viernes. 19.04.2024
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54 MUJERES, LA SERIE [XXV]

54 Mujeres • Lydia Lunch (La guerra no termina nunca) • José Luis Justes Amador

José Luis Justes Amador

Lydia Lunch
Lydia Lunch
54 Mujeres • Lydia Lunch (La guerra no termina nunca) • José Luis Justes Amador


 


 

It's a kind of literary and philosophical repetition compulsion
Bookslut sobre la autobiografía de Lydia Lunch


 

Aunque hablara de su obra literaria, significativamente titulada “Paradoxia”, la definición podría aplicarse a cualquiera de las facetas de la larga carrera de Lydia Lunch, que ha tocado muchas variantes artísticas. Definir a Lunch solamente como música o cantante sería quedarse corto ya que, además, o junto a, pinta, esculpe, prepara instalaciones, da recitales de spoken word y actúa. Precisamente el título de una de sus películas, dirigida por Virginia Despentes (sí, esa Despentes) la define también: “Mutantes: punk, porn, feminism”. Lunch, como todos los grandes artistas, parece participar o crear sólo proyectos que además la definan como artista o, al menos,por la visión que tiene sobre el arte.

Lydia Anne Koch, el nombre real de Lunch, apareció por primera vez en medio de aquella amalgama caótica de creatividad que fue la No Wave newyorkina, con un grupo que resumía y representaba a la perfección los valores, o antivalores que aquella breve explosión proponía. Como lideresa y centro de los seminales Teenage Jesus & the Jerks, ruidistas hasta el extremo, presentaba “una actitud de nihilismo confrontativo que se expresaba en su sonido y en sus temas casi siempre violentos o abiertamente sexuales”.

Tras la breve aventura de Teenage Jesus llegaría un grupo todavía de más corta duración (“ensayaron seis meses, dieron cuatro conciertos”, según ella misma), Beirut Slump, antes de crear el que probablemente sea su mejor disco (y que, lamentablemente, debido a los complicados derechos, no se encuentra en Spotify pero sí en Bandcamp): Queen of Siam. Como es habitual en toda la obra de Lunch, más que un proyecto individual fue un proyecto colaborativo con músicos invitados como Robert Quine, de los olvidados Voidoids, o músicos de los aún más olvidados The RayBeats. El disco suena, anticipando toda la obra de Lydia, con una voz cautivadora que juega con todos los registros vocales y de volumen posibles, mientras transmite mensajes que apelan directamente al escucha sobre una capa de ruido caótico y controlado al mismo tiempo, que debe por igual al free jazz y al ruidismo, alternando momentos rítmicos con caos. Y, también, como es habitual en la carrera de la artista, anticipa su siguiente proyecto antes de haber terminado con uno: la gira en la que se embarcaron se llamaba 8-Eyed Spy, el nombre de su siguiente, y breve, proyecto.

Los cambios de domicilio y de compañeros artísticos son la constante de la obra de Lunch que ha colaborado —entre otros ya que es casi imposible seguirle la puesta– con Rowland S. Howard, Lucy Hamilton, No Trend, Thurston Moore, Clint Ruin, Glyn Styler, Anubian Lights, Minox, Cypress Grove, Einstürzende Neubauten, Sort Sol, en el mítico y genial “Death Valley '69” de Sonic Youth —al que la violencia de su voz y de la letra colocaron como la canción más aterradora en la lista de Kerrang!–, Oxbow, My Life with the Thrill Kill Kult, Die Haut, The Foetus Symphony Orchestra —en un maravilloso disco de homenaje a Bertolt Brecht bastante diferente a muchos de los que salieron en el año de su centenario–, The Impossibility of Silence, Black Sun Productions, Ankitoner Metamars, The Jeffrey Lee Pierce Sessions Project, David Lackner o, últimamente, Drrty Pharms.

Aunque cada una de sus colaboraciones se basa en el mismo esquema, una música no mainstream aprovechando y potenciando el mensaje y la voz de Lunch, hay dos que llegaron a ser un disco completo que destacan sobre todas las demás, aunque sea por el número de temas, las que realizó con Philippe Petit o con Omar Rodriguez-Lopez. En ambas, los músicos vienen de una tradición más clásica o seria, con una formación musical menos punk —por llamarla de alguna manera–. Ambos discos son mezclas perfectas de free jazz y guiños a la música clásica desde la vanguardia, con la poderosa voz de Lydia Lunch aportando un factor de inquietud y desasosiego en quien escucha, logrando no dejar indiferente a quien entra en ambos discos. Como si —Lunch utilizó la metáfora para referirse al público en el título de uno de sus discos en vivo– la música no fuese más que un “whipping boy”.

Pero toda esa violencia de su obra tiene una parte optimista, como se preocupó la artista de señalar en un entrevista con The Guardian. “Estoy en una rebelión optimista. He compartido mi miseria y mi tragedia pero en mi vida personal son una animadora, una optimista. Ese es el aspecto de mí misma que no comparto. Una vez que te liberas del trauma vas a encontrar placer y felicidad, placer personal. Una gula divina, diría”. Una carrera, la de Lydia Lunch, llena de violencia verbal y sonora que, en el fondo, puede ser positiva y optimista.

PD: el documental “Lydia Lunch: The War is Never Over” refleja perfectamente la obra de la multifacetica artista, de un modo que aunque no la explica toda, —lo cual sería imposible, a no ser que durara horas e incluso días– representa una perfecta puerta de entrada a Lydia Lunch.


 

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