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Columna
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Todos confinados

Termina una época tumultuosa, liquidada por una epidemia transmitida gracias a la sociabilidad de la globalización descontrolada

Lluís Bassets
Madrid vacío tras el anuncio del Estado de alarma.
Madrid vacío tras el anuncio del Estado de alarma.Jesús Hellín (Europa Press)

Algo desconocido está naciendo. Hay que estar atentos a lo que sucede, porque jamás se había visto algo parecido. Todas las referencias anteriores son vagas metáforas para intentar orientarse. Ha empezado por China, país dirigido por un partido autoritario dirigido por un líder fuerte. Le ha seguido Italia, tan próxima, tan democrática y liberal, con un Gobierno frágil y un líder sin carisma. Detrás ya vamos nosotros y todos los otros.

El tratamiento del contagio exige cortar la transmisión de forma radical, reduciendo lo que nos hace humanos y nos ayuda a vivir, la sociabilidad, la familia, los amigos, la vida en la ciudad. Ha funcionado a las bravas en China y está funcionando de forma más acorde a nuestros valores en Italia.

No es una terapia pasajera. Una vez controlada la epidemia, esperemos que pronto, deberá llegar la restauración del vínculo social que ahora está en cuarentena. Pero nada volverá a ser igual: el trabajo, los transportes, el turismo, el comercio, los museos o los espectáculos no podrán seguir como si nada hubiera sucedido. Es el final dramático de una época tumultuosa, liquidada por una epidemia transmitida gracias a la sociabilidad que propicia una globalización descontrolada y feliz.

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Dice una vieja sentencia que nunca hay que desaprovechar una buena crisis. Hay quien pide libre despido y reducción de impuestos. Hay quien quiere reforzar los viejos Estados naciones y destruir de una vez la Unión Europea. Habrá quien defienda la eficacia del autoritarismo para combatir las nuevas epidemias.

Tras Chernóbil, el 11-S y la crisis financiera de 2008, ahora con el coronavirus descubrimos la nueva frontera de nuestra vulnerabilidad. Ahora alcanza a la esfera privada. Si queremos combatirlo habrá que cambiar de vida: trabajar en casa; moderar el consumo, especialmente turístico; transformar la movilidad; reducir las desigualdades y atender colectivamente a los más pobres y vulnerables, a su salud y a sus ingresos...

El coronavirus nos enseña que sin atención médica de calidad para todos, incluso los más ricos están en peligro. Vale para los países como para los ciudadanos. Pagar impuestos para contar con una buena sanidad pública es la mejor inversión que puede hacer una sociedad. La salud colectiva y global ya es parte de la salud individual. Hay que aprovechar la oportunidad.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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