El llamado a ser Psicoanalista

 Agustín Palacios López

La raíz etimológica de la palabra vocación es llamado (del latín vocatio), significado que se ha conservado al punto de que los diccionarios dan como primera acepción del vocablo “una convocatoria de Dios a un individuo o un grupo para que acepten las obligaciones y cumplan los deberes de cierta función vital”. Aunque desde luego, en su sentido más laico y más común alude a la inclinación y facilidad para dedicarse a cierta actividad.

Desde el punto de vista psicoanalítico, como intentaremos precisar más adelante, se ha demostrado que las elecciones vitales están determinadas por demandas inconscientes que, en algunos casos como la elección de pareja y de modus vivendi, pueden tomarse como un tinte de urgencia que delata la intencionalidad de un impulso irrefrenable. Así puede observarse en el llamado amor a primera vista que, en realidad, es de segunda vista por tratarse de un re-encuentro objetal dadas las similitudes entre el objeto primario y el amoroso; algo similar parece ocurrir en algunas personas que demuestran una tenacidad casi heroica al perseguir cierta tarea ocupacional teniendo que afrontar serios obstáculos. Visto así podemos afirmar que ambos llamados, el que hacemos derivar de la semántica y el que procede de la psicogenética, son igualmente imperativos.

Pero la vocación psicoanalítica no ha sido tema de interés para quienes ejercen esa profesión. Las publicaciones al respecto son escasísimas. Tal parquedad resulta inquietante por darse entre profesionales que comparten un cuerpo teórico en el que la vertiente genética de la Metapsicología ocupa lugar preponderante en sus formulaciones para la comprensión del comportamiento humano. Descuidar un aspecto tan importante de una ciencia, en especial la propia, suele denunciar un contenido que el Yo ha de defender de su aparición consciente por alguna razón. Tal vez la respuesta se halle en lo angustiógeno de los elementos genéticos de la vocación analítica que pretendemos elucidar.

En nuestra búsqueda bibliográfica no encontramos trabajos publicados sobre este tema en las revistas especializadas de mayor circulación que se escriben en el idioma inglés aunque, claro está, en trabajos orientados hacia asuntos diferentes se ha hecho alusión a las razones vocacionales (por ejemplo: Langer, 1962). En América Latina se ha atendido este importante tema en varias ocasiones. En 1960 la Asociación Psicoanalítica Argentina dedicó una mesa redonda a la vocación en la que participaron, entre otros, Langer y Pichón Riviere¸ por desgracia las aportaciones no fueron publicadas. En 1980 se destinó un Precongreso Didáctico a la vocación psicoanalítica previo al XIII Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis celebrado en Río de Janeiro; las ponencias fueron publicadas en forma rústica, y distribuidas entre unos pocos, pero nunca se intentó darles mayor difusión otorgándoles cabida en alguna de las revistas psicoanalíticas que se publican en la región. En castellano se han publicado cuatro trabajos, uno exhaustivo sobre vocación aparecido en 1965 en el cual encontramos el más importante apoyo epistemológico; en 1973 se editó un libro sobre Vocación y afectos, dirigido predominantemente a la orientación vocacional. En 1978 se publicó un trabajo sobre vocación médica y en 1998 otro sobre la vocación en los hijos de psicoanalistas.

Como tantos otros fenómenos en Psicología Psicoanalítica la vocación está sobredeterminada; con ello queremos decir que no deriva de un solo mecanismo interno, sea éste normal o patológico. Siempre depende de una secuencia experiencial que, como racimos de uvas, puede entresacarse en el trabajo analítico si se atiende con preferencia ese hecho.

La vocación, y más específicamente la vocación que alienta la elección de una vida profesional dentro del campo de las Ciencias de la Salud, depende de:

1) la psicogénesis procedente de un impulso procedente de eventos infantiles de diversos tipos que precisaremos posteriormente y que denominaremos vocación propiamente dicha en el sentido del “llamado interno” y 2) del encuentro, a veces fortuito, de la profesión para encauzar el determinante inconsciente infantil.

Antes de proseguir conviene hacer una aclaración, aunque podría lucir superflua por tratarse de principios bien establecidos en Metapsicología. Pero siempre es ventajoso recordar que los fenómenos genéticos no se dan en secuencias lineales sino en constelaciones a veces complejas. La multideterminación de síntomas y manifestaciones del comportamiento lo comprueban. Es sólo con fines descriptivos y para dar mayor claridad a los conceptos, que los separamos artificiosamente como si se tratara de datos aislados.

Las ideas de Melanie Klein son las que parecen aportarnos mejores elementos para entender el origen profundo de la vocación en las profesiones asistenciales (Klein, 1948). Recuérdese que, según esta autora, antes de que el Yo infantil alcance mayor integración, durante la llamada posición esquizo-paranoide, el pequeño ataca a sus objetos en la fantasía, objetos que después devienen en internos primordialmente. Luego al ingresar paulatinamente en la posición depresiva la culpa y el temor de perderlos lo conminan a intentar repararlos. Esta secuencia se repite a lo largo de la vida en los encuentros objetales. Cuando se consolida la posición depresiva, la ansiedad decrece y los mecanismos mentales más primitivos son reemplazados por otros más evolucionados que son el fundamento de la sublimación y la creatividad. Pero en casos de desarrollo patológico no se consigue la integración del Yo y la culpa reparatoria no debuta sino que persiste la persecutoria, más primitiva y expresión más franca de un Superyó arcaico y cruel. El desenlace puede ser variado; pero, cualquiera que éste sea, vemos persistir ansiedades terribles y mecanismos de defensa, como la proyección y los maniacos, con los que el Yo intenta paliar su angustia y evitar la persecución interna. En tales circunstancias se observan los mecanismos de seudoreparación que, como la maniaca, son intentos de controlar la ansiedad y neutralizar la siniestra persecución objetal. En otros casos, la culpa persecutoria por el daño objetal imaginario determina actitudes de sometimiento masoquista a los sujetos en condición desfavorable que se perciben como réplica de los dañados objetos internos; tal sometimiento, en el caso de psicoanalistas, puede dar lugar a actitudes masoquistas inconscientes. Esta es la seudoreparación melancólica.

Como resultado de los referidos determinantes inconscientes es dable agrupar las vocaciones en tres tipos: las seudoreparatorias, las reparatorias y las sublimatorias (Wender, 1965). Poder determinar qué tipo de vocación alienta a un solicitante puede ser ventajoso en la selección de candidatos para psicoanalista pues, como deber ser obvio, sólo deberían ser aceptables las dos últimas; aunque, en realidad, casi se trata de sinónimos, pero genéticamente una antecede a la otra. Esta última, la sublimatoria, tiene calidades vinculadas al Ideal del Yo que dan la apariencia de divorciarla de su origen en impulsos y fantasías más primitivos.

Las vocaciones seudoreparatorias pueden expresarse en un furor curandis, en las fantasías omnipotentes de control y triunfo sobre la enfermedad mental, en las necesidades narcisistas de sobresalir (recuérdese que las patologías narcisistas, independientemente de otros determinantes genéticos, encubren un sustrato depresivo persecutorio que denuncia la incapacidad que el Yo infantil mostró para alcanzar una integración más saludable) y en la mencionada seudoreparación melancólica.

Desde luego que este tipo de mecanismos, descritos unos por Freud (sublimación) y otros por sus continuadores (reparación), son universales pero cuando las pulsiones moduladas por ellos alcanzan una intensidad y persistencia suficientes pueden expresarse en comportamientos, uno de los cuales puede ser la elección profesional de una actividad dentro de las Ciencias de la Salud. La modalidad con la cual se practique esa actividad dependerá, en su procedencia más profunda, del éxito que haya tenido el Yo de ese sujeto en la elaboración de la posición depresiva y quizá del área donde se supone haber infringido más daño al objeto (Pichón Rivière, citado por Wender op. cit.) Resumiendo, en palabras de Leonardo Wender:

La vocación, psicoanalíticamente hablando, puede entenderse como el impulso a la expresión coherente y adecuada de los requerimientos reparatorios, surgidos como respuesta a la percepción inconsciente de un objeto interno dañado. Dicho proceso se inicia tempranamente y tiene su raíz de origen en la elaboración de las ansiedades correspondientes a la posición depresiva (pp. 70).

En tales eventos tempranos podemos situar al “llamado interno” para la elección de la profesión. Pero eso no basta. También puede inferirse en los analistas un llamado a develar incógnitas que, en su trasfondo, es un anhelo de esclarecer sucesos históricos del sujeto mismo y de su universo familiar como pudo observarse claramente en el mismo Freud (Baringotz de Ruiz Garasino, Gabay y Pessoa. de del Río, 1980; Palacios, 1998). Tal impulso deriva, en su origen profundo, de la pulsión epistemofílica y de la escoptofílica (Guiter, Kijak y Rosenthal, 1980). La epistemofílica procede de la necesidad de apoderarse, retener y controlar al objeto; tal necesidad puede sublimarse posteriormente y deja de mostrar expresiones tan concretas como el deseo de introducirse en el cuerpo de la propia madre. La pulsión escoptofílica, por su parte, procede de un deseo que se manifiesta en fases más avanzadas del desarrollo cuando la curiosidad sexual pasa a ocupar buena parte de la actividad mental del niño; es el anhelo de mirar al objeto sexual que suele acompañarse del deseo de oirlo (olerlo, etc.) Este impulso, cuando no se sublima y se expresa en su crudeza original puede originar perversiones; pero cuando se sublima puede gratificarse en la curiosidad científica y en la capacidad de escuchar empática y compasivamente el sufrimiento ajeno.

Pero esa escucha empática y compasiva puede también proceder (o complementarse) de un mecanismo de identificación con el objeto que ahora ocupa el lugar sufriente que antes ocupara el sujeto. Es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro que padece puede derivar de la experiencia del sufrimiento propio. Como lo escribió Riojas (1978):

Solamente alguien que haya sufrido mucho y que haya tenido la posibilidad de tolerar, asimilar, compensar y sublimar este sufrimiento integrándolo a instrumentos de funcionamiento que le provocan adaptación, podrá en realidad tener la habilidad o desarrollar el interés por convertirse en médico (pág. 203).

Esta descripción nos remite nuevamente al mecanismo de sublimación. En este mismo sentido se inclina Santamaría (1980) cuando concluye que el trauma sufrido alrededor de los tres años, como en Kardiner, es el origen de las vocaciones asistenciales.

En otro renglón de la psicogénesis la elección de carrera profesional se inscribe en el Ideal del Yo, que en sus aspectos sanos, al darle al Yo la ilusión del re-encuentro con el objeto primario (fuente primogénita de la gratificación objetal y de la restitución supletoria del narcisismo primario), deriva en un sentimiento de logro y satisfacción.

Por el contrario, cuando el narcisismo, visto ahora como la catexia libidinal del self, es la expresión de trastornos en las estructuras del mismo, el practicante del psicoanálisis tenderá a buscar en su trabajo un retorno a la fusión primaria con la madre, con la esperanza de que ésta calme su dolor depresivo y repare las estructuras yoícas detenidas en el desarrollo o alteradas por el inmoderado montante de agresión. Es decir, el Yo estará compelido a buscar un estado de perfección que lo libere de la terrible angustia de un sentimiento de vacio y de muerte. Al no ser dable alcanzar tan ilusoria meta y preservar al Yo de un derrumbe melancólico, el analista puede desilusionarse y puede, compensatoriamente, buscar refugio en la creación o la adherencia a escuelas disidentes que entonen un canto de sirenas más prometedor. Manifestaciones menos dramáticas de narcisismo patológico pueden expresarse en el furor curandis o en la elección de ciertos pacientes como objetos especulares del anómalo self grandioso (Villarreal y Laverde Rubio, 1980)

En resumen, en la práctica analítica, vista en su psicodinámica profunda, se reitera la reparación del objeto interno, se gratifican sublimatoriamente impulsos epistemofílicos y escoptofílicos y se obtiene un sentimiento placentero de armonía del Yo con su Ideal, representación interna de los objetos primarios en su aspecto más estimulante.

Pero los estimulantes genéticos no bastan. Es más, en algunos casos parecen tener orígenes tales como la identificación; así lo sugiere un reporte preliminar de una investigación sobre la vocación en hijos de psicoanalistas (Santamaría y Dupont, 1998) Cueli afirma, en agradable frase reduccionista que la vocación es el llamado a cumplir una necesidad, y la satisfacción de la misma es la profesión (Cueli, 1973). Pero parafraseando a Goethe, concluye que cada quien elige lo que puede; podría decirse entonces que la vocación es la suma del “llamado interno” y las circunstancias.

Hace ciento veinte años un sujeto inclinado a reparar a sus objetos internos por medios psicológicos no podía ser psicoanalista ni tampoco lo puede ser un contemporáneo en cuyo acceso no se encuentre tal elección profesional. El niño no elige su profesión desde su infancia, aunque en la latencia o algo más tarde, puede toparse con indicios que le hagan, por decirlo así, pre-decidirlo; puede, por ejemplo, escuchar o conocer algo referente a la profesión que escogerá después, sea directamente, en lecturas, en versiones cinematográficas o televisadas. En otras palabras, en la primera infancia se configura una constelación vocacional como uno de los derivados de los intentos reparativos de la posición depresiva como hemos indicado; tal reparación es la base dinámica de la sublimación. Es por eso que las personas “sienten” que deberían seguir ciertas profesiones. A veces son forzados por seguir otra, por ejemplo, cuando los dictados parentales lo demandan; pero en cuanto cumplen la exigencia y se sienten liberados abandonan la profesión impuesta para buscar lo que su brújula interna les indica.

Ciertas elecciones profesionales cumplen funciones contrafóbicas. Por ello se ha dicho (Lieberman citado por Wender, op. cit.) que el médico es el hipocondríaco de los otros, el psicoanalista el neurótico de los otros y el psiquiatra organicista el fóbico de la enfermedad mental. Pero da la impresión de que el psicoanalista bien integrado se encuentra en una línea estructural más cercana al nivel depresivo, su objeto interno se halla mejor integrado y, en consecuencia, su labor tiene menos matices fóbicos.

En conclusión, citando a Wender, es posible definir que la elección profesional depende de:

1.- Circunstancias del pasado real o anecdótico del sujeto y de sus objetos primarios.

2.- Pasado fantástico o “biografía imaginaria” de los objetos internos. La elaboración de estos dos elementos da la base histórica individual condicionante de determinados requerimientos que buscan expresarse más o menos sublimadamente.

3.- Posibilidades de instrumentación de estos requerimientos: fundamentalmente medio cultural, social y económico, más identificaciones ambientales (pág. 71).

La cadena secuencial de determinantes inconscientes a los que nos hemos referido puede desembocar en diversas elecciones profesionales según lo permitan las circunstancias del entorno, pero no explica la especificidad de la elección del psicoanálisis como actividad vital. En tal elusivo aspecto de la psicogénesis sólo nos queda especular siguiendo lo aprendido en algunas experiencias clínicas entre las que podríamos incluir la historia de Freud. Es posible concluir que la elección de especialidad dependa de la fantasía que acompañó el daño objetal y la culpa correspondiente como sugirió Pichón Rivière; por ejemplo, quien atacó el interior de la madre tratando de librarse de competidores puede elegir la práctica ginecológica; quien creyó dañar a los hermanos, la Pediatría, etc.

Pero en la infancia temprana no es raro que haya momentos confusionales o crisis de ansiedad intensa que dejan una huella contemporánea de los esfuerzos reparativos del Yo. Esas y otras experiencias posteriores de “locura” suelen hallarse en el trasfondo vocacional del analista. O, en algunos casos, el conocimiento ulterior o la percepción de enfermedad mental o sus equivalentes en alguno de los personajes principales del entorno inmediato, en especial aquellos primeros habitantes replicados en el mundo interno, inspiran ese llamado interior, el vocatio que encuentra marco sublimatorio en esa singular profesión que su creador ubicó entre las imposibles.

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