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Kamisama Hayimemashite y el amor después de la generación perdida De leyes de matrimonio Cuando empecé a leer el kawaii como estética y resistencia, me vi enfrentada a enfocarme sobre una serie de prejuicios que compartía sobre la literatura shōjo, y sobre la idea misma del romance. Para alguien que lee muchísimo (solía devorarme como tres libros en un día), a mucha gente le parecía extraño que no consumiera productos culturales de índole romántica, sino que me pasara directo al porno, llegando a ser una broma entre mis amigas. Nunca lo miré muy a fondo, pero el verme obligada, cada vez más, a validar mi forma de ser con las teorías estructuralistas, tratando de situarme en lugar de mantener la supuesta distancia al objeto de estudio, me ha ayudado también a comprender otras aristas de un fenómeno. Estudiando la teoría queer de Judith Butler me empecé a dar cuenta desde dónde había empezado a divergir mi pensamiento, influenciado por la cultura del manga anime, de la situación social en la que me encontraba inmersa: la clásica escuela de un colegio de monjas donde se nos inculcó que el romance estaba separado del coito, que abortar era un pecado, y donde si bien la formación literaria y filosófica era buena, ambas profesoras habían llegado al matrimonio vírgenes. Lo mismo que la de arte. Me molestaba profundamente cuando hablaban de esos temas, así que abiertamente me ponía a leer. O escribía fanfics en mis cuadernos, donde la inversión de la performance de género era parte importante del relato. Sólo de adulta logro comprender el lavado de cerebro, lo restrictivo de sus normas, y lo incómodo que deben haber sido mis preguntas, como interrumpir una charla sobre el aborto preguntando qué es un orgasmo delante de la madre superiora. Y encima hacía cosplay. Para cuando descubrí Utena estaba escribiendo un ensayo de Herman Heese, yo creo que a esas alturas se habían dado por vencidos conmigo. Para ese entonces, el romance que buscaba era el de un booty call con amistad, no entendiendo en absoluto la necesidad de afecto, o el interés de mis compañeras por llamar mijito rico a algún bishōnen, ahora puedo decir que es porque mi relación con iguales era de corte más lesboafectivo de lo normal. Entonces, volviendo a este maravilloso 2020, me encontraba literalmente viendo todas las series de anime que mis compañeras o amigas disfrutaban hace casi 20 años, y un poco más. Me hice una línea temporal, revisando los mangas, los review, entrevistas, etc, y haciendo esta enorme lista de la clasificación de los animes, que me hizo preguntarme sobre la idea del matrimonio y la dirección social de tales creaciones. Candy Candy, por ejemplo, tiene una versión novelada con un final donde está casada con “ano hito” (esa persona) sin revelar quién es, o la misma Usagi (Serena Tsukino), poderosa, nunca desea su propio poder, al contrario del shōnen y no entrena para desarrollarlo, soñando sólo con el momento de casarse y hacer la sopa. Mejor no sigo con Akane Tendo. Pues bien, como soy de historia del arte, veo las cosas con esa pantalla, esa alusión iconográfica o ideología, si prefieren, dentro de la cual las actitudes humanas residen o pueden ser interpretadas desde su producción cultural. Por ejemplo, si en una tumba la esposa está enterrada al lado del rey, en el nicho, o un poco más abajo. Si había harenes, o eran monogámicos también queda revelado. Asimismo, la novela o poesía épica responde al romance dependiendo si este fue escrito desde una mano femenina o masculina, si esta cultura está basada en el poder de las armas o de la agricultura (como Ryane Eisler o la fábula de Caín y Abel). Ya en la etapa de la historia, al revisar los contratos matrimoniales se puede ver la importancia de ese contrato social. Parte como una idea para obligar a mantener a los hijos nacidos de una relación, para frenar un abandono crónico en los tiempos de las antiguas ciudades, o proteger su propia semilla, cuando se dieron cuenta que tenían algo que ver en eso. Pero eso era en tiempos antiguos, cuando se da el salto hacia la industrialización definitiva surge este problema de las mujeres que tienen su propio dinero, por ende, no necesitan ser mantenidas por un hombre. Tal vez ellas no crían a sus hijos, sino los mandaban al campo o algo así, pero según Silvia Federecci en sus libros de El Calibán y la Bruja o Patriarcado del Salario, expresamente se decide boicotear las organizaciones femeninas que daban la posibilidad de mantenerse sin depender del padre o esposo. La novela de romance Tal vez una forma de medir qué tan bueno era para una mujer vivir en determinada época de la historia es saber si se podía divorciar, o si podía trabajar siendo soltera. Entonces, en el siglo XX, donde podemos optar a la educación, una carrera, vivir solas. ¿Por qué seguimos hablando del amor? ¿por qué consumimos amor? La palabra consumo parece fuera de lugar aquí, pero quiero referirme, primero, a la novela romántica, bajo la idea que ese hashtag ha sido utilizado desde el siglo XIX aproximadamente. Con ello, apunto a la industria editorial junto con la inclusión del programa hacia el público femenino. Esto no inicia con Orgullo y Prejuicio, pero establecen el precedente de la temática, porque ya no hablamos de caballeros y armaduras, sino establecimiento de cuotas matrimoniales, cambio de tierras, desprotección sobre el patrimonio. Falta de acceso a la educación. Elizabeth Bennet era beneficiada tanto por su tiempo libre —no tenía que trabajar como obrera— como por el acceso ilimitado a libros, lo cual le da acceso a una educación informal pero acabada. Ella sabe cómo responder, prefiere reírse, elige la vida que quiere llevar, y finalmente aparece llevarse el premio mayor. Conforme a lo comentado antes sobre la deconstrucción, si aplicamos ese parámetro ideológico aquí, la novela no habla de relaciones afectivas, sino de situaciones de poder. El matrimonio aparece como un elemento odiado y deseado a la vez, dado que es impuesto por la sociedad como única alternativa de convivencia. Se cuestiona entonces este orden con una escritura mordaz, en el fondo esta es una radiografía al sistema de poder, que propone las ideas sobre el romance como parte del discurso mismo que impide a las mujeres poder mantenerse a sí mismas. Dicho citando a Rimbaud, es caer en la trágica trampa de procrear cada invierno. Entonces ya tenemos dos grandes aristas desde la cual podemos pensar la novela de romance, una es el trazado socioeconómico que describen, señalando una leve crítica a la forma económica de sometimiento que pasa por la idea misma de la producción y las estructuras de poder. Para habitar el espacio social en igualdad, ésta cabría solo de existir primeramente misma situación económica de independencia. El aspecto económico y el de poder están intrínsecamente entretejidos bajo una sola palabra, patriarcado. El amor como atentado al patriarcado Pero ¿cómo se vincula la novela de romance con el sistema de poder? ¿Es esta una resistencia o un parámetro, una guía de proceder para conquistar, para obtener bajo triquiñuelas ese poder? ¿Y cómo interpreto esto desde el lado de lo femenino? Pueden parecer preguntas de Perogrullo, pero es el clásico de leer historia del arte o la literatura y darse cuenta de la borradura histórica de las mujeres. Como decía en el primer apartado sobre el matrimonio, en muchas culturas, incluso actuales, no se permite la existencia de mujeres solteras, como las monjas católicas o las vestales griegas. Es obligatorio que estén bajo el alero de un marido, pero en desigualdad de condiciones como las concubinas, cuyo poder estaba supeditado a poder tener descendencia. Asimismo, la posibilidad de acceso al ocio necesario para el ejercicio de crear, ya sea escribir o pintar, requiere de una situación económica holgada, a la vez se debe asumir responsabilidades sociales. Así es como nacen El Libro de la Almohada o Genji Monogatari. Dentro de estas mismas novelas entonces podemos revisar que existe esta tendencia a habitar el lugar del poder —conseguir el dichoso contrato— a la vez que hablan del amor. Aquí es donde hacemos el punto de inflexión y presentamos al romance como resistencia al poder, dado que la continuidad de los abolengos, apellidos y propiedades, así como las alianzas políticas, dependían del cumplimiento del contrato bajo la lógica del coito obligatorio, con secuestro incluido. El negarse a tal circunstancia, entenderla como secuestro y violación, de no acceder a tal contrato estaba penado por el estigma social y la muerte, al menos en la vida real. En la fantasía, los afectos, la pasión logra conmover el paradigma político religioso mostrando una forma alterna, donde la elección de la mujer para elegir mostraría una supuesta libertad, por lo que el feminismo liberal es el primero en tomar la bandera. Si eliminamos todo vestigio de los vestidos, como en el ejercicio de deconstruir, y nos vamos a lo básico, al cuerpo, logramos entrever en esta fantasía el ejercicio doble de sobrevivir en un mundo de hombres, donde solo por nacer con vulva hace que debas recurrir y aprender rápidamente a socializar de una forma determinada (nuevamente la performance de género). Entonces pienso en Nelly Richards, teórico del arte quien ejerció en dictadura con su teoría sobre la performance como un modo de reacción al miedo, donde quieres poder decir algo, pero, al correr peligro tu vida, ese algo queda atascado en un laberinto de saberes, en la autocensura. Tomando ese punto, podemos comprender esta novela de romance como un modo de cuestionar el poder bajo esta estela de mostrar como ideal el matrimonio. Durante el desarrollo de los escritos, siempre hay una forma de complacer al poder al tiempo que se deja la duda sobre la justicia de tal poder, de indicar que esto es un cuento de hadas que necesita ser trabajado para que se vuelva otra cosa. Un ejemplo de esto es la serie de noveletas Corín Tellado, cuyo contenido siempre ha sido visto como vulgar, barato y tonto, al menos desde esa pomposidad llamada academia. Por si no las conocen, son historias que vendían en los quioscos de las esquinas, los mismos que traían el diario, de fácil acceso y económicas que contaban alguna historia de amor. Leyendo sobre ella, me topé con entrevistas y biografía, donde contaba que su ejercicio sobre las letras fue impulsado por la necesidad económica. Durante 40 años o un poco más, produjo una tremenda cantidad de estas historias, una tras otra, que contaban más o menos lo mismo. Contaba que Franco, dictador de España, le permitió seguir siempre y cuando los romances culminaran en matrimonio. Entonces se vuelve a comprender la idea del contrato como el modo culmine de ser mujer, la máxima aspiración, por eso las feministas de su tiempo lo veían mal. Pero la lectura que yo propongo es que estas noveletas sean comprendidas como ese ejercicio de astucia y sobrevivencia, como la necesidad de querer expresar algo, pero a la vez no correr el mismo destino o cruz social del pornoterrorismo, que vendría a ser este extremo, la monstruosidad social. Entonces, ya consiento que el punto culmine sea el matrimonio, aunque como institución no proteja sino perjudique, pero me reservo el derecho a decir que está mal, sobretodo cuando es forzoso. El poder, entonces, se limita a dejar existir esto, dado que sirve a la idea de mantener estatus quo. Pero llegando a ese punto, cuando se puede elegir a quien amar, cuando hay igualdad económica y social como la obtenida en los ‘80 y ‘90 por el primer mundo… ¿qué queda del amor? Para los 2000, la comedia romántica, junto con Sex and the City y otras similares. Entonces mientras en las calles del tercer mundo se estructuran marchas por derechos básicos, como anticoncepción o aborto, en las primermundistas ya se están preguntando cómo va a ser el amor cuando el matrimonio sea sólo un pacto de respeto y afecto, no sobrevivencia. Cuáles van a ser los nuevos intereses, las nuevas dudas y prácticas sobre los ritos. Es aquí donde llegamos (¡Por Fin!) a Kamisama Hayimemashita. Anime y Manga de romance Normalmente tiendo a saltarme, en cualquier ensayo que intento escribir, alguna definición de anime y manga posible, dando por hecho que el lector ya conoce o ha desarrollado sus propias ideas al respecto. La idea del manga como “cómic japonés” ayuda un poco a comprender que se trata de una publicación serializada dentro de una revista del tema, donde si una de las historias es exitosa se publica individualmente y/o se produce una serie de anime, que es llevar la trama y personajes al formato de dibujo animado para ser transmitido por televisión. Ahora díganlo respirando. El asunto es que durante los momentos en que el cómic surge en el resto del mundo, siempre hubo cierta afiliación por tratar de hacer un producto similar pero dirigido a un público femenino, Gatúbela por ejemplo parte como un personaje independiente, o Wonder Woman, pero siempre quedaban prendidos de algún director o el esquema de comercio lo llevaba a dirigirlo al supuesto que era sólo el público varonil el que asaltaba esa repisa o modificaban los guiones bajo la idea de lo que ellos suponían era del gusto del público no-hombre normado. Una de las características que sorprende del mercado japonés es la variedad de títulos disponibles, y que la comedia romántica se etiqueta bajo el público masculino. La mayoría de los animes de romance (Zero no Tsukaima, Oregairu, etc) son enfocados en este público, donde los personajes femeninos están hechos a la medida de la fantasía. Entonces viene el grupo de mujeres japonesas llamado grupo del 24 (24年組, 24nen-gumi) por estar cerca del año en que nacieron, 1949. Ellas, en la década de los 70’s, logran escribir algunas de las historias que a ellas le hubiera gustado leer, con chicos muy guapos —llamados bishōnen— donde aplican las problemáticas que habíamos mencionado de la clásica novela de romance, muchas de ellas bailan a través de la performance de género, como Lady Oscar1, o los dramas concernientes a la amistad y el romance, como Candy Candy, pero en todos ellos podemos encontrar varias capas de significación y sofisticación. A esta forma de producción se le etiquetó para estantería como shōjo, palabra que quiere decir algo así como señorita púber pero no mujer. En español no tenemos un equivalente que no sea el de muchacha, con la significación de su estatus de virgen. Kamisama Hayimemashite fue escrita por Julieta Suzuki en la revista Hana to Yume (Flores y sueños) perteneciente a la editorial Hakusensha, entre los años 2008 y 2016. Cuenta con 25 volúmenes de compendios, dos temporadas de anime, aunque el final de la historia se cuenta en los OVAs llamados Kaho-ken. Cuenta la historia de Nanami Momozono, una chica de 16 años cuyo padre la abandona. No cuenta con dinero ni amistades que le ayuden, por lo que va a un parque a Este manga y anime, de Ryoko Ikeda, salió al aire en la década de los ‘70 en Japón y los ‘90 en Chile. ambientado en la revolución francesa, la protagonista era una mujer criada bajo la idea de ser varón. El cuestionamiento de género aquí es parte importante de la trama, sobre cómo se enamora, por ejemplo, siendo la primera escena de cama en anime. Parte de su estética dicta parámetros en torno al shōjo. 1 pasar la noche y pensar qué hará. Esta es una forma normal de empezar alguna serie, al parecer el abandono infantil en Asia es más frecuente de lo que podríamos imaginar de esta parte del globo. En ese momento es donde se desata la magia, pues ayuda a un desconocido del ataque de un perro, quien resulta ser el dios de la tierra (no me hagan explicar la religión japonesa), a través de un beso, la convierte en diosa y la envía al templo a ser acogida. Ya en el templo, tiene algunos problemas al conseguir que el sirviente o familiar del templo le obedezca, teniendo ella misma que darle un beso en los labios —esto es clásico de cualquier anime o manga que hable de seres mágicos con familiares— para iniciar tal vínculo. No he estudiado demasiado el caso, pero el beso como acto no tiene la misma significación en oriente como occidente, en el primer caso tal muestra de afecto corresponde a parte del juego pre-coital y no una práctica coherente con un placer en sí misma, como la comprendemos en el cono sur (no creo que comprendan el ponceo, por ejemplo, o el pololeo), pero no es el propósito de este ensayo reflexionar sobre eso. Este familiar, llamado Tomoe, es un yokai o espíritu demonio del panteón shintō. Nuevamente, no hay que verlo con ojos occidentales, es más, yo usaría la palabra entidad del plano físico, con poderes mágicos, cuya forma básica es de un zorro humanoide. Parece bastante plano describirlo así, pero es un personaje común de las fábulas japonesas, travieso, seductor y buen amo de casa, Tomoe se encuentra ligado primero a Mikage, el dios de la tierra, y luego a esta chica a quien debe servir. A regañadientes, Tomoe trata de alimentar a Nanami, se queja de todo, se gasta el dinero de las propinas en mujeres y alcohol, no le gusta que ella asista a la escuela dado que no lo comprende. Aun así, cuida de ella formándola dentro de sus deberes de diosa y tratando de sacarla de todos los líos en que ella impulsivamente parece caer una y otra vez, formándose entre ellos un vínculo de corte amor restrictivo. Ella no tarda en darse cuenta que tiene un enamoramiento hacia él, quien intenta evitar que siga adelante. Es en esa escena que me detuve a examinar, dado que, pese al bajo presupuesto, la escena es bastante importante tanto en la trama como en torno a la idea misma del shōjo como lenguaje de animación diferente del shōnen. En esta escena, ellos están en la parte de arriba de un edificio, contemplando la ciudad. Hay un plano de la ciudad, para volver a ellos de espaldas, una toma desde el punto de vista de ella, uno desde el frente. A veces los ojos se borran, contemplativamente, dejando entender el gesto de no querer comunicar la emoción que sienten al no mostrar sus ojos, signo marca del manga japonés. Es el mismo Tomoe que saca a colación el tema, al obtener la respuesta que no le gusta, la toma y camina por el borde del edificio, con el fin de asustarla y que se desdiga. Al presentar ella pelea, discuten, se le suelta. La animación hasta aquí es bastante pobre, si se compara con una pelea rasca de cualquier shōnen, pero me deja en la duda si es por el bajo presupuesto o por lo que indicaba antes, que el lenguaje del anime para mujeres tiende a irse por el lado de insinuar más que mostrar, el escorzo rococó mezclado con la veladura moderna, dicho en lenguaje pictórico, y creo que esa escena, de todas, resume o toma todos los elementos posibles del lenguaje de este tipo de historias. Esto queda acentuado cuando ella cae, y él se lanza tras ella. Entre lo dramático de la caída, ella sigue enojada, y le grita que se aleje, provocando el efecto mágico de obediencia a través del vínculo, lo que lleva a rogarle que lo deje salvarla. Esto actúa como metáfora de la sensación de enamorarse, en inglés fall in love. Caer enamorado, como si no hubiese otro destino ni salvación posible al remolino de sentimientos, perdiendo la batalla contra la gravedad. La inevitabilidad de lo inestable queda patente, además, en que sólo a través de su voluntad, de su mandato, ella podrá permitir ser salva. Ya no es una princesa en apuros, entonces, en el sentido tradicional. Él podría haberse librado del mandato, ser un yokai salvaje de nuevo, pero el impulso de caer tras ella, sin tener el poder para rescatarla realmente, le gana. Se genera entonces el tabú que él no puede tocarla, dado que es una excepción, ella intenta superar su crush y seguir adelante, él lidia con la idea de prohibición y su naturaleza de seducción. Esta escena tuerce el curso natural de la relación que llevaban hacia el momento, dejándola como quien desea a ella, y es un punto que conviene destacar, pues si bien tiene la determinación de trabajar en torno a conquistarlo, se vuelve un juego de performance de género. Es él quien realiza las actividades del hogar, quien corre tras sus ideas, volviéndolo el ser femenino de la relación sin que esto afecte o haya un guiño hacia una sexualidad no hetero. Hacia el final de la primera temporada, es él quien se acerca a “resellar el vínculo” besándola. Durante la segunda temporada, si bien hay avances en torno a la relación entre ambos, es en Kaho-ken que se puede volver a contemplar un cuestionamiento, una línea remarcable tanto en la estructura como lo meta que puede ser esta serie. Se muestra el pasado de Tomoe, donde se cuenta su enamoramiento hacia una mujer llamada Yukiyi. Nanami conoce esta realidad hace un tiempo, pero ha de viajar a ese pasado de Tomoe, una vez más, para descubrir que, si bien existió una mujer con ese nombre, de quien Tomoe se enamora en realidad es de ella misma. Este plot twist, o giro de trama en español, muestra la habilidad de la autora para ir armando una historia compleja, muy bien tejida, donde ningún detalle sobraba. No hubo nada superficial en el desarrollo del manga, ni el capítulo del viaje a la playa (que suele ser relleno fanservicero) es un detalle irrelevante. Bueno, en torno a la historia, es ella quien lo salva entonces, borrando la promesa y la condena a muerte que pesaba sobre el antiguo yokai, sobrepasando al mismo dios de la tierra en torno a esta tarea, resultando que en realidad el tipo la había enviado al templo sólo para completar esta tarea. Lo que parte entonces como un seudo-rescate de princesa en apuros, se va volteando a princesa rescatadora. Ella no es muy brillante, pero sus ideas sobre la libertad y las ganas de salvar a todos logran resquebrajar algunos problemas en el cielo. Hacia el final del último OVA, se realiza un matrimonio y una marcha nupcial bastante animada, que me lleva inmediatamente a la película Los Sueños de Akira (1990) donde se cuenta al principio que los zorros se casan en los días lluviosos, porque no les gusta que los vean. A su vez, este matrimonio representa el fin de la magia. Como el defecto de cada Maho Shōjo, o anime de chica mágica, llega el momento de entregar el cetro y casarse, por lo que ambos deben renunciar a la vida mágica e irse al mundo humano. Confían en poder volver, pero sin poderes ya no podrán ver ni hablar con sus amigos del otro mundo. Este final, donde se imaginan el retorno, queda para calmar la sensación de “apagar las luces”, el bajón post adrenalina. Al caminar, Nanami duda si alguna vez volverá a ser feliz, porque sabe lo que es el mundo humano. Con esto quiero decir que es un final abrupto, representado en el fin de la juventud e inicio de adultez y responsabilidades, junto con el inicio de una actividad sexual. Respecto a esta nueva masculinidad, el modelo japonés ya difiere del norteamericano homogenizante (el vaquero junto a una atractiva y sexualizada mujer que prepara pie de manzana con escote desbordante) en torno a la idea de los atributos que cuestionan este aspecto, mostrando una cierta deconstrucción al respecto. Por ejemplo, ya en Saint Seiya vimos constantes muestras de afecto entre varones, junto con una emocionalidad latente. Estos dos elementos eran ajenos a la imaginería heteronormada latina, donde el varón es seco, poco emocional. En Kamisama, Tomoe es un familiar del templo, lo cual lleva a un conocimiento sobre la corte divina, el tratamiento debido a cada cual, ropas, bailes rituales, usos de magia, talismanes y un largo etcétera. Cuando es acogido por Mikage, el dios de la tierra, estaba moribundo y sella sus recuerdos, volviéndole a su forma de zorro. Domesticándolo, como la idea del principito, bajo el contrato de un beso. Esto genera en el zorro una dependencia de este personaje, a quien espera por 20 largos años tratando de mantener el templo sin sus poderes. ¿Suena conocido a Penélope? Esta salida repentina se vincula con un aspecto histórico similar a nuestro voy por cigarros, pero toma mayor sentido al recordar que durante la década de los ‘90 se produce un quiebre social debido a las condiciones económicas, donde los padres de familia abandonan sus casas por no poder conseguir trabajo. a esto se le llama década perdida. La llamada década perdida es debida a una gran crisis económica que desencadena esta otra situación social. Ya de por si las condiciones de la mujer y los derechos maternales en Japón son bastante complejos, dado que no hay posnatal ni guarderías gratuitas, sumado a las largas jornadas de trabajo que se les exige genera una situación de condena a la pobreza. En el caso de Nanami, su opinión sobre el sexo opuesto es bastante obvia, dado que su padre era un mentiroso y un jugador. Hay un capítulo incluso donde conocemos a su madre, y la situación de orfandad para la que es preparada desde pequeña. Esconder el dinero, tratar de comer y esconderse de los caseros eran parte de su vida desde una primera infancia. Esta forma de masculino irresponsable, no afectivo, también es cuestionada en tanto el comportamiento de Mikage. Sólo hacia el final conocemos la realidad del abandono que realiza al templo (había ido a buscar una cura para Tomoe) a través del manejo virtuoso de la temporalidad en torno a los viajes históricos que se realizan. Tenemos entonces un Tomoe-hijo, que hace travesuras, teme ser criticado por Mikage, al tiempo que se expresa otro seguro de sí mismo, seductor y tramposo. Sobre todo, lo último, él consigue lo que desea o necesita recurriendo constantemente a su astucia, así sea el amor de una chica o dinero. La relación afectiva no erótica entre ellos, medianamente horizontal sin caer en el paternalismo o la amistad entre iguales abre una puerta hacia otros tipos de afectividades. Retomando la idea de Žižek como los desarrollos estructurales afectan la sociedad, podemos pensar que estas estructuras desarrolladas en el manga son las mismas que la novela romántica, más allá del cambio de formato, pero el elemento de soporte influye también en la significancia y la llegada del producto o idea al público. En “Anime v/s Cartoon” explayo parte de esta idea, sosteniendo que la llegada del anime al espacio infantil europeo y latinoamericano tiene un impacto distinto dada la situación material y social donde estos son vistos o disfrutados. Hace un tiempo una persona criticó el aspecto fantástico de parte de la visual/literatura manganimé, sosteniendo que enseña a los niños que la vida se soluciona con una varita mágica. Lo cierto es que esa primera impresión obtenida desde la generación criada bajo la guerra fría (que ni siquiera ganaron o supieron romper) no siempre tienen la capacidad de comprender la diferencia de la estructura narrativa de la narrativa más tradicional contenida en un shōnen, espejo de la historia del héroe, ni su capacidad deconstructiva y cuestionadora del quehacer social. Asimismo, la literatura shōjo es una que surge con una etiqueta “para chicas” similar a la de Corín Tellado, y como esta misma, se deja estar dentro de esta etiqueta para poder ser publicada, disimulando la crítica social que esta contiene. La gran diferencia entre ambos parece ser que el primero puede perseguir sus sueños y abandonar el amor, como Oliver Atom, mientras que en la segunda ella abandona los mismos para criar y cuidar de sus seres amados. De alguna forma, lo kawaii como concepto entra aquí, junto con la teoría de Nelly Richards, para reforzar este aspecto de la obra que se camufla, se disfraza despistando y confundiendo. Lo kawaii, por tanto, es algo lindo que evoca una violencia oculta. En palabras de una lolita, es la sensación de querer morder un bebé. Es pedir permiso para ocupar un espacio en una esquina, callada, negando el desarrollo sexual (el ser mujer) que obliga a dejar de ser una misma para ir a la situación social de entrega absoluta a los otros (maternidad). Lo shōjo y lo kawaii han sido ampliamente estudiados, nuevamente, por presentar esta forma de resistencia al patriarcado, a las formas de comercio sexual (que incluyen los matrimonios por acuerdo) utilizando lo económico y comercial como sustento y lenguaje. Esta parte, para un socialista duro, puede generar el descarte de esta teoría, pero en la reelaboración de la misma aparece como esa grieta de lo femenino cuando surge como resistencia al discurso oficial. Por algo las brujas en la caricatura viajan en escoba, cualquier resistencia bajo determinadas circunstancias deviene en simular que no lo es. Luego de la caída del muro, o el plebiscito en Chile, vino la testimonialidad de lo ocurrido dentro de los cuarteles de tortura y la metodología de la inteligencia en esos casos. En Japón empezaron a surgir los grupos activos de Hibakusha, a publicar el sufrimiento de la bomba (estaba prohibido implícitamente hablar del tema) y liberarse información de todos los frentes. La línea entre lo privado y lo público entonces pareció desintegrarse, formando un nuevo estatus de realidad donde el fragmento sopesaba el hecho histórico. El ensayo El Fin de la Historia produjo serias críticas, pero tenía razón en el aspecto donde las grandes ideologías ya no podrían dictar la realidad misma, sin poder llegar a un consenso y volviéndose cada vez más meta. Esta disolución de lo privado versus lo público viene a afianzarse con el estallido de internet de finales de los ‘90 y principios del 2000, donde los grupos de aficionados a determinados temas pudieron juntarse virtualmente, esto es, en un foro público sin salir de su domicilio, el lugar privado. Y viceversa, el lugar de los afectos, de la cama, el privado, pasó con el porno a ser un lugar público, donde a través de diversos sitios se puede acceder a contenidos sexuales de forma permanente. De esto se encarga la teoría del posporno2, que revisa la situación de resistencia de lo sexual frente al patriarcado, que lo reduce a la actividad de procreación como transmisión eugenésica, por ende heteronormado. Básicamente, toda actividad sexual que no implique esa norma, lúdica, por placer, entra en el área del tabú victoriano, por ejemplo, como el lesbianismo. La discusión sobre una identidad sexual pública, besar en la calle, actuar de un modo que signifique algo distinto a un binarismo de género, es resistencia. Con esto, las conversaciones que tiene Nanami en el manga sobre el tema llevan a pensar una forma de educación de una afectividad sexual sana, donde si bien hay circunstancias e intereses de cada personaje, se hace una reflexión constante de cómo este amor, que solía estar en el índice de lo privado, en el interior de cada casa, se hace público al estar obligados a trabajar y convivir fuera de las puertas, ya sea escuela o trabajo. Conclusión Leer la literatura romántica japonesa, propia del shōjo “para señoritas” o josei, bajo los parámetros del mero feminismo blanco o incluso el socialista sería una pérdida de tiempo, o del factor estético y de la puesta en marcha de los mecanismos de autodefensa que el corpus mismo ofrece dentro de la trama. Si bien ha de mirarse críticamente, también hay rescates necesarios que pueden y deben hacerse en una lectura no paternalista, como suele ser la actual línea editorial, sino más cercana a la mediación de lectura. Parecerá raro, pero quiero implicar la idea de María Montessori que el niñe es siempre su propio maestro, el deber del educador (no maestro) es sentarse a su nivel y mostrarle las posibilidades mediante constantes cuestionamientos a la trama, que puede 2 Posporno es una teoría crítica que lee desde el feminismo la pornografía, ya no como condena a la explotación visual del cuerpo sino como expresión válida en sí misma del erotismo humano intrínseco a la carne, proponiendo una mirada distinta. ser pedirle ponerse en lugar de los personajes. Esto es porque el anime, manga, cómic, son narrativas, por lo tanto, exigen un saber leer con detalles culturales no compartidos que escapan bastante de nuestros conocimientos, sobre todo esos detalles que son parte del mundo cotidiano del autor, pero no del lector o veedor. Por otro lado, este esfuerzo en ocultar el discurso crítico social con frases azucaradas de lo fantástico es una forma de supervivencia del autor, que debe vender los tomos para comer. no todas las rebeldías son totales, y exigir al mundo que se ha decepcionado del género masculino que siga extrayéndose héroes resulta cada vez más complejo, pues esta construcción del ideal desde este lado de la frontera tiene mayor complejidad. No es por llorar ni quejarse, pero el relato femenino es corrientemente visto como de menor calidad que el masculino, formándose la idea que es un otro. De este otro, se procesa y extraen los elementos que se consideran relevantes, dejando de lado las ideas referentes a este femenino que debe ocultarse dentro del mismo texto. Asimismo, se intenta generar esta separación en esta oposición binaria de feminidad/feminismo permitía que surgiera un cierto tipo de auto-definición feminista útil, particularmente, para los estudios culturales y mediáticos donde había un interés por analizar los media en el contexto de la vida cotidiana, a través de la definición de las audiencias. Según esto, lo feminista no era femenino, (incluso lo expresa así Kathy Barriga, alcaldesa de Maipú), excluyendo de este movimiento el amor y el matrimonio, punto central de una novela de romance. ฀ La literatura romántica es política porque el arte es político, pero además lo es porque forma parte de su naturaleza, de su propia definición. Es un género que parte de la resistencia, que desafía las estructuras (de poder) establecidas y que lleva décadas luchando contra las diferencias sociales y de género. Jaime Green3 Lo cierto es que si quisiéramos trabajar en definir qué es el amor, cómo lo representamos históricamente intentando responder el “para qué sirven las novelas románticas”, nos toparemos una y otra vez el mismo resultado: una crítica a la convivencia social que sobrevive a la censura porque asegura la normalización de la moral política exigida, que sigue siendo el matrimonio como 3 Rescatado de https://www.buzzfeed.com/jaimegreen/who-gets-a-happily-ever-after-in-2018-romance-novels?utm_term=. ljl5y8oVR visto por ultima vez 19 marzo 2021 piedra angular de la sociedad con la consiguiente renuncia de una de las dos partes para el cuidado del resto. Seguimos sin consenso sobre compartir las tareas domésticas, atrapados en la división social del trabajo y la performance de género… a menos que inventemos nuestro mundo alterno, nuestra propia manera de amar y performar. Bibliografía Butler Judith. Performar el género (1988). Cuerpos que Importan (1993). El grito de Antígona (2000) Federecci Silvia. El Patriarcado del Salario (2018). Caliban y la Bruja (2006). Fukuyama Francis. El fin de la historia y el último hombre (1992). Richards Nelly Residuos y Metáforas (2003). Wiener, Gabriela. La última novela de Corín Tellado (2011). Recuperado desde: https://fundaciontem.org/la-ultima-novela-de-corin-tellado-3/ el 19-03-2021 Žižek Slavoj. El sublime objeto de la ideología (1989).