servicio aisló a los grandes grupos humanos de su participación ya
en el consumo, ya en su creación.
Aparece una crucial contradicción entre prácticas sociales
tendientes a la comprensión y modificación de la realidad cotidiana
con participación de las mayorías, por un lado, y el mero
entretenimiento que divierte para obviar que la dificultad permanece,
a modo de “anestesia social”.
Así, el tiempo libre suele ser concebido como aquella
temporalidad disponible, desocupada, residual, entrenada para ser
consumida a través de los medios de comunicación masivos o de
otra modalidad de expectación. La libertad suele ser entendida como
la posibilidad de acceso a determinados bienes de consumo, la
opción de hacer o no hacer, el derecho a poseer trabajo, vivienda,
dignidad, etc. pero no siempre a su concreción. Finalmente, la
educación parece constituirse en un conjunto de contenidos a repetir
antes que al aprendizaje de un pensamiento crítico que opere sobre
una realidad poco satisfactoria que es necesario modificar.
Con abultadísima deuda externa, datos récord de
desocupación, severos antecedentes de desapariciones y represión
por parte de las fuerzas de seguridad en décadas pasadas, la
Argentina aparece en una situación muy difícil. Sin embargo, fuerzas
sociales de distinto origen, concepción política y hasta metodología
de acción diferentes, comienzan a protagonizar cambios relevantes.
Se escuchan términos caros a los oídos de algunos: economía del
tercer sector, desobediencia civil, democracia participativa,
educación popular –encarnada en y con los desocupados-, industrias
culturales, asociativismo, etc. Algunos gobiernos provinciales y
municipales están encarando ambiciosos planes para poner la cultura
al acceso de grandes grupos, para rescatar del olvido intencional las
culturas indígenas. Y no debemos olvidar a los primeros animadores,