El día que Aretha Franklin actuó en Benidorm con un sombrero cordobés

Fue en festival de la canción de la localidad alicantina en 1970, y la 'Reina del soul' tuvo que atender la petición del público a pesar de que el gesto supusiera cubrir su precioso pelo afro.
©Efe

Los documentos gráficos de la época no recogen la expresión de Aretha Franklin cuando, en atención a sus anfitriones, se tuvo que poner un sombrero cordobés sobre su precioso afro. La autobiografía de Angela Davis habla de su desespero por no haber podido cardarse cuando se vio rodeada de cámaras en el trayecto de la cárcel al tribunal que había de juzgarla. En 1970, cantante o activista, el pelo afro era una declaración política.

1970 es el año en que extinguió la última segregación legal: prohibición a los arrendadores de viviendas de discriminar a los inquilinos por el color de piel. La música de la sociedad afroamericana sonaba pletórica, es una época clásica e inolvidable con nombres como James Brown, Temptations, Four Tops, Stevie Wonder, Marvin Gaye, Isaac Hayes, Sly Stone, Jimi Hendrix y mujeres como Nina Simone, Etta James y la propia Aretha. Los coros góspel iluminaban el rock norteamericano casi sistemáticamente. Escuchar blues y rock blues se convertía en obligatorio para los jóvenes contestarios, mientras el jazz, con todos los grandes clásicos todavía vivos, comenzaba su andadura por los caminos siderales y electrónicos de la fusión. Desde Jamaica, llegaban los primeros hits de una música primitiva y bailable con los tiempos de cada compás invertidos y la diáspora de músicos brasileños en exilio ponía al alcance de todos el misterio de un coctel sicodélico de rock, funk y samba que llamaban Tropicalia.

Aretha había sido de las últimas en abandonar los tratamientos químicos para su cabello crespo. De hecho, algunas de sus primeras fotos con afro se tomaron en España. Pronto adoptaría los turbantes y los dashikis africanos como Miriam Makeba y Nina Simone. Ella era Lady Soul y también la Reina. Había grabado música religiosa, cabaret jazzístico y también pop, con una voz que se permitía todas las inflexiones y estilos. Unos visionarios del negocio musical le habían llevado al sur, a grabar con el equipo multirracial de Sheffield, Alabama, donde ella nació y de donde su familia había escapado buscando la prosperidad y la tolerancia en las grandes ciudades del norte. Allí, entre el asfalto gris de las largas avenidas, el verde de los bosques y las aguas azul-gris del río Tennessee, nació el soul. El mundo entero respondió a la llamada de Aretha, comprando sus discos, bailando y pidiendo a gritos un R-E-S-P-E-T-O, como ella exigía en el tema que su voz convirtió en una reivindicación racial y feminista.

Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, un país entero se despedía lenta y pacientemente de una dictadura militar de más de 30 años. El viejo dictador no podía con su alma y, aunque los intereses de muchos y el miedo de otros, le mantenían en el poder, algunos resquicios de libertad y diversión animaban la vida de los españoles. Los jóvenes ** olvidaban la realidad** cotidiana disfrutando de las últimas modas musicales e indumentarias. Los Beatles, los hippies, el pelo largo, la minifalda, las discotecas y el soul encendían hasta a los espíritus más grises y acobardados en aquel revuelto final de la década de los 60. Una pequeña industria surgió alrededor de las nuevas músicas que llegaban de fuera y sus imitaciones locales.

Llegamos al 16 de julio. Las tonadas insidiosas y chicleteras animaban las noches veraniegas de 1970: Un rayo de sol, oh, oh, oh, me trajo tu amor, oh, oh, oh... La invasión de turistas, aunque enriquecía a unos cuantos, todavía irritaba a los timoratos y los negocios de hostelería llevaban una década haciendo literalmente su agosto. Benidorm era casi la monstruosidad fascinante y repelente que ahora conocemos y, desde 1959, ofrecía a los veraneantes una velada musical a imitación de los concursos de canciones que se celebraban en otros países: el Festival Español de la Canción de Benidorm.

El festival lo organizaba y retransmitía la Red de Emisoras del Movimiento, una cadena de 18 emisoras locales pertenecientes a uno de los órganos propagandísticos del régimen, la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda. Dos cantantes diferentes defendían cada canción y, después de las sesiones eliminatorias, se celebraba un espectacular fin de fiesta con grandes estrellas internacionales. En Benidorm se dieron a conocer Raphael y Julio Iglesias que ganaron respectivamente las ediciones de 1962 y 1968.

En 1970, en una demostración palpable de lo alegremente miope que podía ser la autoridad franquista ante el hecho cultural y artístico, la REM aprovechó la ocasión de contratar a Aretha Franklin a punto de empezar una gira europea. La Reina del soul, que acababa de ser madre de su cuarto hijo, se plantó en Benidorm con su afro, minifalda de cuero, un jersey morado y gafas enormes. Le acompañaban sus dos hijos mayores para quienes pidió trajes de baño a fin de que disfrutaran de la piscina del hotel. Los periodistas quedaron decepcionados a pesar de las fotos con sombrero cordobés: no, no iba a hablar de política aunque, si se organizaba un foro para ello, no tendría inconveniente en dar su opinión. La revista musical Mundo Joven ** la sacó fumando en portada** en su número 95, mientras se intuye al fondo a uno de sus hijos vestido de blanco y negro.

Casualmente, la canción ganadora de aquel año fue un tema rápidamente olvidado, Tus manos, que casualmente interpretó, en una de las vueltas, Donna Hightower, una afroamericana establecida en España, buenísima cantante de jazz y góspel que, junto a algunas minucias comerciales, llegó a colaborar con el jazzman navarro Pedro Iturralde. Según ABC en su edición de 17 de julio, el espectáculo de Aretha Franklin constaba de 30 acompañantes más cuatro coristas de color. Su actuación fue brillantísima, informa en su página 67. Después, Aretha se fue a Londres.

Si se me permite una anécdota personal, nunca olvidaré a alguien con quien coincidí en la facultad. No me acuerdo de su nombre, ni de su cara, solo que se arremangó la manga y dijo: “Aún se me pone la piel de gallina, mira”. Porque un verano, cuando era pequeña, sus padres la habían llevado a ver a Aretha Franklin.

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