Inquietud e imaginación

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28 dic 2022 / 11:09 h - Actualizado: 28 dic 2022 / 11:10 h.
  • Inquietud e imaginación

Me parece muy apropiada para estos tiempos una frase de Homero en la Ilíada: “Tal como la vida de las hojas, así es la de los hombres. El viento esparce las hojas por el suelo; la selva vigorosa produce otras y éstas crecen en la primavera. Pronto viene una generación de hombres y otra termina”.

Entre una era que se va, teñida por la pandemia del COVID y otra que nos trajo la invasión bárbara de Putin en Ucrania, me pregunto qué percepción tiene la actual generación sobre lo que acontece. Miedo me da pensar que la humanidad, hoy, por ésta y varias motivaciones más, va perdiendo la facultad de entender lo que está pasando y sobre todo la facultad de entenderse a sí misma.

¿Retrataría la situación actual lo que Freud escribió un día en su Malestar de la cultura (1921-1930)? Allí afirmaba: “Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia”.

¿Qué efectos producen en los telespectadores los telediarios y los informativos que a diario propone la “caja tonta”? Imagino que mayoritariamente son sentimientos de angustia, dolor, tristeza, soledad, falta de esperanzas, miedo, humillación, vergüenza, rebeldía, hartazgo y ansia de libertad. ¿Estas noticias nos hacen más solidarios con el resto de la familia humana, nos producen indiferencia o nos empujan a aislarnos de la realidad a través del culto a la tecnología?

Lo cierto es que parece que no se encuentra suelo seguro donde caminar, no se hallan caminos, porque el horizonte se oculta y la civilización y la cultura actual, no son más que preguntas abiertas en un mar enturbiado por el Gott ist tot con el que Nietzsche regó la cultura en la que hoy se pesca.

¿Caduca así, una cosmovisión que nos de aliento, se produce una saturación social de valores, se diluye cualquier carácter explicativo de la realidad, desaparece de nuestro ánimo la necesidad de adoptar una posición frente a lo que la comunidad nos pide? ¿Qué nos anestesia? ¿Qué nos impide reflexionar, dudar y hasta sufrir por lo que nos pasa?

Francisco afirmaba recientemente que no tenemos que tener miedo al mar abierto, ni buscar solo el refugio de puertos seguros. Apelaba a que no nos aferremos a certezas y seguridades. Pedía salir en misión, a remar a largo y no a “jubilarnos” para conservar seguridades.

Sería bueno, por tanto, que no perdiéramos nunca la vitalidad y las ganas de buscar la verdad donde quiera que se encuentre, tomando conciencia de las heridas de nuestro planeta y encontrar juntos terapias para sanarlo.

No perdamos la inquietud y echémosle imaginación.