jueves. 28.03.2024

La expresión “Edad de Plata” se ha convertido en un lugar común en la historiografía científico-educativa desde hace varias décadas para referirse a una época, identificada con el primer tercio del siglo XX, en la que la cultura española se reencontraría con Europa tras siglos de aislamiento y decadencia. Unos autores consideran que entre 1875 y 1936 las letras y las artes habían alcanzado en España un apogeo inédito desde el Siglo de Oro, adoptando un enfoque generacional y situando en 1902 un corte entre las etapas de fundamentación y de desarrollo de esta “Edad”; otros sitúan su comienzo en la revolución de 18968 y delimitan el período en las generaciones del [18]68, [18]98, [19]13 y [19]31; y otros concentran el proceso cultural argénteo al período 1902-1931. Todos, en cualquier caso, plantean su discurso desde una visión de la cultura íntimamente ligada al campo de la literatura, trascendiendo desde ella al “ser de España”.

La “Edad de Plata” correspondería, por tanto, a los siglos que siguieron a nuestro “Siglo de Oro”

Sin embargo, entroncando con el planteamiento de las cinco “edades del hombre” del poema de Hesíodo, la literatura universal daría un significado opuesto para los períodos “de plata”, que serían los de la decadencia que siguen a las épocas “de oro”. La “Edad de Plata” correspondería, por tanto, a los siglos que siguieron a nuestro “Siglo de Oro”, incluyendo, como continuación de la “decadencia”, el período que estamos tratando, final del siglo XIX y primeras décadas del XX.

Asumiendo el primero de los dos enfoques, en nuestro caso parece inseparable el estudio de la “Edad de Plata” de la caracterización y delimitación de las generaciones de españoles que protagonizaron el proceso de convergencia europea. Y hoy parece asumido que éstas fueron, de nuevo partiendo del punto de vista cultural “literario”, las de [18]98, [19]14, articulada en torno a José Ortega y Gasset; y [19]27, la generación que, ya sí, estaría preparada para dar el salto a una nueva “Edad de Oro”... si no hubiese llegado la Guerra Civil.

El eje de la construcción generacional se situaría en los hombres de 1914 y en el propio Ortega, cuando precisamente ese año afirmaba ya que “la generación es el concepto fundamental de la historia” y se postulaba para liderar a sus coetáneos hasta ocupar el poder que ostentaba la generación precedente. Así, para López Vega los componentes de esa generación no sólo “tomaron el poder en 1931, impulsando el proyecto reformista y modernizador que inspiraría el inicio de la II República”, sino que “el proyecto de la generación del 14, de alguna manera, volvería a emerger como el gran desafío para los españoles que iban a construir la Transición a la Democracia en nuestro país” a partir de 1975.

Teniendo en cuenta esas fechas destacadas de 1931 (comienzo de la II República) y 1975 (final de la Dictadura), y el Régimen que tuvo España entre 1939 y 1975, parece razonable preguntarse “¿y Franco que opina(ría) de eso?”.

Realmente, el General ya había dejado escrita la respuesta el 8 de noviembre de 1936, a los pocos meses de comenzar la guerra civil. Ese día, asumiendo la segunda de las perspectivas sobre la “Edad de Plata”, Franco firmaba el punto de partida del proceso de duración que afectaría a todos los integrantes de esas generaciones del 98, 14 y del 27; una “enmienda a la totalidad” de la primera de las visiones sobre la “Edad de Plata”:

El hecho de que durante varias décadas el Magisterio en todos sus grados y cada vez con más raras excepciones haya estado influido y casi monopolizado por ideologías e instituciones disolventes, en abierta oposición con el genio y tradición nacional, hace preciso que en los solemnes momentos porque atravesamos se lleve a cabo una revisión total y profunda en el personal de Instrucción Pública, trámite previo a una reorganización radical y definitiva de la Enseñanza, extirpando así de raíz esas falsas doctrinas que con sus apóstoles han sido los principales factores de la trágica situación a que fue llevada nuestra Patria.

En 1931 no había habido ninguna “revolución roja”, pero durante la II República sí culminaría un proceso de convergencia con Europa de la Ciencia española

No es probable que Franco escribiera esto por sí solo, pero resumía el sentir de una parte de España que, efectivamente, consideraba que la decadencia desde ese “Siglo de Oro” del “genio y la tradición nacional” hasta la “trágica situación” de la contienda civil, había sido culpa de varias generaciones de “apóstoles” de “falsas doctrinas” de modernización y europeización cultural y científica. Y la primera de las generaciones de la Edad de Plata sería la del [18]76, es decir, la de Francisco Giner los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, la principal de entre las que, para el Franquismo eran las “ideologías e instituciones disolventes”.

Y en esto, aunque con una valoración opuesta, claro, estaba de acuerdo la otra España que asumía la visión publicada en 1931 en El Socialista al proclamarse la República: “A la revolución roja, el socialismo le ha dado las masas y la Institución Libre de Enseñanza le ha dado los jefes”.

En 1931 no había habido ninguna “revolución roja”, pero durante la II República sí culminaría un proceso de convergencia con Europa de la Ciencia española que había comenzado con los modestos movimientos regeneracionistas de finales del siglo XIX (especialmente el espíritu y la obra de la Institución Libre de Enseñanza); se había asumido como camino ineludible tras el “desastre” del 98; había encontrado vías institucionales dentro del sistema y para el sistema con la creación del Ministerio de Instrucción Pública en 1900; y, sobre todo, a partir de 1907 había delegado su consecución en la Junta para Ampliación de Estudios (JAE).

En efecto, la ILE había sido creada en 1876 por un destacado grupo de intelectuales, encabezado por Giner de los Ríos, expulsados de la Universidad por no acatar la orden de sumisión a la ortodoxia católica. Esta generación del 76 [o “generación ILE”] intentaría desarrollar su tarea modernizadora en tanto que centro educativo privado al margen del sistema y a pesar del sistema. Tras la reposición en sus cátedras de sus dirigentes, en 1881 entendieron que la renovación de España debería hacerse sin enfrentamiento con las autoridades, integrando progresivamente personalidades jóvenes comprometidas con la tarea en puestos adecuados dentro de la administración del Estado, para reformarlo desde dentro, auspiciando la creación del Museo Pedagógico Nacional, la Estación de Biología Marina de Santander, etc., y decidiendo quienes serían sus directores.

En 1907 vería la luz la JAE, creada por los liberales a modo de reencarnación de la ILE

Estos primeros discípulos y colaboradores fueron testigos de la culminación de la decadencia con la pérdida de las últimas colonias, y se integraron en la generación del 98, la de la regeneración, cuyo primer fruto fue la creación en 1900 de un ministerio del que carecíamos: el de Instrucción Pública. Y, en efecto, en apenas seis meses, el ministro conservador Antonio García Alix reformaría el conjunto del sistema educativo español y establecería las bases para que, en los turnos sucesivos, liberales y conservadores dieran los siguientes pasos para fundamentar la convergencia.

En 1907 vería la luz la JAE, creada por los liberales a modo de reencarnación de la ILE, pero con naturaleza de verdadera Universidad autónoma; financiada por el Estado, pero al margen y sin las obligaciones de las Universidades del Reino. Desde ella, la intelectualidad burguesa de pensamiento más avanzado llevaría a cabo una ingente tarea de convergencia con Europa en materia cultural y científica. Para ello, se crearían nuevos centros de investigación y ampliación de estudios en España, y verían la luz las “generaciones JAE” tuteladas por las generaciones del 76 y del 98, las del 14 y el 27, que se formarían en Europa gracias al programa de pensiones en el extranjero de la Junta.

En los ámbitos de la Ingeniería y de las Ciencias bio-médicas el panorama a principios del siglo XX ya era algo más esperanzador que para las restantes disciplinas científicas. Esto se debía, en primera instancia, al enorme prestigio disfrutado por los ingenieros (especialmente de Caminos), médicos y farmacéuticos en la Sociedad española del siglo XIX, sobre todo si se los comparaba con matemáticos, físicos, químicos o biólogos. Pero, también, por la existencia de dos personalidades singulares que durante varias décadas constituyeron la representación internacional de nuestras Ciencias: Santiago Ramón y Cajal (Premio Nobel en 1906) y Leonardo Torres Quevedo (el “más prodigioso inventor de su tiempo” según Maurice D’Ocagne). Para ellos se habían creado, hecho novedoso en la España de la época, el Laboratorio de Investigaciones Biológicas (en 1901, por el Ministerio de Gobernación) y el Centro de Ensayos de Aeronáutica (en 1904, por el Ministerio de Fomento).

Para 1918 los españoles demostraban que también podían y sabían “hacer” Ciencia original al modo europeo

Tras muchos años durante los cuales en la Universidad oficial sólo “se hablaba” de Ciencia, y con retraso de varias décadas, la salida, gracias a la Junta, de profesores y recién titulados al encuentro del saber de Europa fue cambiando el panorama nacional. Para 1918 los españoles demostraban que también podían y sabían “hacer” Ciencia original al modo europeo; y, llegados los años veinte, incluso ¡al nivel europeo! Y se hacía, esencialmente, desde los Centros de la JAE: el Laboratorio de Investigaciones Físicas dirigido por Blas Cabrera, los Laboratorios de Química y Medicina de la Residencia de Estudiantes, además del Laboratorio de Cajal y del Museo de Ciencias Naturales dirigido por Ignacio Bolívar… claro que estos dos últimos también se habían integrado en la Junta en 1910.

Con la llegada de la República, la “primera generación JAE” alcanzaba ya “el poder” y, bajo su tutela, la renovación del profesorado por razón de edad, y la reorganización y dotación de nuevas Cátedras permitían la entrada en los claustros universitarios, especialmente a partir de 1932, de la “segunda generación JAE”, primera formada en la Ciencia internacional antes, durante y después de sus pensiones en el extranjero.

El 6 de febrero de 1932, tras asumirse presupuestariamente el compromiso adquirido por el Estado español con la Fundación Rockefeller en plena Dictadura, se inauguraba oficialmente el Instituto Nacional de Física y Química, basado en el reconocido internacionalmente Laboratorio de Investigaciones Físicas, dirigido desde 1910 por Blas Cabrera, y al que se unía el modesto Laboratorio de Química Biológica, creado para Antonio Madinaveitia en 1916. Con el Instituto culminaba el proceso de convergencia científica con Europa. A partir de entonces, investigadores europeos vendrían a España, al centro más avanzado del momento, para investigar y aprender Física y Química con Blas Cabrera, Enrique Moles, Julio Palacios, Miguel Catalán o Antonio Madinaveitia. En 25 años de vida de la Junta, los científicos españoles le habían dado la vuelta a la situación inicial.

Una nueva institución republicana sería concebida para llenar el hueco, la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas. Creada en julio de 1931, a partir de 1934 iría dando vida a Laboratorios de Química en Salamanca y Oviedo, de Geoquímica en Santiago, de Metalurgia en Valencia, de Hematología en Zaragoza, etc., integrando también el antiguo Laboratorio de Automática de Torres Quevedo.

La Península de La Magdalena se convertiría, durante los veranos de 1933 a 1936, en el foco científico europeo de referencia

Aunque Cajal se había jubilado ya en 1922 (y fallecería en 1934), el campo de la investigación bio-médica, que había continuado desarrollándose en España durante la Monarquía de Alfonso XIII, también alcanzaría niveles europeos durante la República con los científicos de la escuela de Cajal (Jorge F. Tello Muñoz, Fernando de Castro, Fernando Lorente de No), en el centro que llevaría su nombre y se inauguraría en 1932, el Instituto Cajal. También destacaría Pío del Río Hortega, que se integraría en el Instituto Nacional de Oncología en 1928 convirtiéndose en su Director en 1932 con el nuevo nombre de Instituto Nacional del Cáncer.

En agosto de 1932 anunciaba Fernando de los Ríos otra novedosa iniciativa propiamente republicana: “Vamos a la creación de la aristocracia del espíritu […] La Universidad Internacional de Santander, nutrida con profesores españoles y extranjeros, con becarios que serán estudiantes seleccionados por todos los centros superiores de Enseñanza y Universidades, con un número de dos por Facultad, entendiéndose que, dada la posición en que este régimen se coloca en cuanto a la cultura, esos dos seleccionados lo serán por razón de competencia y no por razón de sus posibilidades económicas”. Y, efectivamente, la Península de La Magdalena se convertiría, durante los veranos de 1933 a 1936, en el foco científico europeo de referencia. Con Blas Cabrera como Rector desde 1934, las Ciencias ocuparían allí el lugar más destacado, hecho insólito en este tipo de encuentros estivales, entonces y hoy en día.

Pero el compromiso de la República (en su conjunto) con la Ciencia puede comprobarse siguiendo los avatares de la celebración del IX Congreso Internacional de Química Pura y Aplicada, el primero que se planteaba desde la I Guerra Mundial. Había sido convocado durante la Dictadura con un Comité organizador presidido por Obdulio Fernández (Catedrático en la Facultad de Farmacia), con Ángel del Campo (Catedrático en la Facultad de Ciencias) y Enrique Moles (“alma” del Congreso). Paralizado por la crisis económica de 1929, recibió un apoyo decidido por parte del gobierno republicano-socialista, especialmente a través del Catedrático de Química (en la Facultad de Farmacia) y Ministro, José Giral. Pudo celebrarse en Madrid, del 5 al 11 de abril de 1934, con más de 1200 asistentes de todo el mundo, cuando las autoridades ministeriales del primer gabinete del bienio radical-cedista asumieron los compromisos adquiridos por sus predecesores.

En suma, en 1936 la cultura y la ciencia españolas estaban culminando una “Edad de Plata” que parecía el prólogo de una nueva “Edad de Oro” para España … una España que llevaba tiempo despeñándose hacia otro desastre. Y es que, efectivamente, la guerra civil truncó las esperanzas de la que hubiese podido ser la culminación definitiva del proceso de convergencia de la cultura y la ciencia españolas con Europa, protagonizada por esas generaciones del [19]14 y el [19]27, en las que las generaciones del [18]76 y [18]98 habían depositado sus esperanzas. Pero habría que esperar a la muerte del Dictador, en 1975, para que una nueva generación del [19]76 retomase la tarea.

Las generaciones de la Edad de Plata de la Ciencia española
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