En el transcurso de este confinamiento obligatorio, que nos somete a un tiempo de reflexión y pesadumbre, puede ocurrir que en la sociedad, poco a poco, se instale la sensación de que la isla se transforma y va quedando embargada por un panorama de decepción y desolación. Al mismo tiempo, la balanza se equilibra con la irrupción de una corriente de solidaridad cruda y poderosa, desposeída de maquillajes y convencionalismos, que lleva implícita algunas de las virtudes que últimamente hemos ignorado. De todas ellas, la honestidad es la más brillante y necesaria en estos momentos. Entiéndase por honestidad el desarrollo del trabajo que a cada uno le corresponde, con diligencia, interés y motivación; ni más ni menos. Miles de profesionales, desde sanitarios a empresarios, pasando por policías o cajeros de supermercado, nos lo demuestran a diario.

En esta coyuntura, la ciudadanía observa y escucha a sus representantes políticos esperando idéntica exhibición de honestidad y aguardando a que pronto se vayan despejando sus angustias. Es decir, que se corrijan errores del pasado y se implementen fórmulas para acometer los necesarios ajustes en el engranaje social y empresarial. Pieza esencial de este mecanismo es una mayor seguridad jurídica para todos, enmarcada en normas reguladoras que sean de inexcusable cumplimiento. Éstas deben contemplar a la isla como un todo indisociable, atendiendo al PTI, para garantizar la igualdad y la obligatoriedad ante la normativa, evitando interpretaciones y competencias desleales entre los ayuntamientos, a efectos de que no puedan existir excepciones ni privilegios.

El turismo, que es la piedra angular de la economía isleña, puede analizarse en dicho contexto como un edificio en forma de pirámide, que asienta su base en el territorio y evoluciona a través de los recursos que éste ofrece. La evolución del turismo está perfectamente documentada durante estos últimos 60 ó 70 años. La observación de su transformación permite deducir, sin género de dudas, que tras unas primeras décadas de desarrollo Ibiza se erigió en un destino turístico de primer orden, que nunca estuvo caracterizado por la exclusividad. Muy al contrario, su principal rasgo era precisamente la ausencia de ésta.

Ibiza siempre ha sido el paradigma de la mezcolanza y el mestizaje social, donde la gente burguesa, bohemia y trabajadora han coincidido, compartiendo tiempos y espacios, por encima de las convenciones sociales. La isla fue ignorada durante siglos, hasta ser descubierta por los refugiados de la última gran guerra primero, y por los hippies después. Estos, asimismo, huían de otros conflictos bélicos, como los de Corea y Vietnam.

Los ibicencos los recibieron con tolerancia y les concedieron generosamente la parcela de libertad que reclamaban, como si su desembarco trajera un soplo de aire fresco capaz de poner en movimiento el devenir de aquella anquilosada isla. Y esta, efectivamente, acabó iniciando un despertar soñoliento, bajo la luz blanca que a tantos artistas ha inspirado.

A lo largo de aquellos años de transformación, surgieron oportunidades. Aunque para algunos mucho más que para otros. En estos momentos de angustia colectiva, a causa de una pandemia que arrasa conceptos y emociones, es justo el momento de recuperar la serenidad y aprovechar esta oportunidad única que se nos presenta, para que las instituciones, en este caso el Consell Insular, tomen con firmeza el pulso a la desastrosa situación creada en la isla a raíz de la aprobación de la ley turística del 2012.

Fue esta ley la que permitió el desarrollo de actividades recreativas, utilizando la música y las actuaciones de artistas y disc jockeys de gran renombre y fama, que convocan a ingentes masas de público durante el día en el exterior de los hoteles. Este nuevo paradigma, además de dinamitar por completo ese principio que nos hacía únicos en el mundo al definirnos como un territorio a salvo exclusividades y etiquetaje social, alteró por completo el anterior equilibrio entre todos los sectores. En Ibiza todos convivíamos en paz ofreciendo cada uno el servicio que le correspondía: hoteles, bares, terrazas, comercios y otros negocios autorizados, donde cada uno operaba en el marco de su especialidad y atendiendo a una normativa de obligado cumplimiento. Cada segmento, con su regulación específica, y cada establecimiento acreditado, con su licencia de actividad.

Las competencias turísticas y las actividades que contempla la ley de 2012 fueron transferidas a los consells insulares. Sin embargo, ya ha pasado casi una década sin que el de Ibiza haya asumido unas competencias que son obligatorias y garantes de la propia ley turística.

Todo ello quedó perfectamente documentado y expuesto en la última reunión del Comité Ciudadano del Ayuntamiento de Sant Antoni de Portmany, donde se aprobó por unanimidad una propuesta para exigir que dicha regulación se haga efectiva por parte del Consell Insular. En el marco de las transferencias de competencias que le fueron otorgadas, es su responsabilidad dar respuesta de forma urgente a la situación irregular que, de forma pasiva, venimos soportando la ciudadanía y el sector empresarial. Todo ello debido a la inacción política que ha caracterizado a la máxima institución ibicenca desde 2012.

Hoy, el gremio de hostelería de la isla ha cerrado las puertas y suspendido la actividad sine die, pendiente de la evolución de la pandemia. Con la actual oferta turística, atendiendo a las actividades de ocio diurno que se venían realizando desde hace años, parece muy claro lo que va a ocurrir cuando empiece el goteo de turistas arrancando por fin la temporada: Los más grandes y poderosos, que ya están instalados en el candelero del mercado, dominando sobre el resto, van a arrasar y fagocitar cualquier competencia. Se aprovechan de este marco de alegalidad, de ausencia de regulación alguna, para campar a sus anchas, monopolizar el mercado y ahogar al resto.

Urge aprovechar esta coyuntura para reconstruir la pirámide del sector turístico ibicenco. Para que desde la base y el primer escalón lleguemos a la cúspide de forma ordenada. Que en cada nivel y cada actividad todos ocupemos nuestro lugar, respetando las reglas del juego. Persistir en esta anarquía por falta de regulación solo significa prolongar la injusticia que predomina en la isla desde 2012. Si la injusticia creada 'ad hoc' para que los más poderosos se sigan enriqueciendo a costa de los pequeños negocios ya resultaba difícil de tolerar, con la crisis que se avecina será del todo imposible.