de Franco, la estación era antes parte de la red ferroviaria y actualmente está integrada en el Metro de Bilbao. Se trata de una de las estaciones más antiguas del territorio estatal, que en 2023 celebrará el 130º aniversario de su inauguración. El verano que los personajes de la imagen estrenaban era el del Mundial de Fútbol que ganaría la Alemania de Beckenbauer, y también el de la canción ‘Waterloo’, del grupo sueco ABBA, atronando en las radios tras su triunfo en Eurovisión. En Bizkaia, 1974 además fue el año de la inauguración del Parque de Atracciones de Archanda, que contaba con un pequeño zoo y la que entonces era la noria más grande de Europa. El mundo siguió girando, pero este parque detuvo su actividad en 1990.

 


Construido a principios del siglo XX, el bello edificio modernista que acoge la estación de Cartagena tiene un hueco reservado en la historia de la arquitectura y en la crónica de este país. Proyectado por Víctor Beltrí, el pintor Daniel Zuloaga dejó aquí también su huella, decorando con cerámica su fachada, donde aparecen un gran parasol, una vidriera y un reloj, con las siglas de la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (M.Z.A.), gracias a la cual llegó el ferrocarril a la localidad. Una estación que fue testigo de un hecho histórico durante el inicio de la Guerra Civil española. Y es que, en la noche del 22 de octubre de 1936, hasta aquí llegaron, por tren, buena parte de las reservas de oro del Banco de España que posteriormente se cargaron en cuatro barcos rusos: el conocido “oro de Moscú”.

DÉCADA DE 1980

Seis años después del Mundial de Fútbol de 1982, primer gran acontecimiento internacional organizado en España tras el restablecimiento de la democracia, la capital española continuaba el proceso de apertura, esta vez en clave interior, mediante la puesta en marcha de Atocha-Cercanías y la nueva estación de Metro. Ambos servicios fueron habilitados en el contexto de la remodelación completa llevada a cabo entre la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa. A pesar de estar aún sin completar en ese momento, en esta imagen tomada por el fotógrafo Justo Arenillas Melendo en diciembre de 1988, se distingue uno de los horizontes más reconocibles y familiares tanto para el ciudadano de Madrid como para sus visitantes ocasionales: la panorámica que anuncia, por sí misma, la llegada al destino. El momento de abrocharse el abrigo y prepararse para coger el equipaje.