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EL HOMBRO DE ORIÓN

Cine • T2, Trainspotting y el apego por la nostalgia • Juan Ramón V. Mora

Juan Ramón V. Mora

Juan Ramón V. Mora
T2 Trainspotting (Boyle, 2017)
Cine • T2, Trainspotting y el apego por la nostalgia • Juan Ramón V. Mora

 

El mundo siempre es el mismo y siempre es distinto. Puede sonar raro, pero así ha sido hasta hoy y así será mañana. No es extraño que los hombres de dinero dedicados al cine hayan encontrado en esta inocente cláusula un "modelo de negocios" (nuevo nombre del diablo) adecuado para los tiempos que corren. Por lo menos a eso quiero atribuirle la marea imparable de "reimaginación", "remix", "redux", "refrito", "remake" y demás reses que nos salpican desde las pantallas de cine. Alguien debería avisarles que el reciclaje no funciona igual con la creatividad que con la basura —aunque quizá el papel de la creatividad en los estudios de cine sea servir el café en las juntas de marketing.

T2 Trainspotting (Boyle, 2017) puede ser tomada como un ejemplo de esta misma corriente si decidimos hacerle caso al cinismo y la crueldad. Lo que en los 90 dejó una marca generacional, hoy se siente como manierismo. Los paisajes están agotados o ya no existen de plano. Se extraña la violencia, la frivolidad y el filo aniquilante. Lo que hace veinte años era un estilo que destacaba por su frescura y vigor hoy parece una caricatura. Ya no recuerdo en cuál toma congelada o flashback servicial decidí que iba a ignorar la pirotecnia con la que Danny Boyle se siente tan conforme. Sólo queda la nostalgia y la auto-referencia —la masturbación, por decirlo de otro modo. Las segundas partes se miden con el metro de las originales, y ésta se queda muy corta. Sin embargo, hay algo rescatable entre la cascada de auto-indulgencia: la película sabe de todo esto y aun así se las arregla para entregar un relato que se siente cálido y real.

El carisma de los personajes de Trainspotting (Boyle, 1996) también formaba parte del encanto, y creo que lo han mantenido bien en esta entrega. Quizá todos los involucrados se han movido del margen al centro (Mikey Forrester ahora escribe best-sellers en Chicago), pero se alcanza a sentir que la película está hecha con gozo y no sólo con billetes. Todos los actores dan matices entrañables a personajes que dábamos por conocidos.

Hay una escena que resume de lo que va esta película. La actualización del famoso monólogo de Mark Renton se siente hecha por un hombre con cierto grado de lejanía respecto al mundo de nuestros días, pero no por eso deja de ser un mensaje digno de escucharse. La sensación que corre por debajo es la misma de entonces y de siempre: el tiempo nos mata mientras decidimos. Es como un regaño soltado por un amigo viejo pero querido, alguien que siente la misma angustia ante la vida que paraliza a todos los perdedores del mundo. También por eso es grato que el foco del relato se haya movido hacia Spud, el más perdedor de entre los perdedores. Hay notas de humanidad y de esperanza en una cinta que en otras manos podría haber sido un pedazo de plástico más.

El cine británico tiene muchos nombres interesantes hoy en día, con propuestas visuales tan o más fascinantes que las de la generación de Boyle. El exceso de nostalgia termina por perjudicar la película, pero debajo del artificio se encuentra un corazón —marchito pero que todavía palpita.

 




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Juan Ramón V. Mora (León, 1989) es venerador felino, escritor, editor, traductor y crítico de cine. Ganó la categoría Cuento Corto de los Premios de Literatura León 2016 y fue coordinador editorial en la edición XXII del Festival Internacional de Cine Guanajuato. Escribe sobre cine en su blog: El hombro de Orión.

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