La intervención profesional en el capitalismo neoliberal: revisitar el
enfoque de derechos desde las teorías críticas del Sur.1
María Eugenia Hermida (UNMDP)2
Resumen
En esta exposición buscaré problematizar cuatro nudos críticos: las nociones de
intervención profesional, teoría, derechos y pensamiento situado. Ofreciendo algunas
reflexiones en torno a estas cuatro categorías, la propuesta es ensayar cruces entre las
mismas en pos de pensar un Trabajo Social situado y crítico que dé respuestas a los
desafíos que el giro a la derecha y el orden neoliberal imponen a nuestro ejercicio
profesional.
1. Presentación
Estas jornadas tienen la particularidad y la potencialidad de estar convocadas por diversas
instancias institucionales, como es la Universidad Pública, y dentro de ella la carrera de
Trabajo Social, el Colegio Profesional de Trabajadores/as sociales de La Rioja, a la vez
que cuenta con el aval y la participación de la FAUATS así como del cuerpo estudiantil
de esta casa de estudios. Este dato no es menor. Nos permite ver la sinergia que podemos
lograr cuando nos permitimos sortear los compartimentos estancos y ver a nuestra
profesión desde las diversas instancias que la componen. Trabajo Social es un proceso,
histórico, pluriverso, transdisciplinar, colectivo y complejo. Y allí, entre otras cuestiones,
radica su riqueza.
En este marco de encuentro, la invitación es a “deconstruir miradas”. Y esta tarea es
realmente muy difícil. En general nos preguntamos por las cosas que miramos pero no
por cómo miramos las cosas. Deconstruir una mirada es una apuesta muy ambiciosa y
muy valiente. Implica animarnos a devenir otrxs, a cambiar la posición desde donde
Conferencia dictada en las Jornadas de Trabajo Social: “Deconstruyendo Miradas: Trabajo Social hoy”.
Organizadas por la Carrera Licenciatura en Trabajo Social, el Consejo Profesional de trabajadores sociales
de la provincia de La Rioja, la FAUATS Regional NOA y la Agrupación Estudiantil de Trabajo Social
ESEM. UNLaR, La rioja, 6 y 7 de diciembre de 2018.
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Docente, investigadora y Directora del Departamento de Trabajo Social (UNMDP) Licenciada en Servicio
Social (UNMDP). Especialista en Docencia Universitaria (UNMDP). Doctora en Trabajo Social (UNR).
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miramos, a darnos cuenta que miramos las cosas de una lente que quizás distorsiona la
realidad. Implica también una oportunidad maravillosa para quienes queremos
transformar la realidad. Porque deconstruir nuestras miradas es sacarnos de encima filtros
que “contraen el presente” como dice Boaventura de Sousa Santos (2006), filtros que nos
hacen miopes, que nos confunden. El Trabajo Social tiene que reinventar sus miradas, y
esto no implica desconocer legados y genealogías, sino precisamente re-conocerlas, y
tener con ellas como dice Rodrigo Cortez Mancilla (2017) una relación de fidelidad e
infidelidad, que nos permita desarrollar nuestras incumbencias y poner en acto nuestros
proyectos políticos disciplinares.
Mi aporte para deconstruir miradas implicará problematizar cuatro nudos críticos: las
nociones de intervención profesional, teoría, derechos y pensamiento situado. Las tres
primeras palabras son parte de nuestro acervo básico profesional. Y quisiera que juntos
deconstruyamos algunos sentidos que atribuimos a ellas para poder mirar desde otro lado,
para poder llegar a ver desde ellas cosas que desde miradas menos problematizadas no
llegaríamos a ver. El pensar situado se ofrece entonces como un concepto auxiliar para
resignificar a a estos tres, el de intervención, el de teoría y el de derechos. La idea sería
ofrecer algunas clarificaciones pero también algunos interrogantes en torno a estas cuatro
categorías, y ensayar algunos cruces entre las mismas en pos de pensar un Trabajo Social
situado y crítico que dé respuestas a los desafíos que el giro a la derecha y el orden
neoliberal imponen a nuestro ejercicio profesional.
2. Algunas puntuaciones sobre la intervención profesional
Quiero retomar aquí para comenzar nuestras reflexiones, la propuesta de Nora Aquín
(2006), para hacer un primer acercamiento a la idea de Intervención profesional. Ella dice
que el Trabajo Social, en tanto profesión, interviene en tres campos diferenciados pero
también complementarios:
1) en la producción de conocimientos,
2) en los procesos de reproducción de sus cuadros a través de la docencia,
3) y en la transformación de situaciones de la vida cotidiana de los sectores subalternos a
través de la prestación de servicios. (Aquin, 2006: 9-10)
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Estas tres dimensiones remiten a tres dominios de la intervención del Trabajo Social como
son la investigación científica, la formación de lxs futurxs trabajadorxs sociales, y la
intervención en lo social propiamente dicha. Lo que Aquín afirmara en el 2006 se
recuperó en nuestra Ley Federal de Trabajo Social 27.072 en el 2014, consagrando la
investigación académica y la docencia universitaria como incumbencias profesionales.
Esta cuestión no es menor. Implica reconocer a Trabajo Social como una disciplina de las
ciencias sociales, cuyo compromiso se despliega no solo en el abordaje de necesidades y
problemáticas sociales complejas, y en la gestión de políticas públicas, sino también en
la construcción de saberes otros, que permitan desentrañar las contradicciones de este
sistema, y su producción de desigualdades. Hoy quiero recordarlo porque es importante
saber que lxs colegas que son becarios CONICET, integrantes de la gestión universitaria,
docentes, investigadorxs, no dejaron el Trabajo Social, lo están ejerciendo a partir de estas
incumbencias profesionales que aportan a la construcción disciplinar y a los objetivos de
nuestra profesión.
Para Aquín entonces, estas tres dimensiones:
1) Implican actos e intervenciones
2) Tienen lógicas diferenciadas
3) Responden a objetivos diferentes
4) Ninguna tiene que recurrir a dignidades de otro rango para validarse. (2006: 9-10)
Esto es un desafío en varios frentes. Por ejemplo la formación. Si estas tres dimensiones
implican lógicas y objetivos diferentes, suponen que tenemos que enseñar cosas distintas
para poder ejercerlas. Hay que preguntarse por esto. Creo que lenta pero sólidamente
estamos avanzando en la enseñanza de la investigación y en las estrategias para hacerla
viable. Donde veo más deudas pendientes es en la necesidad de apostar a lo que denomino
una didáctica del Trabajo Social. Aun así, los recientemente creados profesorados en
Trabajo Social y el esfuerzo en formarnos en especializaciones en docencia universitaria
están dando ya sus incipientes frutos.
¿Qué es entonces intervenir? Lo primero que podemos decir es que intervenir implica
procesos diferentes. Es decir que es una categoría que engloba dimensiones diferenciadas
pero a la vez complementarias. De aquí podemos sacar una primera conclusión: la
intervención profesional es un asunto colectivo. Cada unx de nosotrxs hace Trabajo
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Social, en distintos territorios, situándose en alguna de estas tres dimensiones, pero no
necesita “fichar” en las tres para ser un “verdaderx” trabajador/a social. Ya varios colegas
nos han advertido de los peligros de cultivar una “subjetividad heroica” en Trabajo Social.
La potencia de nuestra profesión radica también en la capacidad que tengamos de vernos
y construirnos como sujeto colectivo, donde ninguna de nuestras tareas sea
menospreciada, ni tildada de reduccionismo teoricista o empirista, y donde nuestras
organizaciones profesionales e instituciones se den políticas como la de hoy: políticas del
encuentro, de la circulación de saberes y experiencias diversas, donde las discusiones de
Mar del Plata, de Córdoba, de La Rioja, de todo el NOA, donde los saberes que atraviesan
el territorio, las instituciones, las políticas públicas, la academia, los movimientos
sociales, y los diversos campos problemáticos se encuentren, se interpelen, se
complementen, se deconstruyan. Ningunx de nosotrxs es imprescindible, pero tampoco
prescindible, en esta lucha por conquistar dignidad, derechos y buen vivir para nuestros
pueblos.
Hasta aquí afirmamos entonces: que la intervención profesional tiene al menos tres
campos (investigación, formación, intervención en lo social) que son diferentes y cuya
interconexión debemos profundizar; y que el sujeto que ejerce la intervención profesional
es histórico, diverso y colectivo, y no solo una suma de individualidades que hace lo que
le place. La intervención profesional profundizará sus logros y el alcance de sus metas en
tanto profundicemos nuestros proyectos profesionales y nuestras estrategias políticas de
articulación al interior de nuestro propio colectivo y en el trazado de redes que potencien
las luchas populares e institucionales por la defensa de los Derechos3. Quiero agregar dos
cuestiones más. Una es que la intervención profesional se mueve siempre en dos registros:
materialidad y discursividad. Y la otra es que implica siempre dos instancias:
comprensión y transformación.
Desmenucemos un poco esto. Quizás desde el registro de la investigación se enfatice más
la instancia de la comprensión. El objetivo de toda investigación académica es construir
conocimiento para comprender o explicar determinados procesos o hechos. La
Y acá se abre un capítulo central, que no podemos abordar hoy, y que es el tema del Otro de la intervención,
y su lugar, y el tipo de relación que con él o ella, o ellxs entablamos, y la participación, y nuestro margen
de acción allí, etc. Carballeda (2013) nos aporta mucho con su concepto de sujeto inesperado. Arias (2015)
con su clarificación de los modelos de intervención de asistencia y promoción y el lugar del sujeto en cada
uno de ellos. Campana y Giavedoni (2018) en sus reflexiones sobre la subjetividad neoliberal. Por mi parte
tomo aportes de ellxs y otros en Hermida (2015) para pensar los procesos de mostrificación de las otredades
subalternas.
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investigación en Trabajo Social no implica investigar sobre Trabajo Social, sino sobre la
realidad social, y particularmente sus desigualdades, las diferentes manifestaciones de la
cuestión social, las subjetividades que se construyen, los padecimientos que los sujetos
atraviesan, las configuraciones y los efectos que las políticas públicas generan, los
procesos que los movimientos sociales despliegan, etc. Entonces no hay un objeto
particular del Trabajo Social, tal como Cazzaniga (2015) y González Saibene (2014) ya
han sabido clarificar, aunque es un ordenador interesante recuperar de esta última autora
la idea de relaciones sociales como categoría que permite delimitar y también disputar
pertinencia disciplinar. Pero me interesa remarcar que lo propio nuestro no es el tema de
investigación ni la metodología que utilizamos. Y acá nos llevamos puestos los mandatos
del positivismo como expresión acabada de la epistemología moderna. Porque estoy
afirmando que no es la delimitación de un objeto y de un método lo que nos hace existir
en el campo científico. Sino la capacidad de construir saberes válidos en el marco de un
programa político, epistemológico y relacional. Entonces no es el tema, no es la
metodología, sino que es el sentido que atribuimos a ese proceso de construcción de
saberes, y las articulaciones que gestamos, lo que nos permite decir que estamos
investigando desde nuestra pertenencia y pertinencia disciplinar. Y no puedo no recordar
a Cazzaniga (2015), Karsz (2007) y González Saibene (2011) y sus reflexiones sobre el
carácter transdisciplinar de nuestro oficio, y a Martínez y Agüero (2014) y Hermida y
Meschini (2018) en su apelación al Trabajo Social como indisciplina. Para mí en Trabajo
Social hay un énfasis en lo que en epistemología llamamos contexto de descubrimiento.
La construcción de nuestra agenda de investigación debe estar comandada por las
necesidades de nuestros pueblos y los desafíos que vamos encontrando para la
construcción del Buen Vivir. No investigar para reproducir la vida de anquilosados
dispositivos académicos, sino investigar para comprender los procesos sociales donde
intervenimos. Los marcos teóricos que desplegamos en nuestras investigaciones no son
sólo del corpus de colegas trabajadorxs sociales. Nos auxilia la Filosofía, la Sociología,
la Antropología, el Psicoanálisis, la Historia, etc. Somos transdisciplinarios. Pero no
porque nuestra función sea aplicar lo que otros construyen. Sino que somos una voz más
en el campo de las ciencias humanas y sociales, con una posición privilegiada para saltar
las caprichosas fronteras que la Modernidad imprimió a las disciplinas en su afán de
diseccionar el problema de lo humano. Tenemos una libertad, una capacidad de
traducción y una impertinencia que nos hacen capaces de construir las hipótesis más
sagaces, los diseños metodológicos más creativos y las preguntas más cercanas a los
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dolores y problemas de nuestro pueblo. Y sabemos construir grupo y trabajar en equipo.
Y sabemos la diferencia entre problema de intervención y problema de investigación y la
necesidad de construir las mediaciones necesarias para articular esas lógicas diferenciadas
y potenciarlas mutuamente. Situadxs, transdisciplinarixs e indisciplinadxs: tenemos todo
para hacer que la investigación en Trabajo Social se consolide y con ella se construyan
mejores herramientas conceptuales para la intervención en lo social.
Entonces, si
intervenir en cualquiera de las tres dimensiones implica siempre comprender y
transformar, también quiero decir que la investigación y la formación son dos
dimensiones que cumplen una tarea muy importante al brindar herramientas para que
nuestra tercera dimensión, que es la intervención en lo social, y que es nuestra pauta
primera identitaria, pueda generar mejores procesos de comprensión. Y como veremos en
el apartado que sigue, de transformación.
Pero antes de decir cerrar este primer punto para decir algunas cuestiones sobre qué es la
teoría, quiero remitir a esta doble dimensión, material y discursiva, de todo proceso
interventivo.
El sentido común puede llevarnos por mal camino y pensar erróneamente que el Trabajo
Social en la academia se mueve solo entre discursos, y que el Trabajo Social en territorio
y en instituciones lo hace entre materialidades. Esto no es así. En todo proceso social
podemos ver imbricadas estas dos instancias. Y esto es así porque como diría Cassirer
(1967), el ser humano es un animal simbólico. Y como diría Nietzsche (2004) no hay
hechos sino interpretaciones de hechos. No accedemos directamente a las cosas, sino por
medio de palabras que las significan, les imprimen un valor, un sentido, un posible uso.
Aunque no lo notemos habitualmente las palabras nos evocan buenas o malas
disposiciones, nos traen a nuestro registro colores, olores, valoraciones. Hay buenas y
malas palabras. Fíjense por ejemplo el trabajo de las organizaciones de la disidencia
sexual y del feminismo, de tomar una palabra que es catalogada como estigma para
reivindicarla con orgullo como un concepto identitario positivo. Si puto, puta, trava, son
insultos en el sentido común, las organizaciones LTGBIQ provocan una torsión para
reivindicarlas como marcadores identitarios no binarios.
Así, en nuestras sociedades hay determinados marcadores sociales que se construyen y
reproducen discursivamente pero que generar materialidades muy concretas. Por ejemplo
la raza, el género, la orientación sexual, la edad. Sobre estos determinantes sociales se
construyen reglas sociales no siempre explicitadas. Se legitiman violencias por ejemplo.
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No hay materialidad sin significación, y no hay discurso desanclado de procesos
concretos, de dispositivos que lo hagan circular como diría Foucault ([1971] 1992).
Sintetizamos: hacer Trabajo Social puede implicar investigar, enseñar o intervenir en lo
social. La intervención implica comprender y transformar. Hay veces que enfatizamos un
aspecto sobre otro por las características propias del tipo de intervención que hacemos.
Pero sepamos que si no hacemos el ejercicio de buscar comprender, estamos metiendo la
pata. Porque las personas siempre atribuimos sentidos. Y si no construimos un juicio
comprensivo profesional lo que estamos haciendo es significar los hechos desde el sentido
común, irreflexivamente. Si trabajamos sin pensar lo que hacemos, alguien está pensando
por nosotros, quizás ese alguien sea la ideología neoliberal. Por ultimo subrayar que toda
intervención tiene siempre una dimensión discursiva y una material, no solo en lo que
decimos y lo que gestionamos. Los procesos donde intervenimos tienen que ser para
nosotros también textos a leer, a significar. Deconstruir miradas implica que mañana en
el territorio, en el aula, en la oficina, miremos lo mismos con otros ojos, leamos el texto
que es la realidad con otros anteojos. Podemos sorprendernos de cuánto más podemos
ver, y cuán distinto puede ser lo que veamos.
3. Problematizar el lugar de la Teoría en Trabajo Social
Parto de reconocer públicamente la deuda que tengo con el giro lingüístico, la
fenomenología, el pragmatismo, el comprensivismo, el interpretativismo y el
posestructuralismo. Es decir con esas teorías que han advertido el carácter performativo
del habla, del discurso. Que han demostrado que las palabras no representan la realidad
sino que la construyen. Pero lo cierto es que, por razones genealógicas y por el imaginario
que rodea a nuestra profesión, es muy difícil pensar así en Trabajo Social. Podemos hacer
un ejercicio breve. Y poner en el buscador de google imágenes: “trabajo social”. Verán
que salen sobre todo manos. La mano como metáfora del hacer. Si buscamos otra
disciplina como la Filosofía, veremos cabezas (de hombres célebres). Parece que al menos
en una primera aproximación en Trabajo Social lo importante son las manos, las acciones,
mientras que las palabras, los discursos y las ideas son de otras disciplinas. Ya venimos
deconstruyendo un poco esta mirada, al afirmar que la intervención tiene esta doble
dimensión de discursividad y materialidad, y también cuando decimos que para
transformar hay que comprender. Pero la pregunta sobre la teoría en Trabajo Social ha
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sido siempre un poco incómoda. Aquí traeré las reflexiones de González Saibene (2011)
quien a su vez recupera a Parisí, a propósito de la distinción entre una intervención
fundada o una intervención indiscriminada. Esta última es la intervención mecanizada,
no problematizada, que no puede dar cuenta de los motivos de sus decisiones, que no
puede elaborar un juicio comprensivo que enlace datos empíricos con argumentaciones
teóricas. La intervención fundada por su parte opera de acuerdo al develamiento que pudo
realizar respecto de los diversos factores que intervienen condicionando una situación
social concreta. Sin teoría no hay intervención fundada.
Por su parte Saúl Karsz (2007) y Nicolás Lobos (2010), desde una aproximación
althusseriana y lacaniana nos muestran que cuando intervenimos significamos. Y lo
hacemos con teoría. Y si no tenemos teoría, lo hacemos con sentido común, porque no
hay otra manera de relacionarnos con las personas y con las cosas que a través del sentido
que atribuimos a ellas. Y cuando no tenemos herramientas conceptuales sólidas, y cuando
el sentido común hace agua, intentamos protegernos de la angustia que genera estar allí
en la primera línea de fuego, mirando los mil rostros del horror neoliberal, sin poder
decodificar por qué y cómo pasa lo que pasa. Y una forma de escudarnos de esa angustia
es la técnica. Esta idea de Lobos (2010) es polémica. Pero yo coincido con ella. Porque
la formación técnica es realmente imprescindible. Pero nunca suple la formación teórica.
Y si caemos en esa trampa, de creer que hacer Trabajo Social es dominar un conjunto de
técnicas y nada más que eso, qué flaco favor nos hacemos. Porque puedo manejar muy
bien una serie de criterios metodológicos sobre el uso de la entrevista por ejemplo, pero
si no cuento con referentes conceptuales sólidos que me permitan comprender el sentido
que habita en un silencio, en una determinada articulación de palabras, entonces, me
quedo a medio camino. Hemos cometido errores al pensar que la especificidad del
Trabajo Social es la dimensión técnica operativa. Al menos muchxs de nosotrxs creemos
que no. Que la densidad de nuestro aporte se juega en el interés político de la
transformación social desde un enfoque de derechos. De allí se abren diferentes caminos
y perspectivas respecto de qué implica una defensa irrestricta de los derechos humanos,
respecto de las mediaciones a hacer para trabajar en las problemáticas sociales complejas
específicas que nos convocan. Pero nada de eso podemos hacer sin teoría. La teoría es un
conjunto de ideas articuladas que nos explican una porción de la realidad, las relaciones
que la estructuran y los mecanismos que la reproducen. Y si bien no hay que olvidar que
toda teoría, como diré luego, tiene límites y prejuicios, porque es una construcción social
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contingente, aunque se disfrace casi siempre de universal y necesaria, sí sabemos que es
una construcción provisoria pero validada, es decir, elaborada atendiendo a una serie de
criterios explicitados, también siempre perfectibles y en disputa, pero que nos permiten
reconstruir de dónde salieron esas ideas y cuáles son los argumentos teóricos y las
contrastaciones empíricas que los sostienen.
La teoría es una herramienta para no apelar al sentido común y a la ideología dominante
a la hora de dotar de sentido las realidades en las que intervenimos. Lo que no sé, no lo
puedo ver. Si no conozco qué es el patriarcado veré romanticismo en un pedido de perdón
con una rosa de un hombre que llorando se disculpa con su mujer por una golpiza, y no
podré ver, por más buena voluntad que ponga, que esa escena es el eslabón más perverso
de una cadena de violencia de género. Si no conozco lo que es adultocentrismo no veré
el no respeto a los derechos del niñx toda vez que se interviene sin siquiera conocer la
mirada de este pequeño, sus miedos, deseos e intereses personales. Si no conozco el
racismo y la colonialidad del poder no podré ver el despliegue de prácticas pedagógicas
opresivas que a diario operan en todos los niveles educativos con los sujetos racializados,
migrantes, indígenas, etc.
En Mar del Plata estamos haciendo el esfuerzo de cambiar nuestro plan de estudios. Las
materias denominadas específicas eran llamadas Metodología (de caso, grupo y
comunidad) y talleres de práctica. Está la metodología, y está la práctica ¿Qué no está?:
la teoría. En realidad está, en las materias “no específicas” que son denominadas con el
nombre de otras disciplinas: Sociología, Economía, Psicología, etc. Podríamos
detenernos un largo rato en analizar todos los supuestos epistémicos que subyacen a esta
definición académica, política y epistemológica. Pero lo que vemos es que la metáfora de
las manos no opera solo en los imaginarios exógenos de la profesión, sino también en los
propios.
La invitación entonces es a reivindicar el lugar central de la teoría, no para detenernos en
especulaciones y abstracciones inconducentes, sino para tener cada vez una mirada más
amplia, más informada, más capaz de develar lo que a simple vista jamás podríamos
detectar y por tanto mucho menos transformar.
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4. Reconceptualizar la noción de derecho(s) en Trabajo Social4
La noción de derechos es especial. En ella se cruzan diversas disciplinas, miradas
políticas, siglos de historia y de disputa por sus efectos. Cuando hablamos de derechos
hablamos de protecciones, de luchas, de sangre, de política, de familias, de ejercicio
profesional. Merece la pena entonces acercarse, estudiar un poco este término, y también
disputar su sentido. Porque las palabras son verdaderos campos de batallas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de derechos en Trabajo Social? Tal como hemos
analizado en otros escritos previos (Hermida y Meschini, 2018), el concepto de enfoque
de derechos o enfoque basado en los derechos humanos (EBDH) se sistematiza como
propuesta conceptual a fines del siglo XX en el marco de la Organización de Naciones
Unidas tomando como base las teorías de desarrollo y los Derechos Humanos. Repito
aquí lo que ya en esos textos hemos afirmado, y es que el Trabajo Social argentino supo
resemantizar esa expresión, entendiendo a la misma como una perspectiva que se nutre
de las experiencias de lucha que fueran reprimidas durante la última dictadura cívico
militar (1976-1982), así como de los procesos de organización colectiva y resistencia a la
dictadura del mercado que el neoliberalismo implantó en nuestro país llevándolo a la
explosión de su crisis en 2001. También para nuestro colectivo profesional, la noción de
enfoque de derechos se vincula menos a la jerga de los organismos internacionales y más
con las propuestas denominadas garantistas, en clara confrontación con las perspectivas
liberales que apuntan a la penalización, a la individualización de problemáticas que son
sociales y que se expresan en políticas de mano dura, de judicialización de la pobreza y
las juventudes, y que promueven la ausencia del Estado y a la mano invisible del Mercado
como reguladora de lo social. De esta forma el enfoque de derechos trasciende aspectos
técnicos vinculados a protocolos que proponen organismos internacionales en pos de
desarrollo (dimensiones éstas a las que apuntaba esta categoría en sus inicios), para
convertirse en una categoría política, en el marco del Trabajo Social argentino, como
perspectiva que busca reconstruir derechos, y que tomó mucha fuerza durante el ciclo de
gobierno kirchnerista, a través de la presencia activa del Estado en las políticas públicas
de asistencia, reparación, promoción de derechos humanos, sociales y populares. La
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En este aparto relativo a la noción de derechos en Trabajo Social, retomo párrafos de la conferencia que
dictara este año en Santa Fe, en el Congreso de FAAPSS 2018. Ver Hermida (2018b) titulada: “Derechos,
neoliberalismo y Trabajo Social. Por una reconceptualización descolonial del enfoque de derechos en la
intervención profesional.” La misma se encuentra en prensa, y será publicada el año próximo en las actas
del dicho Congreso.
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consagración del cambio del Día del Trabajador Social Argentino promovida por las
organizaciones profesionales que hoy nos convocan, al 10 de diciembre, día de los
Derechos Humanos, se inscribe como una conquista de esta manera de entender la
profesión. Nuestra Ley Federal de Trabajo Social, 27.072/ 2014, no deja lugar a dudas
respecto de la ligazón fundante entre Trabajo Social y derechos. Así, algunas de las
sublíneas de los discursos liberales como las perspectivas asociadas a la ciudadanía y la
dimensión política de la profesión que emergieron en la década de los noventa en nuestros
debates, configurarán una propedéutica, una vertiente que se entrecruzará ya a mediados
de la década pasada, con tradiciones populares, liberacionistas y críticas, para conformar
este enfoque de derechos, que entiende los derechos como conquistas y como prácticas
sociales y populares que implican dimensiones económicas, discursivas y políticas, y no
como normativas institucionales cuyo sujeto es el ciudadano individual.
Ahora bien, esta configuración discursiva que hemos construido, (quizás sin reparar de
manera directa en ella, quiero decir, quizás actuándola más que escribiéndola, intuyéndola
más que problematizándola y eso nos desafía a insistir en el ejercicio de nuestra profesión
también en el ámbito académico de la investigación y la docencia), esta noción de enfoque
de derechos, de Trabajo Social basado en los derechos, no se configuró en un vacío
discursivo, sino que actuó de alguna medida como caja de resonancia de los debates más
amplios que se fueron dando en nuestra sociedad. Quiero decir, que en los últimos
cuarenta años, hablar de Derechos en la Argentina quiso decir cosas muy distintas, a partir
de las transformaciones que el Estado y sus formas de entender y ejercer la democracia
sufrieron. Y nuestra profesión participó y participa de esas mutaciones. Estamos en un
contexto en que el gobierno insiste en que determinados derechos como estudiar en la
universidad, tener un trabajo en blanco, tener una vivienda, jubilarse si fuiste una
trabajadora precarizada, o acceder a las prestaciones para una operación en un hospital
público, no eran en realidad derechos, eran privilegios. Parte de una fiesta que ahora hay
que pagar con sangre, sudor y lágrimas. Pero a la par insiste que determinados privilegios
como que se condone una deuda millonaria del grupo Macri hacia el Estado, eran
verdaderos derechos. Así se amplían las necesidades de las mayorías y se concentra la
riqueza. Por eso es tan importante que hoy aquí clarifiquemos de qué hablamos cuando
hablamos de derechos.
Intervenir en lo social en un contexto de vulneración de derechos implica seguir
sosteniendo que los derechos reconocidos no tienen vuelta atrás. Y que hay muchos
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derechos emergentes como el de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, que deben
ser reconocidos y respetados. Rinesi advierte que hay algo curioso respecto de los
derechos. Y es que se los evoca precisamente cuando no se cumplen. Cuando el acceso a
un derecho está totalmente garantizado se produce una suerte de naturalización que hace
que olvidemos que es un derecho, que omitamos esa dimensión. Por eso hoy más que
nunca tenemos que hablar de nuestros derechos y denunciar el desmantelamiento de los
dispositivos que permiten custodiarlos. Creo que es tiempo de habitar nuestras
instituciones públicas y no abandonar la gestión de las políticas públicas. Porque son
nuestras. Son la esperanza de varios y la única posibilidad de muchxs. De los que no
reproducen su vida en el mercado. Quizás exista aun la tentación de abandonar los
denominados por Althusser “aparatos ideológicos del Estado” para irnos al llano, lejos de
las normalización y el disciplinamiento. Pero yo tengo tres malas noticias sobre eso. La
primera es que lo que suele suceder cuando abandonamos las instituciones es que
sustraemos a la presencia del Estado de los territorios. Porque lxs trabajadorxs sociales
somos el enlace por antonomasia entre la instituciones y los sujetos. Y donde no hay
Estado, lo que queda la más de las veces como regulador del lazo social es el Mercado
con sus lógicas perversas y excluyentes. En segundo lugar, es un mito la idea del
abandono del Estado. Porque el Estado está en nosotrxs. En nuestra forma de hablar, de
ejercer nuestro oficio, de entablar nuestra relación profesional, son nuestros criterios
orientadores de las decisiones que tomamos. En tercer lugar, porque creo que tenemos
una opción mejor. No abandonar el Estado, sino ocuparse de su reinvención como diría
Boaventura de Sousa Santos (2006). Hacernos cargo de su aporía constitutiva y poner en
juego nuestra expertiz profesional para limitar sus sesgos patriarcales eurocéntricos,
racistas, disciplinadores, y para promover su potencia emancipadora. Pensemos en la
escuela pública por ejemplo. Da oportunidades y a la vez disciplina. Tiene la impronta
sarmientina de la homogenización y la normalización, y a la vez es el espacio de
democratización del conocimiento. Es la que configura corporalidades dóciles para el
fábrica primero y para el mercado después. Pero también la que permite la educación
sexual integral para decidir. La escuela es la que operativiza uno de los derechos
fundamentales para nosotros. Entonces. ¿Qué vamos a hacer? ¿Abandonarla para migrar
a micro proyectos alternativos e innovadores, de educación autogestionada pero que en
la práctica solo son accesibles para sectores medios? ¿Y dejar a su suerte a las grandes
mayorías de niños/as, les diría a más de la mitad de nuestrxs niñxs argentinxs que hoy
son pobres, y que solo pueden acceder a la escuela pública? Acceso que por otra parte
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sólo se hace material si habemos trabajadorxs sociales, docentes y directivos, es decir
agentes del estado que instrumentemos una diversidad de estrategias para construir esa
accesibilidad, para hacer del derecho nominal un proceso social. Siguiendo este ejemplo
del derecho a la educación, construir una educación otra para mi hoy es precisamente
politizar lo social, trabajar en esos dos frentes. Como colectivo profesional construyendo
y promoviendo discursos sólidos fundamentados con teoría y con investigación, sobre
cómo construir un sistema educativo nacional público otro. Que no discipline, que
emancipe. Y complementando esta tarea con un posicionamiento político de defensa
irrestricta de lo público. Y en el otro frente, cada colega, en cada escuela, construyendo
relaciones diferentes, promoviendo discursos de inclusión que disputen a los de la
meritocracia, armando talleres con los colegas docentes, con los padres y madres, con los
niñxs, trabajando en red con las instituciones del barrio. Cuando en la gestión anterior se
promovieron algunas experiencias muy interesantes vinculadas a disputar la pedagogía
hegemónica desde arriba, lo que sucedió en muchas escuelas, es que faltaron cuadros que
supieran decodificar esa propuesta, ponerla en acto, mejorarla incluso. Y esto es algo que
ha pasado en todos los campos: salud mental y niñez son otros ejemplos paradigmáticos.
Cambiaron las leyes y no las cabezas. Y así los derechos no pudieron efectivizarse.
Entonces tenemos este reto de asumir nuestras instituciones. De esto también habla García
Linera cuando amplía el concepto de Estado. Tenemos que conducir nuestras
instituciones, por prepotencia de trabajo. Con claridad conceptual y expertiz técnica. Con
confianza. Y dar allí la disputa, desde la intervención, en su dimensión discursiva
desmantelando los falaces argumentos de la meritocracia, en su dimensión material,
promoviendo acciones que permitan la emergencia de subjetividades rebeldes y a la
disputa por una distribución más equitativa de la riqueza. Intervenir comprendiendo qué
derechos se vulneran y elaborando estrategias para transformar esa realidad.
5. Algunas puntuaciones sobre el pensar situado
Todo pensar está situado. Chacrabarty (2007) lo explica maravillosamente cuando nos
exhorta a provincializar Europa, es decir a derribar el mito de que lo europeo es universal.
Y antes Marx nos lo explica al afirmar que nuestro ser social determina nuestra
conciencia. Las personas pensamos desde nuestra materialidad, desde nuestro contexto o
situación. Pero hay un problema muy grave, que Jauretche (2002) llamó la “colonización
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pedagógica” y que Fanon (2009) también explicó al mostrar cómo los colonos sometían
cultural y subjetivamente a los nativos en Argelia. Se trata de un mecanismo perverso del
capitalismo moderno colonial y patriarcal, que nos arranca de nuestra materialidad, nos
trasplanta al terreno de la ideología dominante, nos enceguece y nos pone unos anteojos
de realidad virtual sin que lo notemos. Nos convertimos en zombis como dice Silvana
Martínez, sin pasado, sin historia, sin identidad. Desde la alegoría de la caverna de Platón,
a la célebre película Matrix, a la hoy denominada pos verdad, diversas metáforas reparan
en esto. No percibimos y no pensamos necesariamente desde nuestra materialidad
inmediata, es decir desde nuestra condición de clase, de género, de edad. Eso existe y
está. Pero está muchas veces tapado, convenientemente distorsionado para que pensemos
con la cabeza de las elites dominantes, y reproduzcamos sus discursos. Entonces por
ejemplos decimos que los argentinos somos escoria, que no podemos, que no sabemos,
que acá no es como en el primer mundo, que allá si saben. Y decimos que lxs trabajadorxs
sociales no tenemos la misma capacidad teórica que otros cientistas sociales. Y decimos
que las mujeres somos más frágiles que los hombres, o que los jóvenes de hoy no saben
estudiar o no pueden escribir bien. Y armamos nuestros programas de la materia con los
libros de los intelectuales que sí saben y que suelen ser hombres, adultos, heterosexuales
y de academias del Norte global.
Entonces de lo que se trata no es de una disputa entre un pensar situado y uno no situado.
Sino entre una actitud crítica de develamiento de la situacionalidad de cada pensamiento.
De sus límites y de sus potencialidades. Se trata de reponer los contextos geoculturales,
económicos, de género, territoriales, corporales, biográficos e históricos en que esos
textos fueron producidos, y descubrir ahí que lastres llevan y qué posibilidades.
Chacrabarty (2007) dice también que todo pensamiento, incluidas las teorías
denominadas críticas, están habitadas por prejuicios. Porque los conceptos son
constructos que tienen una dimensión abstracta, ideal y otra histórica, contingente. No
nos son arrojados desde el vacío consignados en tablas de la ley. Son combinaciones de
lo abstracto y lo concreto. La meritocracia es el pensar situado en los intereses de las
clases dominantes.
Así, cuando decimos pensar situado aquí, estamos queriendo decir un pensar que se sabe
situado, que conoce de donde viene y por tanto es consciente de los prejuicios que lo
habitan, de las ventanas que nos abre, de los efectos que genera y de las metas que
persigue.
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El pensar situado al que apela el Trabajo Social crítico feminista y descolonial es el de
las teorías críticas del sur global. No es un pensar chauvinista. No se cree con las
prerrogativas de excomulgar a nadie. Jamás quemaría un libro por ser escrito aquí o allá.
El pensar situado es el que intenta precisamente lo que hoy lxs organizadores de este
hermoso evento nos propusieron: deconstruir miradas. Quiero rescatar aquí otra figura,
esta vez de la lúcida Silvia Rivera Cusicanqui (2010), que habla de las epistemologías
Ch’ixi5. Algo de esto explico en un texto que este año presenté, donde propongo cruces
entre el marxismo latinoamericano y el pensamiento crítico nuestroamericano6. Este tema
del cruce de teorías se ha convertido en un tabú. Primero por una interpretación a mi modo
de ver un poco acartonada, respecto de qué significa coherencia epistemología, qué es
eclecticismo, y las posibilidades de una triangulación de teorías. No quiero abrir esta
discusión aquí, solo comento el ejemplo que en ese texto desarrollé. Tenemos el
autodenominado enfoque histórico crítico que dice sentar sus bases en la teoría marxista.
En realidad toman centralmente los aportes de Lukács, y no cualquier Lukács sino el del
ultimo y periodo (este intelectual húngaro tuvo una relación bastante compleja, de
acercamiento y alejamiento, con la obra de Marx pero sobre todo con el Partido
Comunista, y sus líderes). A su vez Lukács tiene una influencia evidente de Marx pero
también de Weber. Es un hijo del materialismo pero también del comprensivismo.
Tomemos cualquier autor/a célebre, potente, veremos que sus influencias son diversas, y
sus inscripciones difícilmente atribuibles a un solo enfoque. Lo que no podemos resignar
es la ardua tarea de la búsqueda de criterios de articulación que no diluyan las diferencias,
sino antes bien que trabajen desde la capacidad aumentada que implica ver desde la
tensión, caminar reconociendo las contradicciones, crear asumiendo la complejidad.
Creo que nuestra preocupación principal no puede ser la fidelidad a una tribu académica
o a una identidad solidificada en un paradigma previsto por nuestros mentores y al que
debemos reproducir con el denominado por Foucault ([1971], 1992) mecanismo del
comentario. Lo que necesitamos es más bien es lealtad a nuestras premisas éticas básicas
de defensa inclaudicable de los derechos, compromiso con los sectores subalternizados
por la diversidad de opresiones que el capitalismo colonial patriarcal despliega, y una
Lo mestizo y lo ch’ixi “da cuenta de una realidad donde “coexisten en paralelo múltiples diferencias
culturales, que no se funden sino que antagonizan o se complementan”. Una mezcla no exenta de conflicto,
ya que “cada diferencia se reproduce a sí misma desde la profundidad del pasado y se relaciona con las
otras de forma contenciosa”. (Prólogo de Tinta Limón en Rivera Cusicanqui, 2010: 7)
6
Ver Hermida (2018a).
5
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vigilancia epistemológica (quizás valdría repensar esta idea de vigilancia por otra menos
opresiva) respecto de los anclajes, límites y potencialidades de nuestras herramientas
teóricas para comprender con más claridad, reparar con mayor éxito, y transformar con
más radicalidad las desigualdades que nos convocan a intervenir.
Voy a proponer un ejemplo para hacerme entender. Digo que un pensar situado es aquel
que se sabe situado, que no se ahorra el trabajo de pensar qué prejuicios pueden habitar
en las ideas que usamos para explicar la realidad en la que intervenimos. Hay un concepto
importante en trabajo social que es el de asistencia. Este término ha sido y es significado
de maneras muy diversas. Y estas diferentes miradas generan diferentes intervenciones.
Entonces tenemos una perspectiva que denosta lo asistencial como una instancia protoprofesional, que no merece nuestra atención, que genera cuerpos dóciles y disponibles
para las prácticas clientelares. Suele estar asociada con una mirada desconfiada respecto
de la política, como espacio de cooptación, de extorsión. Términos como el de puntero,
asistencialismo, masa, falsa conciencia, populismo, líder carismático, van construyendo
una constelación explicativa que tiene sus raíces en un pensamiento nacido y situado en
un relato eurocéntrico liberal, individualista, institucionalista, racionalista y antipopular.
Podemos ver confluir aquí las teorías de la psiquiatría del siglo XIX y su horror y temor
a las masas, las teorías liberales de la historia y la ciencia política, el racionalismo
sociológico, el positivismo, el funcionalismo. El binomio civilización o barbarie que
ordenó el surgimiento de la cuestión social en nuestro país, sigue operando toda vez que
no vemos la asistencia como un derecho. Entonces resemantizar la noción de asistencia
desde un pensar situado es ir desnudando los prejuicios que habitan la concepción de
asistencia que amasaron las teorías situadas en el corazón de la colonialidad del poder,
del ser y del saber.
6. A modo de cierre
Hemos intentado revisar juntxs los sentidos que atribuimos habitualmente a conceptos
importantes en nuestra profesión como son el de intervención profesional, el de derechos,
y el de teoría. Y en ese camino propuse algunas ideas para reconceptualizar, para
reinventar esas nociones, y ordenarlas diferentes en pos de una intervención que pueda
resistir y también vencer a ese neoliberalismo que hoy parece consolidarse cada vez más.
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Si algunxs (Carballeda, Martínez, Arias, Meschini, Hermida, etc.) hablamos en estos
últimos años de la necesidad de un pensar situado en Trabajo Social, no es que estemos
proponiendo un nuevo paradigma, sino más que estamos militando una manera
sentipensante (Fals Borda, [1979] 2009), y responsable en términos políticos,
epistemológicos y de género, de relacionarnos con nuestra herramienta primera de
intervención que no únicamente las técnicas e instrumentos operacionales, sino sobre todo
las ideas que orientan nuestras acciones. Esas ideas a veces son constructos conceptuales
sólidos y lúcidos para detectar las contradicciones del mundo social, otras veces son lisa
y llanamente sentido común, también pueden ser conceptos que legitiman el orden vigente
o algún elemento del mismo, en otras ocasiones son intuiciones que se nos escapan de las
manos y nos dejan huérfanxs, porque nos falta más y mejor formación. Pero la
intervención puede estar sostenida por categorías potentes, escritas ayer y hoy por cuerpos
situados en el Sur global (siendo el sur un territorio nómade que se define por las
condiciones de subalternidad y rebeldía que hacen imperiosa la necesidad de resistir los
relatos del imperio), cocinadas con el fuego de la historia y que al encontrarlas se instalan
en nuestros corazones y en nuestras cabezas de tal manera que ya no podemos olvidarlas.
Las técnicas también son ideas, son un tipo de ideas que han sido procesadas para facilitar
la instrumentalización de determinados procesos. Pero nunca olvidemos que la sombra
que cada técnica que usamos proyecta, es eminentemente teórica y que deberíamos poder
leerla para no des-orientar nuestras intervenciones.
En otra ocasión puedo contarles qué textos, que autores/as, qué miradas venimos
invitando a nuestra mesa de trabajo, un grupo de nosotrxs, colegas que nos sentimos
interpelados por la necesidad de este pensar situado. Allí vienen confluyendo
producciones del pensamiento lationamericano, de la teoría poscolonial, del giro
descolonial, del pensamiento nacional, de los feminismos del sur. Hacemos laboratorios
de ideas, cruzamos este corpus díscolo con aportes de los marxismos nacidos de las luchas
latinoamericanas, con la mirada sagaz de los maestros de la sospecha, con el pensamiento
irritante y subversivo de Foucault; ponemos bajo la lupa una idea de las feministas negras
y la cruzamos con la militancia de las primeras trabajadoras sociales que parieron nuestra
disciplina allá en EEUU a principios de siglo XX, y vemos qué pasa, qué queda, qué se
pierde, qué se transforma. Buscamos una relación de libertad con esas ideas, porque nunca
podemos estar unidos a ellas sin saber por qué o para qué, nos tienen que unir a nuestras
ideas teóricas convicciones profundas (ya que estas ideas serán el fundamento de
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decisiones importantes que tomaremos, que condicionarán la vida de los sujetos con los
que trabajamos) y también nos tiene que atar a ellas un profundo deseo. Si nuestras teorías
no nos enamoran, entonces hay algo mal. Pero si estas teorías nos enceguecen al punto de
creerlas infalibles, entonces se conviertes en dogmas, en un obstáculo epistemológico
para nuestra tarea primera, que no es la exégesis de ninguna teoría, sino la transformación
del orden vigente.
Al fin y al cabo, somos lo que leemos. La invitación es a deconstruir miradas de tal manera
que podamos reconocer las ideas que tenemos, sus genealogías y sus efectos, porque
somos un conjunto de ideas en acto, entonces necesitamos aprendernos aprendiendo sobre
ellas, para conservarlas, para desaprenderlas, o para desatarnos de ellas. Y así poder
enredarnos a otras ideas si es necesario, y así devenir otrxs, cada vez más situados en
nuestros cuerpos de este Sur que resiste, para poder hacer esa intervención colectiva y
liberadora que grito de los condenadxs de la tierra nos exige.
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