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Columna
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Salud y política

Esta crisis nos indica las prioridades del día después: No jugar con el sistema de salud

Josep Ramoneda
Urgencias del Hospital Gregorio Marañon, Madrid.
Urgencias del Hospital Gregorio Marañon, Madrid. VICTOR SAINZ (EL PAÍS)

El cierre del Congreso por el coronavirus de Ortega Smith es una metáfora del momento: la epidemia puede con todo, incluso consigue una cierta suspensión de la confrontación política. La oposición es comedida en sus críticas. Nadie quiere levantar la sospecha de que intenta capitalizar el desasosiego ciudadano. Una amenaza a la salud pasa por encima de las querellas del momento: las elecciones gallegas y vascas, el conflicto catalán, los proyectos del nuevo Gobierno de coalición. Una tregua construida sobre los temores de la ciudadanía que asiste desconcertada a una repentina situación de excepción que nos enfrenta a medidas —confinamientos, cierre de ciudades y territorios, clausura de escuelas y universidades, cancelaciones de viajes— que parecían impropias de nuestros acelerados tiempos modernos. ¿Cuánto durará la tregua? Hasta que el coronavirus desaparezca de las portadas. Y vuelvan a ocupar el espacio los recurrentes temas de siempre. Esperemos, sin embargo, que cunda la principal enseñanza de este episodio: tenemos un nivel de vulnerabilidad aparentemente contradictorio con las capacidades del conocimiento y de las tecnologías de los que disponemos.

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No es difícil anticipar que el próximo envite político será por la forma de afrontar las consecuencias económicas de esta crisis sanitaria. Máxime cuando desde sectores de la patronal ya se está aprovechando la circunstancia para repetir su cantinela eterna: rebajas de impuestos y facilidades para el despido. Una obscenidad en un momento en que mucha gente se plantea como compatibilizar trabajo y cuidado de los niños con las escuelas cerradas.

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“Haremos lo que haga falta”, ha dicho el presidente Sánchez. Cuando la ciudadanía siente su salud amenazada el espíritu crítico decae, el miedo impone la obediencia. Pero a medida que pasan los días entra en juego la angustia, que es como se expresa la contradicción entre la voluntad de cumplir lo ordenado y la sensación de pérdida de libertades y pautas de la vida cotidiana. Los políticos deben tenerlo en cuenta cuando adoptan actuaciones que se mueven en un territorio en que pueden confundirse lo necesario y lo teatral por mucho que la prevención lo justifique todo.

Esta crisis nos indica las prioridades del día después: no jugar con el sistema de salud; un país fuerte es el que tiene una sanidad pública y eficiente para todos. Hay que proteger el empleo. Y ayudar a las empresas. Habrá que hacer balance de los destrozos provocados por la revolución neoliberal, de los que ya sabemos mucho (del clima a la precariedad pasando por la fabulación meritocrática) y que el Gobierno de izquierdas tiene la obligación de afrontar, sin melancolía y con realismo. Y habrá que defender la democracia, porque el episodio del coronavirus podría haber reforzado la capacidad de seducción del autoritarismo ante el miedo. China ya está cantando victoria.

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