En distintas oportunidades he revisado diversos estudios internacionales que, en mayor o menor medida, arrojan un resultado paradójico, pero que es consistente: Los mexicanos dicen que trabajan mucho, ganan poco y les va mal desde la perspectiva de su capacidad de compra, de obtención de satisfactores, pero, a pesar de todo, son más felices, como tendencia general,  que lo que la lógica y el sentido común aconseja. Esta inusual situación no se advierte en ningún país del mundo.

  De nueva cuenta se puede advertir los resultados que he mencionado en la base de datos del World Values Survey Association, con sede en Estocolmo, Suecia, una red mundial de científicos sociales que mide cada 4 años múltiples aspectos de los valores de las personas. Es quizá la base de datos más grande del mundo en su género, aplicando una metodología muy rigurosa.  Mis comentarios sumarios los hago con base en el estudio más reciente liberado a mediados del 2015 y que abarca del 2010 al 2014.

La importancia de la familia es una constante mundial. En México, el 97.7 % la considera muy importante, como la mayor parte de los habitantes del mundo. Bahrain, es el país, donde menos importa la familia con el 47.8% que les parece muy importante.

 Por el contrario, a los mexicanos no les interesa la política. Para el 45% de los mexicanos la política es muy importante (17%) y algo importante (28%). Por el contrario, en Suecia al 62% la política les parece muy importante (17.3%) o algo importante (45.3%). 

 Y aquí el tema de siempre: la felicidad, ese estado o conjunto de momentos en el que la persona se siente bien con ella misma y en su relación con los demás. El 67.5 % de los mexicanos dice que son muy felices y el 26.8% afirma que son algo felices; es decir, el 94% de los mexicanos en números redondos están contentos como están. ¿Por qué sucede esto? Es un tema de psicología y psiquiatría, que se explica en la medida en que el mexicano se conforma con lo mínimo. Es feliz si cuenta con trabajo, un lugar para vivir, para comer y sus familiares regresan vivos a casa. Esa falta de ambiciones genera un efecto paradójico en los modelos de calidad de vida que existen en el ámbito internacional. Hay que recordar, de nuevo, que la felicidad es realidad percibida, no vivida.

 El sentido común aconsejaría que los países con mayor calidad en sus prácticas democráticas y acceso a mayores bienes materiales y oportunidades de desarrollo son los más felices, pero no es así. En Estados Unidos, por ejemplo, sólo el 36.1% afirma ser feliz. En España, sólo el 15.5% dice ser muy feliz. En Uruguay, el país calificado como el de mayor desarrollo jurídico y democrático así como de calidad de vida de América Latina, por consultoras internacionales de gran prestigio como Mercer, sólo el 34.2% responde que es muy feliz. ¿Qué es lo que sucede? Que las necesidades y expectativas que ofrece la educación y la cultura hacen que las personas se vuelvan más exigentes para alcanzar la felicidad o momentos felices. Mientras en España es frustrante no salir de vacaciones al extranjero, en México ni siquiera la inmensa mayoría de la población  se plantea esa posibilidad.

 Esta somera mirada sobre el tema no abona a que las cosas se queden como están en México, sino a la necesidad de generar un proyecto de nación que permita la dignificación del trabajo, la cultura de la exigencia  y la mejora de la calidad de vida objetiva para que se inocule en el inconsciente colectivo como un derecho y una posibilidad real.

  Sin duda, si los mexicanos acceden a mejores condiciones de vida objetivas se van a convertir en necesidades subjetivas y sólo de esta manera podrá haber un cambio de fondo en el país. No es fácil. Tampoco es imposible. Por ahora, persiste el viejo refrán tan certero. ¿Cómo estamos? “Jodidos, pero contentos”.

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