El libro se titula "Vidas al límite" y lleva en la portada unas tijeras. Alguien no avisado puede pensar que se trata de una entrega más sobre estos malos tiempos, sobre las dificultades que encaran aquellos para los que el fin de mes cada vez tarda más en llegar, para los que los meses ya no tienen ni principio ni final, para las clases medias en peligro de extinción. Pero las tijeras de la solapa del último libro de Juan José Millás son una forma de reconocimiento del valor de la escritura, el homenaje que el lector de periódicos tributa al buen periodismo cada vez que recorta lo que considera que debe preservarse del olvido. En "Vidas al límite" (Seix Barral), Millás, columnista de FARO DE VIGO, recopila catorce años de reportajes periodísticos resumidos en diecinueve muestras de su peculiar manera de indagar sobre la realidad, convertido en sombra que pregunta.

-Quizá mejor que una entrevista, la forma más apropiada de acercarse a Juan José Millás sea seguir sus procedimientos y convertirse en su sombra. ¿Con qué me encontraría?

-El responsable del periódico me propuso que hiciera una sombra de mí mismo. Me puse a ello y salió la novela "El mundo" (ganadora del "Planeta" en 2007). En pocas palabras es difícil contarse uno mismo, porque todos tenemos un grado de complejidad grande. A veces lo más llamativo es lo menos importante, de manera que no sabría resumir en cuatro palabras lo que se vería de Millás. Yo me veo mucho como una sombra, sobre todo, a primera hora de la mañana. Me levanto pronto para trabajar, a las cinco y media de la mañana, y durante esas horas, hasta que empieza a amanecer y la vida se pone en movimiento, me siento más sombra que ser real. Son las mejores horas de trabajo. Es decir, que cuando mejor trabajo es cuando menos sólido soy.

-En sus reportajes reconoce un cierto disgusto con la propia piel, una sensación de extrañeza reiterada ¿Ése es su punto de partida para enfrentarse al mundo?

-Sí, es el punto de arranque de estos reportajes y en general de la literatura. En el origen de un texto literario siempre hay un conflicto, algo que tiene que ver con una falta de entendimiento de la realidad y de la propia realidad, de familiarización con lo que para la mayoría de la gente es familiar. Lo que uno busca siempre que escribe, sea un texto de ficción o un reportaje, es intentar ordenar la realidad, que es un modo de intentar entenderla.

-Y cuando se constata que la realidad es inabarcable, ¿al literato no le tienta salir en dirección contraria y convertir el estilo en una huida?

-Yo no creo que haya una barrera entre la literatura y el periodismo. El periodista trabaja con las mismas herramientas que el escritor: con la lengua que le ha tocado en suerte y con los recursos retóricos de esa lengua, con las mismas figuras que están en la preceptiva literaria. Cuando se hace esa distinción entre literatura y periodismo se está hablando de lo literario con una carga peyorativa, como si lo literario fuera algo cursi, refitolero o alejado de los intereses del lector. Y no es así. Cuando un periodista está haciendo una crónica lo que procura es que eso que escribe sea eficaz, lo mismo que un escritor cuando está metido en una novela o un cuento. La eficacia es una virtud literaria y periodística. La frontera entre una cosa y otra es artificial y en algunos géneros como el reportaje es imposible de ver. Hay reportajes como el famoso de Truman Capote "Un día de trabajo" que si arriba pone reportaje lo lees como tal o si pone cuento lo lees como un cuento. O el "Relato de un náufrago" de García Márquez, que hoy se sigue leyendo como si fuera una novela corta porque no necesitamos saber que estuvo ligado a un suceso real. Una crónica periodística es literaria lo quiera o no. Otra cosa es que sea buena o mala literatura.

-Usted se autorreconoce como "un señor mayor" y hay quien opina que ese no es el perfil más adecuado del periodista.

-A mí lo que me llama la atención es que el reportaje, que es un género de madurez porque sale bien cuando se cruzan la experiencia vital y el oficio, se practica casi exclusivamente en la juventud. Los periodistas hacen reportajes hasta los treinta años, luego los nombran jefes de sección y dejan de escribir. En muchos casos, dentro del periodismo se considera un ascenso dejar de escribir, algo absolutamente incomprensible. Por eso me llama la atención que la única persona de mi edad que escribe reportajes en este país soy yo, lo que me parece una aberración, porque es cuando uno está en la mejor edad para escribirlos.

-Ahora más que nunca se pone fecha de caducidad temprana a ciertas ocupaciones.

-Creo que se equivocan. Hablaba no hace mucho con un productor de un programa de televisión que me decía que existe la teoría general de que un guionista de televisión a los cuarenta años es viejo, cuando un equipo de guionistas tiene que estar compuesto por gente joven y por gente mayor, porque unos y otros aportan cosas distintas. Es esa combinación entre juventud y experiencia lo que da lugar a un buen producto.

-Tiene una presencia intensa en la prensa, ¿cómo conjura el peligro de repetirse?

-Llevo bastantes años con esto, y repetir una fórmula que funciona es uno de los peligros que acechan al escritor, aunque no tengas esa presencia, es una tentación muy grande. Yo conjuro ese peligro poniéndome a escribir cada día como si fuera el primero. He escrito muy pocas columnas por oficio. En cada columna siento que me juego, por exagerar, la vida. Sé que el lector aprecia más una columna fracasada en la que has corrido riesgos que una columna correcta en la que no has corrido ninguno. Hay rasgos de estilo inevitablemente que están presentes, pero incluso lucho bastante contra ellos, Si se lee una columna mía de hace quince años y otra de ahora se pueden observar bastantes diferencias.

-Cuando se alude a la esencia del periodismo hay una frase ya tópica que dice que esto consiste en contar historias, lo que da la impresión de que reduce a los periodistas a una especie de cuentacuentos.

-Efectivamente, es algo muy reductor, porque cuando uno cuenta un suceso está contando una historia, pero dicho así parece que lo devalúa. El periodismo no es algo de un solo palo, tiene muchos géneros, y no es lo mismo cubrir la rueda de prensa del Consejo de Ministros de los viernes que hacer un reportaje de un viaje a China. Siempre estás contando una historia, algo que generalmente ha ocurrido, pero no se puede banalizar. Traspasar al lector lo que está pasando fuera es muy serio.

-De sus reportajes llama la atención el de Marga, una mujer que se hizo prostituta para pagar la hipoteca. Es la viva encarnación del país.

-Fue un reportaje complicado. Primero porque era difícil encontrar a una persona que se prestara a salir públicamente. Muchas mujeres que ejercen la prostitución lo hacen a espaldas de su familia y sus amigos. Lo conseguimos a través de una asociación que da apoyo a estas mujeres, y el resultado fue muy satisfactorio. Cuando haces un reportaje intentas contar una situación general a través de una circunstancia particular. Y, efectivamente, muchas chicas habían empezado de ese modo, por una necesidad inmediata, como era pagar la hipoteca, o resolver algún problema concreto, y veían que era un dinero en otras épocas fácil. Ahora ya no. En los últimos años hay un aspecto nuevo, que es el fenómeno de la trata de blancas, el tráfico de esclavas que la sociedad se niega a ver. La prostitución ha cambiado mucho en unos años, y ahora es difícil diferenciar la prostituta que se dedica voluntariamente de la que lo hace bajo la amenaza de una mafia. Es algo que está muy a la vista pero que no se quiere ver.

-Alguien con su fama de aprensivo, ¿cómo se sobrepone a una autopsia o a una estancia en una unidad de oncología?

-Tiendo a acercarme a lo que más miedo me da, tengo la característica de que me abrazo a lo que me aterra, huyo hacia adelante. No es virtud, sino un tic incomprensible. Pero además no soy tan hipocondriaco como la gente cree. Es una imagen que se ha ido asentando y que yo tampoco me molesto en desmentir, porque da mucha pereza, y si a la gente le gusta que yo sea hipocondriaco, para qué les vas a quitar la ilusión.

-Usted se queda mirando para una mosca y le sale un reportaje.

-Es que una mosca es un asunto muy serio. Una mosca dio lugar al que es, desde mi punto de vista, uno de los mejores reportajes de este libro. Me quedé asombrado cuando fui al mayor experto en moscas de este país y uno de los mayores del mundo, que es Ginés Morata, premio "Príncipe de Asturias" de Investigación. Me enseñó que los mecanismos biológicos de una mosca son muy parecidos a los del ser humano. A través de la biografía de esa mosca que yo elegí, que vivió 32 días, fui contando la existencia humana, mi propia existencia. Al final entre la vida de una mosca y la de un ser humano no hay tanta diferencia, aunque nosotros creamos lo contrario.