Por qué el presidente de Estados Unidos no puede conducir

Este primer martes después de Todos los Santos, como manda la tradición, los estadounidenses acudieron a las urnas para elegir al nuevo presidente del país. En esta ocasión, el resultado de los comicios está siendo tan ajustado que el escrutinio realizado todavía no ha permitido conocer el nombre del candidato ganador (aunque Donald Trump se ha autoproclamado vencedor). Así pues, el aspirante demócrata, Joe Biden, aún tiene opciones de convertirse en el nuevo inquilino de la Casa Blanca. 

Independientemente de quién sea escogido, ser el máximo dirigente de una de las mayores potencias mundiales conlleva asumir unas responsabilidades que obligan a cambiar el estilo de vida y estar sometido a las más estrictas medidas de seguridad. De eso ya puede dar cuenta Trump, que ha estado en el cargo en la última legislatura.

Una de las consecuencias que acarrea convertirse en presidente de Estados Unidos es tener que renunciar a conducir. Por más que el ganador de las elecciones sea un entusiasta de los coches y le guste ponerse al volante, una instrucción de los servicios secretos impide que el presidente conduzca, aunque sea su propio vehículo. La norma no se circunscribe únicamente al presidente de la nación, sino que también es extensiva a los vicepresidentes y altos cargos del Gobierno, a los que se les priva de conducir por razones de seguridad.

La medida fue adoptada a raíz del asesinato de John F. Kennedy en 1963. Aunque se da la paradoja de que Kennedy no conducía cuando su coche fue tiroteado en Dallas, los servicios secretos sostienen que, por seguridad, el presidente no debe ponerse en ningún caso al volante. En su lugar dispone de agentes formados en maniobras de conducción extrema para sortear cualquier situación de peligro que se les presente.