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Envejecimiento y migración: el futuro de España

Pongamos que hablamos del envejecimiento, del futuro poblacional y del sostenimiento del Estado del Bienestar tal como lo hemos entendido hasta ahora.

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España es un país que, por comodidad y por pereza decadente, prefiere dar importancia a lo intrascendente frente a lo trascendente. El tacticismo cortoplacista de los partidos políticos y el hedonismo complaciente de una sociedad ahora anestesiada por el virus, impiden atisbar los graves problemas sistémicos que nos aquejan. Hay que reconocer que España no es un islote aislado en la banalización de lo importante, pero no es excusa para no cuestionar nuestra deriva a la trivialización social y política. Pongamos que hablamos del envejecimiento, del futuro poblacional y del sostenimiento del Estado del Bienestar tal como lo hemos entendido hasta ahora. Mientras, dejemos que la paupérrima exposición de algunos políticos a la mera permanencia en el poder no impida que se hagan estas reflexiones imperiosas.

España, como el resto de países occidentales, protagonizó una transición demográfica en la que las tasas de natalidad y mortalidad evolucionaron hacia índices más bajos. Con una variante crítica y es que mientras el crecimiento de la población hasta los años noventa era estrictamente vegetativo y endógeno, a partir de ese momento será el saldo migratorio el que ampare el crecimiento poblacional en nuestro país. Así es como el envejecimiento no ha dejado de crecer en la población nativa si bien en términos absolutos se produce una tregua a finales del siglo XX e inicio del siglo XXI a partir de la entrada de una población inmigrante más joven que la población residente hasta ese momento.

Si echamos la vista atrás, una centuria mediante, regresamos al mayor pico de mortalidad que asoló España y que coincide con la otra gran epidemia internacional como fue la mal llamada Gripe Española. Estadísticamente, el umbral de fallecimientos en 1918 fue prácticamente el doble del que se vivió durante la Guerra Civil y los dos años siguientes a la contienda nacional. Paulatinamente se produjo una recuperación de la tasa de natalidad hasta llegar a alcanzar la cuota de los "baby boomers" entre 1960 y 1978 (20 nacimientos por cada 1.000 habitantes). En apenas dos décadas, la tasa de fecundidad se situó en 2,04 en 1981, desplomándose hasta alcanzar el mínimo conocido de 1,13 años en 1998. Así, hasta que en el período 2002-2009 se produjo un fuerte incremento de la población en España fruto de la llegada de población migrante con edad media menor a la residente, y con una ratio mayor de nacimientos de las mujeres inmigrantes sobre las que no lo son.

2015: la natalidad, por debajo del número de fallecimientos.

En 2015 se produce un punto hasta ahora de no retorno: por primera vez en España la natalidad se sitúa por debajo del número de fallecimientos, manteniéndose desde entonces un saldo vegetativo negativo que debería haber hecho saltar todas las alarmas políticas. Ni por esas. En el siglo XX se pasó de una tasa de fecundidad de 4,7 niños por mujer hasta el mínimo alcanzado en el año 1998, con 1,13 niños por mujer. Gracias a la aportación del fenómeno migratorio se elevó la tasa hasta 1,44 niños en 2008 para volver a descender el indicador en 2019 y situarse en 1,23. Con Malta somos los últimos en este índice en 2018, donde la media de los países UE se sitúa en 1,55, siendo Francia el país con mayor tasa de natalidad próxima a 2 (1,88).

Con todo, ninguno de los países alcanza la tasa de reemplazo actual que se sitúa en 2,1 niños por mujer. Además, España e Italia son los únicos en Europa donde la edad media para tener hijos se posiciona por encima de la edad de 31 años. Por el otro lado, España era el país con mayor esperanza de vida cuando nació la UE-27, con 83,2 años, a lo que contribuye especialmente que las mujeres españolas sean las más longevas con una expectativa al nacer de 86,1 años. En el espacio territorial de la OCDE, solo nos superan Japón y Suiza. Allí es nada.

Pues bien, en otoño de 2020, el INE, Eurostat y la AIREF han realizado sus proyecciones demográficas, de modo que el resultado sería en 2050 de 49,9 millones, 49,3 millones y 53,9 millones respectivamente. En las tres proyecciones, el aumento de la población está provocado por los flujos migratorios toda vez que el saldo vegetativo sería negativo en caso contrario. Ahora bien, durante el mismo periodo, la tasa de dependencia se va a multiplicar por dos, lo que va a tener importantes implicaciones, como apunta un informe reciente de FEDEA: sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas, sobre la productividad con una fuerza laboral más envejecida, y sobre las tasas de ahorro al aumentar significativamente el número de jubilados. Piénsese que la evidencia empírica indica que la esperanza de vida va a aumentar un año cada siete años. Habrá que pensar que los españoles tenemos que adaptarnos a nuestra nueva realidad demográfica. Pero para eso primero tendremos que pensar, que no es poco en el momento actual.

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