Desde que yo era niña, vislumbraba allá a lo lejos, en un
futuro lejano, el año 2020 como un año especial. Quizás porque sería el año en
el que cumpliría 40, una edad que yo entonces veía como el centro de la
adultez. Quizás también por su composición tan simétrica y redonda, 2, 0, 2, 0…
Siempre me llamó la atención e intuía que no sería un año cualquiera. Claro que
para nada me imaginaba por qué razones se convertiría en un año inolvidable…
El año que termina nos ha cambiado la vida. En unos aspectos
o en otros, a todos, a nivel mundial, nos ha impactado fuertemente lo que ha
sucedido en él. Creo que no hace falta que os haga un resumen, puesto que
tenéis muy presente de lo que hablo, y estos días además abundan los análisis
sobre los sucesos que nos ocupan.
Las sensaciones alrededor de ello que veo, escucho y siento son en su mayoría desagradables. Tener que salir de la zona de confort de una forma tan bestia, forzada y, según cómo, trágica, no ha sido plato de gusto de nadie. A medida que se acercaba el 1 de enero y con él el cambio de número, ha ido creciendo el pensamiento mágico que presenta el deseo de un 2021 que nos salve de todos los males, un 2021 redentor que borre del mapa los malos recuerdos del 2020. Una de las verbalizaciones que más he oído estos días es que tendríamos que tirar el 2020 a la basura. “¡Que le den!”, le esputan algunos, entre otras varias patadas.
Comprendo este deseo de hacer borrón y cuenta nueva tras
todo lo vivido. Empatizo con la rabia, el rechazo y la negación. Ahora bien,
tras la pataleta, yo me pregunto: ¿Seguro que viviremos mejor si tiramos el año
entero a la basura? ¿Seremos mejores personas? ¿Vendrá un ente externo a
salvarnos -llámese 2021, suerte, lotería o buena estrella? Si os paráis un
momento a pensarlo, estaréis de acuerdo en que probablemente no…
Por otro lado, entre las cosas a las que nos interpela lo sucedido y el camino recorrido por la humanidad hasta ahora, está la necesidad de vivir de una forma más sostenible y conectada. Con el planeta y con nuestra propia naturaleza. Al situarme en el mindset de la ecología y la sostenibilidad, el concepto “tirar a la basura” me chirría enormemente. Tirar a la basura sin más, con el nivel de conciencia que tenemos ahora, ya no sólo no es aconsejable, sino que no es posible. Tampoco inteligente. Sabemos ya por experiencia que cuando intentamos actuar sin tener en cuenta el ecosistema que nos sostiene, los males que le causamos nos vuelven multiplicados, cual karma sistémico. Hacer daño al planeta es hacérnoslo a nosotros mismos, porque la naturaleza no es otro, un predicado, algo apartado del yo, del nosotros. Es un sujeto, nosotros somos naturaleza. Y esto nos vale para la basura material, y también para la basura emocional. Aquí lo que te propongo es contemplar una actitud más ecológica y responsable también desde el punto de vista del autoconocimiento y el aprendizaje, revisando lo que te ha aportado -y aún quizás tenga por ofrecerte- el año 2020. ¿Y si 2020 sí ha servido para algo? ¿Y si revisas bien que quizás no todo ha sido malo? ¿Y si lo “malo” que ha sucedido, a la luz de la conciencia y la perspectiva, te trae algún tesoro escondido? Hacer esta reflexión desde una mirada apreciativa, intuyo, te dará más posibilidades de vivir un mejor 2021, tomando tu responsabilidad en ello y siendo consciente de lo que puedes hacer tú mismo para labrártelo, en vez de esperar a que cambie la suerte. Integrando, en lugar de renegando.
Para ello, siguiendo con el juego de aplicar técnicas
sostenibles, me he permitido trasladar la regla de las 3R’s: reducir,
reutilizar y reciclar, las mejores alternativas conocidas hasta el momento a “tirar
a la basura”. Estos tres actos es hora ya que los tengamos interiorizados cual
mantra si deseamos una relación más sana con nuestra madre Tierra. Y además,
como os decía, pienso que tiene mucho paralelismo la manera en que nos
relacionamos con nuestra basura material con la forma en que lo hacemos con
nuestra basura emocional, con nuestros desechos psicológicos, fantasmas y
sombras.
A la hora de hacer balance del año que termina para ver qué
aspectos me llevo en el equipaje para el que empieza, yo lo he aplicado así:
1.
REDUCIR EXPECTATIVAS. Hace justo un año,
cuando despedíamos al 2019, escribí mi propósito para el año nuevo. Lo tenía
más claro que nunca: “Simplificar mi vida. Quedarme con lo esencial. Estar más
presente practicando el slow time.” Este anhelo surgió de un sentimiento
de dispersión, de la sensación de estar en muchas cosas a la vez y con
profundidad en ninguna. Al comparar ahora mi propósito con la realidad, me
sorprendo descubriendo que el año me ha traído muchas oportunidades para ello. Más
que nunca. Vale, quizás no hacía falta una pandemia mundial para que yo
cumpliera con mi propósito, ¿no? Pero el hecho es que se ha cumplido, y con
creces. Nunca había llevado una vida más ascética y esencial que durante los
confinamientos, y además he tenido que priorizar muy bien con qué personas
quería mantener contacto físico. Abrazos. Besos. Comer juntos. Conversar largamente
sentados enfrente, sin mascarilla. Todo eso. Mi propósito cumplido, eso sí, en
un formato jamás deseado ni lejanamente imaginado. Y me siento agradecida por
ello. Entonces, en conclusión: trabaja en tu propósito y reduce expectativas
del ego. A mi entender, tiene que ver con tener claros tus “para qué” y tus
valores más profundos, sin permitir que tu mente egoica se aferre a
expectativas muy concretas. Menos apego y frustración, y más mente abierta, flexibilidad,
apreciación y agradecimiento con lo que sí hay y que, si te fijas, está más
cerca de tus propósitos profundos de lo que parece.
En mi caso, he tenido que reducir expectativas respecto a cómo “tienen
que ser” muchas cosas este año. La lista es larga, pero pongo aquí unos ejemplos:
−
Las celebraciones de los 40 cumpleaños de mi
pandilla, que han tenido que ser sin fiestas y sin viajes, y en las que sí ha
habido conexión, vínculo, amor, sonrisas y sorpresas a través de la pantalla y
en forma de paquetes a domicilio… más la visión de futuro juntas, continuando con
nuestro celebrar y reír y bailar.
−
La Navidad sin mis padres en la mesa. Es algo
que me ha costado mucho aceptar, porque para mí son fiestas para disfrutar de
tiempo de calidad con la familia, y me costaba concebirles a ellos solos en su
casa, y a nosotros solos en la nuestra. Esto me hace valorar cada encuentro
como un tesoro muy preciado.
−
La despedida de mi única tía, fallecida en
noviembre. No ha habido mirada, ni caricias en la mano, tampoco palabras ni
funeral. Y agradezco haber podido realizar un ritual simbólico muy íntimo, y
acompañar a mi madre en el proceso de duelo.
2.
REUTILIZAR TALENTOS Y CUALIDADES SURGIDAS.
“Nunca sabes lo fuerte que eres hasta que ser fuerte es la única opción.” Si revisas
cómo has hecho frente a todas las adversidades este año, descubrirás un montón
de talentos y cualidades que has puesto en práctica. Algunos ya los conocías,
aunque quizás no hasta qué límite, y otros ni siquiera sabías que los tuvieras.
Entre ellos, por ejemplo, la esperanza, la capacidad de adaptación, la
confianza en ti, la flexibilidad, la creatividad, la constancia, la paciencia,
el pensamiento crítico, la capacidad para discernir… Puedes hacer una lista de
estas cualidades tuyas y tenerlas muy presentes de ahora en adelante, porque
habrá situaciones en 2021 y más allá en las que te seguirán siendo muy útiles.
Yo me he apuntado, y grabado en mi mochila de herramientas, el parar a
respirar y meditar, y el mantenerme en contacto con mi vulnerabilidad,
aceptándome cada día un poquito más en mi completitud.
3.
RECICLAR TUS “DESECHOS EMOCIONALES” Y SOMBRAS.
Justo este contacto con la propia vulnerabilidad, que tan presente hemos tenido
este año, nos ha colocado enfrente de aspectos nuestros renegados,
desagradables, rechazados. Aspectos como los propios límites, la impotencia, la
desesperanza, el miedo, la sensación de vacío o de falta de sentido, la rabia,
el egoísmo… Toma conciencia de los tuyos. Estados en los que no nos agrada permanecer,
y que consideramos inútiles. Desechos. Sombras. Y resulta que forman parte de
nosotros, no podemos tirarlos a la basura sin más. Van con nosotros a todas
partes, en todo momento, aunque a veces nos parezca que hemos logrado darles
esquinazo, al poco nos damos cuenta que sencillamente lo que estábamos haciendo
era mirar hacia otro lado a ver si así desaparecían, evadirnos con mil tácticas
de nuestra realidad interior. Pero vuelven, siempre vuelven. En especial cuando
la vida nos pone en dificultades. Necesitan ser contemplados, reconocidos,
aceptados. No se pueden eliminar sin más, pero se pueden “reciclar”,
transformar en materia prima útil para continuar el camino de autodesarrollo. Cual
expertos de la alquimia. No es magia, es conciencia. En la medida en que
dejamos de huir de ellos y los enfrentamos aceptando su presencia, podemos
empezar a mirarlos desde otra perspectiva y tomar la responsabilidad de reconciliarnos
con ellos. Son nuestros, nadie más puede hacerlo por nosotros.
Os comparto unos ejemplos de mi propio trabajo interior:
−
Algunos días este año me he sentido vacía, como
si de repente nada ya tuviera sentido. ¿Cómo lo transformo? La próxima vez que
lo sienta, puedo sostenerlo hasta que pase, tomándolo como una señal que me
ayuda a ver que quizás necesito hacer un reset, revisar propósitos y
reinventarme en alguna área de mi vida. Es una señal que me indica que me toca
dar un paso cualitativo hacia adelante, que seguir como hasta ahora ya no es
sostenible.
−
La ansiedad es otra de las sensaciones que he
tenido muy presente este 2020. No es nueva, y ya me la había trabajado en otras
ocasiones, pero este año ha crecido. Ansiedad por el futuro incierto, por las
dudas de si estoy haciendo lo correcto, de si puedo hacer más o mejor. Ansiedad
por los derroteros que parece que estamos tomando como sociedad, por las dudas
sobre el mundo que dejaremos a nuestros hijos. ¿Cómo lo transformo? La
ansiedad, como el vacío, también me la puedo tomar como señal. Me indica que
necesito parar, respirar, reconectar con la maravilla de lo básico en esta
vida: inspiro, expiro, estoy viva. Puedo confiar en mis recursos. Recalibrar cómo
estoy pensando, sintiendo y actuando, para continuar el camino más consciente,
más sólida, más fuerte.
−
Mis límites físicos y de salud: lo que quiero hacer
y no puedo. Este año he pasado tres gripes fuertes, no sé si Covid o no, y me he
roto mi brazo dominante, con el que escribo, dibujo, creo. Por suerte nada
grave, y sigo gozando de buena salud general, pero lo sucedido me ha puesto
enfrente de límites para trabajar, me ha hecho posponer o interrumpir proyectos.
Ante ello, mucha frustración, rabia y tristeza, aunque también fuerza de
voluntad y confianza en el futuro. ¿Cómo lo transformo? Toparme con mis límites
me hace saberme más humana, y me obliga a trabajarme la autoaceptación y una
autoestima más profunda, más completa, que me permita tocar e integrar todos
los aspectos de la Laura real, aquí y ahora.
Deseo que este pequeño juego entre la ecología y la gestión
emocional te inspire y te ayude a hacer tu balance de fin de año, lo mismo que lo
ha hecho conmigo. ¡Que tengas un 2021 lleno de salud, conciencia, libertad para amar y
energía para construir tus mayores ilusiones!
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